Les confieso que en este nuevo año que estrenamos, era mi propósito despegarme del decepcionante y frustrante clima político que estamos sufriendo y de la insoportable presión vírica que padecemos, para ocuparme de cuestiones mucho más inquietantes que están abocando a nuestra sociedad a un vertiginoso destino sin un horizonte definido en el escenario nacional e internacional.
Entiendo que hay debates y reflexiones que se hace necesario y urgente abordar, como son la ecuación seguridad y libertad; el vacío de valoresde nuestros jóvenes por la deficiente formación intelectual y humanística; el impacto de la nueva era digital en el desarrollo integral de las personas o el creciente deterioro de los derechos y libertades de los ciudadanos.
Andaba yo con estas cuitas, cuando he aquí que Garzón, ese “fistro” de ministro comunista (con minúscula) que padecemos los españoles, me obliga a distraer mi propósito, para dedicarle por segunda vez, una parrafada a su cesta de disparates gubernamentales que, desde el famoso chuletón de julio del año pasado, no termina de rebosar. A las inadmisibles críticas al sector turístico en plena pandemia; al sector del aceite y el cerdo; a los fabricantes de juguetes (con huelga incluida); al consumo de chuletones e incluso al del roscón de Reyes con nata, se une este intolerable daño al prestigio e imagen de España en el extranjero, con ocasión de una entrevista concedida al diario británico The Guardian, en la que acusaba a nuestra industria agropecuaria de utilizar perjudicialmente las macrogranjas españolas“porque contaminan el suelo, contaminan el agua y exportan esta carne de mala calidad, de estos animales maltratados”.
Considerar la portavoz del gobierno estas lamentables declaraciones, como realizadas a título personal, además de ser desmentida por el propio Garzón, demuestra la falta de respeto que Moncloa tiene a la propia inteligencia y sentido común de los españoles. La gravedad de los sucedido no son las opiniones en sí de un ministro, que si se hubieran realizado en sede parlamentaria, no pasarían de ser una parte más del penoso espectáculo que están dando casi todos los ministros y ministras. La gravedad estriba en que el Gobierno de España, sí el Gobierno en boca de su ministro, haya hecho una crítica a los empresarios españoles de la industria agropecuariaen un medio de comunicación británico con repercusión mundial.
Los silencios del Ministro de Agricultura y del propio Presidente del Gobierno son de una escandalosa cobardía y de una muy grave dejación de sus obligaciones con un ministro que, desde su ideología comunista, ataca persistentemente a fabricantes y a empresarios españoles que, además de crear y mantener el empleo, contribuyen con sus impuestos y cargas sociales al funcionamiento del Estado y del Gobierno, del que precisamente forma parte este desafortunado e innecesario ministro.
Desde mi atalaya, solo puedo pedir al Presidente del Gobierno, que por una vez se ocupe de España más que de sí mismo, que reconsidere la necesidad de que los españoles mantengamos ministros y ministras sin competencias ni ocupación y que si no cesa al representante gubernamental Garzón, asume como propios los ataques de su ministro a uno de los sectores más productivos y exportadores de nuestra nación, contribuyendo al deterioro constante de una España cada vez menos influyente y querida en el mundo.
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