En el 2021 se cumplió una década de haber escrito mi primer libro, el cual lleva por título: De la brevedad al intento (Sabersinfin. 2011). Con motivo del aniversario de aquel acontecimiento personal, que significó el rompimiento de mi silencio literario con una habitual presencia en el mundo de las letras, rescaté unas líneas derivadas de la pregunta ¿qué surge después del silencio?
Comparto aquel breve ejercicio reflexivo, ampliado con algunos renglones que han surgido en el camino:
El silencio es música y después de él también.
El silencio es vastedad, porque es inmersión el vacío infinito.
Profana quien rompe el silencio con ruido.
Se humaniza quien rompe el silencio buscando construir, compartir, intentar.
Frecuentemente el silencio se rompe atropelladamente –terrenos de la barbarie– o como un gesto de respeto, pocas veces se hace sigilosamente, con delicadeza, cortés ante la música, la vastedad y el vacío infinito de la ausencia/presencia.
De mi silencio ha emergido la hiperbrevedad, la brevedad y los intentos de poesía.
Eso es esta obra –mi primer libro–, una ruptura con mi silencio literario, el tránsito del tris de la hiperbrevedad a mis primeros pasos en la poesía.
De la brevedad al intento es una recopilación de trata de responder la pregunta: ¿qué surge después del silencio?
Hasta aquí la cita. Sí, la pregunta sigue vigente: ¿qué surge después del silencio? La interrogante abre dos rutas que en mí se manifestaron en aquel 2011. Dos rutas para responder la pregunta: una adentrarnos en el profundo silencio, la otra, la exotérica, ingresar al mundo ensordecedor del ruido, de la ausencia del silencio. Adentrados en los misterios del silencio, de éste surge más y más silencio y con ello la experiencia de lo sacro.
Expulsados o exteriorizados por voluntad propia del vientre de la intimidad, perdemos contacto con el lenguaje interior que serena, sana y cura.
En el filo de una y otra, el poeta –y por extensión el artista–, que roba fuego del silencio para traerlo con la tea que busca ser faro en medio de la oscuridad de la ignorancia y del embotamiento de la sensibilidad. En el filo, la obra propia que anhela ser de todos y con ello regresar recargada para impulsarnos por el sendero de la evolución.
Ante la amenaza de verme profanando el silencio con palabras de más, invoco como salida mi poema Soledad y silencio (2018):
La soledad vitaliza,/ no hay paja ni bruma de más;/ sin interferencias todo es directo,/ se abren atajos,/ se extinguen enredos./ El silencio es hermano de aquella,/ ambos tejen redes en la dispersión/ y en la más honda oscuridad./ La soledad y el silencio,/cual uróboros dorado,/ apuntala el edificio mente-corazón;/ fortificación ansiada y buscada/ por sabios, necios, pobres y ricos./ Por ende, aíslate más,/ guarécete en ti,/ ve con paso firme a los parajes deshabitados,/ dirígete sin melancolía,/ sin temor a encontrarte,/ a hallarte semidesnudo y hambriento.../ cuando ya estés en el punto exacto/ la chispa del vacío te dará la bienvenida/ y el cáliz que guarece la gota sagrada/ sellará tus labios ahogando la escasa resistencia./ Licúa tu ser en la nada,/ vigorízate en el instante fugaz del presente,/ eclosiona cuantas veces sea necesario,/ porque la soledad nutre/ y el silencio es proteína.
Diez años después sigo preguntándome ¿qué sigue después del silencio? Diez años después la pregunta sigue vigente. Diez años después sigo intentando expiar en cada ejercicio literario mi segura profanación del silencio.
Maykelin José Saavedra Arriola nació el 29 de diciembre de 1984 Nicaragua. Aunque tiene rasgos asiáticos, no es originaria de ningún país de Asia Oriental, algo que siempre le preguntan, brindando una respuesta negativa con una luminosa sonrisa. Desde niña le apasionó la lectura y la literatura, despertando en ella el deseo de escribir poesía. Con el tiempo se fue incorporando a los círculos literarios, donde demostró su talento poético.
Jamás olvidaré las niñas de mi colegio que tocaban la guitarra, mientras las monjas, más modernas bailaban rock and roll. Tampoco esa amiga que viajó a Cuba por amor, ni la primera que vez que me caí de la bici en Parque Carabobo de Caracas, ni las dos veces que casi me ahogo en la piscina.
Transitamos por diciembre, el mes más acogedor, con un día veinticuatro que es dulce y evocador porque es cuando celebramos, con júbilo y devoción, el hecho más trascendente vivido tras la Creación.