“Para que nada nos separe, nada nos una”, Pablo Neruda
¿Qué sucede cuando se tiene la posibilidad de avanzar, dar un salto hacia delante, e irle comiendo terreno al adversario político y, de pronto, por un simple movimiento erróneo, por un mal cálculo político, dejar perder toda la ventaja que tanto esfuerzo ha costado conseguir y volver a situarse en la posición de salida, mientras el partido en el Gobierno se vale de la mala decisión del partido de la oposición, para afianzarse, lograr más ventaja y conseguir volver a situar la perspectiva electoral a su favor?
Seguramente podríamos calificar una situación semejante como una especie de haraquiri que tuviera mucho que ver con la falta de visión política, poca sensibilidad, excesiva autosuficiencia o egoísmo personal, de quienes fueran los responsables de que algo semejante le pudiera suceder al partido que dirigen.
De hecho hace ya bastante tiempo que el PP parece que ha entrado en una fase consistente en mirarse con demasiada atención su ombligo, perdiendo de vista lo que los votantes siguen insistiendo en que debe ser su preocupación principal que no es, ni mucho menos, la de hacerle la vida fácil al PSOE del señor Pedro Sánchez; el llegar a acuerdos poco entendibles con el PSOE de Andalucía o escuchar los cantos de sirena de un presidente del Gobierno ofreciendo colaborar con el PP en la aprobación de los presupuestos de las autonomías en las que gobierne el PP, para formar, ambos, un frente común en contra de VOX.
El divide y vencerás, atribuido a Julio César, resulta en este caso tan evidente, tan infantil, tan falto de credibilidad que, sólo el pensar en aceptar semejante acuerdo ya constituiría una clara traición al pueblo español y a España. En primer lugar, porque se mantiene la absurda creencia de que VOX no es un partido democrático cuando, por otra parte, se sigue considerando a Podemos, un partido anticonstitucional, anarquista, rebelde y que apoya el separatismo catalán, como un partido legítimo; sin que haya nadie, ni la derecha, que pidan su disolución por ir en contra de la Constitución española y del régimen monárquico del que gozamos y, en segundo lugar, porque no está nuestra nación en condiciones de crear un cordón sanitario contra la única formación que existe en España que se preocupa de que, un gobierno totalitario de carácter dictatorial, no pueda acabar por suprimir todos los derechos y libertades que la Constitución de 1978 les otorgó a los ciudadanos españoles.
Y en estas condiciones, cuando la señora Isabel Díaz Ayuso consiguió, ella sola, parar la ofensiva del Gobierno socio-comunistas de España, para intentar desbancar al PP de la comunidad madrileña, convocando las elecciones anticipadas y, lo que aún fue más meritorio, ganándolas por goleada, dejando a sus adversarios con la cara de tontos propia de aquellos que van por lana y salen trasquilados. Y no contenta con ello, ha sabido poner coto y salir airosa de todas las trampas, los intentos de anularla y las cortapisas con las que el gobierno y el resto de sus comunidades han venido valiéndose para conseguir doblegarla sin que, en ningún momento, tuvieran éxito; empiezan a buscarle tres pies al gato sus mismos compañeros de la dirección del PP.
Evidentemente que una subida tan espectacular del valor de una persona a la que no se le había dado demasiado importancia, lo que suele producir es que empiecen a surgir las envidias, que se cuestionen sus legítimas aspiraciones, que surjan figuras, que han ido manejando los hilos del partido, que empiecen a sentir la sombra sobre sus espaldas de esta figura en alza.
¿Qué le ha pasado al señor Teodoro García Egea para que, de pronto, se muestre como uno de los detractores más influyentes de la presidenta de la comunidad madrileña? Sencillamente que, hasta que surgió la figura de la señora Ayuso como salvadora del PP madrileño, él había sido el único que manipulaba los hilos del partido, como mano derecha de Casado. Y al mismo Pablo Casado ¿qué es lo que le sucedió ante semejante resurgir de la persona de la presidenta madrileña? Exactamente lo mismo. Ambos han visto en ella una rival temible que podía hacerles sombra en el Congreso nacional del partido en Madrid y, por eso lo han retrasado al 2022. En él se debía hablar del sistema de elección para la designación de líder del partido. Para Díaz Ayuso debería utilizarse el sistema democrático de que fuera la militancia, en unas primarias, la que lo decidiera y, para los directivos de Génova, en cambio, la elección correspondería a los compromisarios y, sólo en el caso de una segunda vuelta se admitiría la participación activa de los militantes.
