Anoche me enteré que un día antes había faltado Douglas Trumbull, especialista en efectos especiales y ocasional director de cine. Siempre me gustó su trabajo, habitualmente asociado a John Dyckstra o a su padre, Douglas Trumbull sénior, con el que colaboró en el diseño de efectos especiales de varios clásicos de ciencia ficción que a todos nos suenan. Pero Trumbull junior siempre ha tenido un as en la manga para ganarme: "Silent running" (1972), o Naves misteriosas (o silenciosas, había cierta discusión sobre el tema en mi niñez).
Con esta ópera prima, Trumbull hizo llorar a toda una generación, la mía, de críos que vieron una aventura solitaria y fascinante que no tenía visos de acabar bien, pero de cuyo destino no había forma de apartarse. Muchas imágenes de esta película se han quedado dentro para siempre (es posible que sea una de los filmes de los que más fotógramas puedo evocar a vuelapluma). Es una película hermosa, iniciatica, sugerente, lánguida, de la que se han fusilado después decorados, imágenes, y hasta robots. También es una elección absolutamente personal en el que influye, seguro, la edad a la que la vi. Figurará para siempre en todos los top 10 que me haga en la cabeza.
Y la resolución del misterio es Trumbull, un genio de la economía de recursos, del menos es más, de la imaginación creativa, que diseñó espacios siderales e interiores fascinantes para Kubrik, Spielberg, Wise. Pero se guardó el corazoncito para sí mismo, pues no hay otra forma de crear maravillas que permanezcan incluso después de haberte ido.
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