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Vidas entrelazadas

Entre el jolgorio es importante no perder los lazos vitales con los difuntos y lo que representan
Rafael Pérez Ortolá
miércoles, 27 de octubre de 2021, 09:37 h (CET)

Como gélido contraste ante estas celebraciones vocingleras en torno a los días dedicados a los difuntos, parece refulgir el sonsonete del polvo de estrellas, como auténtico mensaje íntimo de cuantos nos precedieron en estas andanzas mundanas. Bien de familiares directos o desde personajes casi míticos por sus fenomenales aportaciones a la humanidad. Por encima del engreimiento tan difundido en la frivolidad ambiental, estalla el clamor poderoso, aunque callado a la vez, del ENCUENTRO catártico con ese fondo sagrado irrenunciable. El desasosiego habitual requiere de un trato entrañable a la hora de compartir sentimientos y experiencias, alejados del jolgorio inexpresivo.


Vivimos absortos en los flujos vertiginosos. En ese recorrido apenas tomamos conciencia de donde estamos; cómo vamos a pensar en la importancia de los proyectos o interesarnos por ciertas metas. Cargamos la responsabilidad de la movida a los tiempos actuales, aunque sabemos que esos ambientes no piensan. Sin embargo, tenemos bien percibida esa sensación de estar AHUECADOS por los adentros en medio de esa abundancia de comportamientos aligerados. El lamento suele acompañarse de un conformismo necio basado en la ausencia del esfuerzo personal constructivo. La autenticidad de personas cabales, ni se detecta ni se le espera.


Se impone la terca realidad por encima de tantos movimientos acelerados. Entre tantas agitaciones de un remolino frenético surge impávida la experiencia compartida de la verdadera tragedia espiritual, de la muerte. Cuando nadie pretende mencionarla, asoma ese destino común orientado al DESTIERRO hacia quién sabe dónde. ¿Hacia ninguna parte? ¿Hacia un espacio virtual del cual no disponemos de datos fidedignos? Si al menos intuyéramos una colaboración decidida entre los afectados, miraríamos ese trayecto con una esperanza ilusionada. Los mencionados ahuecamientos contribuyen por el contrario al desánimo, a una indolencia nefasta como presagio poco gratificante.


Llegamos al mundo ignorando si representamos la pequeñez insustancial o la grandeza maravillosa, en relación con los diferentes ambientes y con el destino trágico en el horizonte. Dejando aparte la ridiculez y con la dificultad de protagonizar actitudes heroicas; nadie impide la decisión absolutamente fantástica de activar las mejores cualidades disponibles por ahora. Nos sentimos involucrados en una trayectoria SIN RETORNO, en ella sólo es posible avanzar. Y eso desde la posición de sujetos indivisibles, como números primos, en una individualidad incomparable. A la vez, notando las conexiones activadas con respecto a los conjuntos actuales y a los más impensados que nos precedieron.


Entonces nos damos cuenta de las pérdidas irremisibles, cuando el apego nos mantenía adheridos a ciertos contactos. Vienen a ser como distracciones en el camino, dejamos de pensar en el dinamismo inclemente en busca de algún sentido. También aquí es preciso el equilibrio para orientar la EVOLUCIÓN de la vida propia; aprehender los elementos válidos del pasado, pero sin perder de vista el fenómeno cambiante en el cual estamos inmersos. ¡Menuda tarea! Ese discernimiento equilibrado no es nada fácil, nos plantea una disyuntiva acuciante entre el pasotismo o la implicación, entre ser el cascajo que todos revuelven o hacer acto de presencia con dignidad.


La temporalidad nos acecha, para eso dispone de los momentos. Los activa en cualquier sector vital. En la intimidad de las partículas ávidas de interactuar, desde la genética al último movimiento muscular. En los entornos, con toda clase de modificaciones. Cada sujeto nos encontramos en medio de ese discurso universal, es una obviedad notoria. Aunque no dispongamos de explicaciones nítidas, ahí estamos en la práctica, en plena EXPERIENCIA de la temporalidad; ligados al presente, con rasgos del pasado y atisbando futuros. No es delegable esta experiencia. La propia vida particular, su presencia, se convierte en un núcleo central de condensación; pero no puede soslayar sus enlaces.


Cómo vamos a ilusionarnos con los saltos al vacío a pesar del nutrido acompañamiento a base de algarabías; es más, con la mofa petulante como emblema. El mecanismo de la ilusión, de la esperanza, se aleja de la frivolidad irrespetuosa. Si recuerdan aquel trineo, Rosebud, en la película Ciudadano Kane; a partir de las primeras bagatelas de la infancia, uno va ampliando su bagaje, moldeando su sentido de la vida. Al final queda patente quien habitaba la figura PROTAGONISTA; si fraguaba en una orientación hacia la magia ilusionada, o por el contrario terminaba como un esperpento enfrentado a la muerte. No sirven de nada las frivolidades, la autenticidad de cada uno acaba delatándose.


La teoría de las cuerdas nos abre los ojos hacia una inmensidad cósmica cuyas trayectorias no alcanzamos a ver. A través de sus enlaces de ondas y partículas se asoman al infinito, pero así mismo, a ese cuerpo serrano que nos ha tocado en suerte. La mentalidad está incluida en esa relación. Frente a los negacionistas, la relación estrecha con los predecesores y con el futuro, queda bien manifiesta; con la inclusión de las personas en ese GIGANTESCO entramado cuántico rodeado de misterios. Como cura de humildad para quien se incline hacia pronunciamientos mediocres de sabiondos. Y como horizonte fascinante de los ilusionados andariegos por tantas veredas intrincadas, con las posibilidades abiertas.


Eugenio Trías solía escribir sobre un mundo sui generis previo al nuestro, allá rondando los registros míticos. Los relacionaba con ese tiempo compartido entre la madre y el homúnculo del feto; considerando la entrada de las personas en el mundo. El ASOMBRO de estas unidades emergentes, que somos todos, recurre a ficciones, relatos, comportamientos, para hacer habitables estos derroteros. Los indicios encontrados son inciertos, por eso requieren de actitudes próximas a la magia, evitando las polarizaciones insustanciales, las ridículas veleidades. Es decir, recurren a la sabiduría de mantenerse vigilantes en el curso de las inevitables incertidumbres reinantes.


La fatuidad pomposa se desprende de la experiencia, de las señales indicativas, en el seguimiento de una oleada de gurús con un mensaje paranoico desbocado. La Naturaleza, el intelecto, la biología, la ciencia, los indicios hallados por la excelencia, hablan de una alegría, del placer, inspirados en el JUEGO responsable compartido. La disyuntiva muestra su nitidez a los ávidos caminantes; el planteamiento posterior dependerá de sus voluntades.


La mención en estos días dedicada a los difuntos, expone toda una gama de pronunciamientos que no consiguen borrar el ENGARCE común, y sobre todo, conviene que nos sirva para mantener el entusiasmo existencial frente a las múltiples intemperancias turbulentas.

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