A veces es imposible sustraerse a la tozuda realidad de los hechos y a las preocupaciones que generan entre los ciudadanos las decisiones que adoptan quienes tienen la obligación de administrar y gestionar sus intereses en una democracia como es la nuestra.
Lo que hoy está ocurriendo en el seno del Partido Popular no afecta solamente a la vida interna del partido ni a sus militantes y cargos orgánicos. Es toda España la que hoy mira a la sede de Génova 13 con la preocupación de que un edificio sólido desde hace casi cuarenta años (y no me refiero a los ladrillos), se tambalea de forma muy peligrosa para su estabilidad y la de la gobernabilidad nacional.
La trayectoria de un partido que ha venido siendo respaldada hasta ahora por millones de españoles que le han depositado su confianza en los procesos electorales nacionales, autonómicos o locales desde su refundación hace ya más de treinta años, se ve hoy mancillada por una esperpéntica lucha interna de poder, instigada por quienes precisamente deberían evitarla desde su responsabilidad de gobierno en la dirección nacional.
Esta grave crisis, similar a la que sufrió el PSOE cuando la defenestración de Sánchez en el fragor de una gran tormenta interna entre lágrimas e insultos, es una señal clara del fracaso de la transición generacional que se ha producido en los dos grandes partidos y que están dilapidando sin miramientos, el patrimonio político labrado a lo largo de muchos años, por hombres y mujeres que se han dejado la piel e incluso la vida, en defensa de sus ideales y principios.
El dramaturgo y crítico irlandés George Bernard Shaw decía que “el poder no corrompe a los hombres, los tontos, sin embargo, si llegan a una posición de poder, corrompen al poder”. El lamentable espectáculo que estamos presenciando de Pablo Casado y su Secretario General, atrincherándose para morir políticamente, frente al clamor de dimisión exigida por gran parte de de los cargos públicos y militantes, es una señal inequívoca de la ausencia de sentido común y lucidez en quienes pretendían llegar algún día al gobierno de España.
Pablo Casado al acusar pública y ofensivamente de corrupción a su compañera de partido y Presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Ayuso, emulando a Pedro Sánchez, ha dado un ejemplo evidente de cómo se puede corromper al poder.
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