Nada que decir si no fuera que, para restarle posibilidades a la propuesta de Díaz Ayuso, se utilizara el juego sucio, como es el caso de atrasar el Congreso, de ponerle trabas e impedimentos, con la evidente intención de dejar aislada a la señora presidenta ante los furibundos ataques de los socialistas, empeñados en conseguir, por los medios que fueran y, por supuesto los ilegítimos el descabalgarla del poder. Algunos diríamos, parafraseando a Enrique de Borbón, candidato hugonote al reino de Francia, cuando dijo aquello de: “París bien vale una misa” que, en el caso de la comunidad madrileña, el conservar a un valor de la categoría de la señora Díaz Ayudo bien valdría que los intereses políticos y ambiciones personales se dejaran en un segundo plano, en aras de sostener la capitalidad de la nación en manos de las derechas.
Sin embargo, puede que haya una posibilidad, no sabemos si remota o no tanto, de que tanta presión, tan poca colaboración por parte del resto del PP, tantas intrigas y tanto desagradecimiento hacia una labor que tanto beneficio ha supuesto para los populares, pudieran llegar a un punto tal que, la señora Díaz Ayuso, llegara a considerar que se la había traicionado y se la había dejado a los pies de los caballos y, en consecuencia, que los que la han estado criticando y ninguneando desde la dirección del partido, no se merecían que siguiera manteniendo, desde su puesto de presidenta, el estandarte de la derecha española, y por lo tanto, me imagino que, con todo el apoyo del señor Abascal y el resto de la directiva de VOX, iba a ser bien recibida en su partido si decidiera pasarse del PP a él.
Es fácil imaginar lo que representaría, para las esperanzas electorales del PP, que una figura del prestigio de la señora Ayuso, tuviera que abandonar el partido a causa de las intrigas de García Egea o del mismo señor Casado. Si ahora ya han perdido dos puntos no quiero ni pensar lo puntos que iban a dejar de contabilizar para las próximas elecciones legislativas, en las que tuviesen que enfrentarse, otra vez, a los socialistas del señor Pedro Sánchez.
No nos gusta tener que hablar con tanta dureza de lo que la dirección del PP está haciendo y, mucho menos, pensar que las esperanzas que todos teníamos puestas en que el nuevo PP, de que iban a derrotar a las izquierdas en una próxima legislatura, actuando con más contundencia, menos timorato y, por supuesto, con mucha más picardía, eficacia y resolución de la que, hasta este momento hemos podido constatar que ha utilizado, de modo que, contrariamente a lo que se podría esperar después de una gestión tan nefasta del Covid 19, del gasto público, con su endeudamiento por encima de las posibilidades de nuestra nación y por la serie de medidas de carácter limitativo de los derechos de los ciudadanos españoles, el desgaste que debiera haber sufrido la coalición gubernamental debería, por supuesto, haber sido mucho mayor y traído peores consecuencias para el actual ejecutivo socialista.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos como, una tras otra, se van destruyendo todas las esperanzas que habíamos puesto en un partido, el Popular, al que se le habían concedido las capacidades, el empuje, el vigor y el patriotismo que se necesitaba para luchar con valentía y sin miedo contra la amenaza de una izquierda que viene consiguiendo, paso a paso, ir limitando las libertades individuales, coartando los derechos ciudadanos, interviniendo en nuestras vidas particulares y pretendiendo crear una sociedad completamente controlada desde las esferas gubernamentales, convertidas, en virtud de sus planteamientos comunistoides, en una nueva expresión del comunismo bolchevique.
Y Sócrates va a ser quien hoy no de una muestra más de su sabiduría: “Nadie es capaz de hacerle frente a un trabajo si no se siente competente, muchos piensan que son capaces de controlar el más difícil de los trabajos: el gobierno.”
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