Como verán, comienzo hablando en tercera persona, como si yo fuera ajeno a ese grupo humano que algunos mencionan como mayores, abuelos (aunque no tengan nietos), tercera edad e,incluso, viejos. Yo, para no cambiar, sigo empeñado en señalarlos como ancianos. Y lo hago en tercera persona, porque siempre he sido algo recatado a la hora de pedir algo para mí exclusivamente.
Una vez dicho esto voy a relacionar alguna de las cosas que los ancianos echamos de menos en los tiempos actuales: En primer lugar, que las demás personas sean capaces de respetar nuestra edad, tal como a nosotros nos enseñaron nuestros padres y abuelos y, también, nuestros educadores. Y que escuchen algunos de nuestros consejos que llevan el marchamo de la experiencia y la superación de los errores cometidos en los que ya no deben caer. Porque da la impresión de que, muchos jóvenes y adultos, pasan de reconocer que -en general- los ancianos (que hemos tenido una infancia, niñez, adolescencia y juventud, con escasas facilidades, comparadas con las que después han disfrutado nuestros hijos y nietos) somos un estorbo para los demás.
Y, en segundo lugar, que la sociedad actual deje de dar la espalda a nuestras ilusiones, preferencias y realización de actividades propias según nuestras posibilidades; que reconozca que somos los mantenedores y transmisores de unas tradiciones que hay que conservar para no distanciarnos emocionalmente denuestros antepasados.
Que no olviden tampoco, que al igual que nuestros deudos nos educaron con gran cariño y esfuerzo, ellos también lo han sido por los que ahora portamos la emblemática bandera de la ancianidad. Y, por último, quisiera recordar a nuestros gobernantes que no echen en saco roto lo que sobre nosotros dice el artículo 50 de la Constitución.
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