Hace cuatro décadas la última dictadura militar argentina jugó su última carta ocupando las islas Malvinas, según dicen, intentando lavarse el rostro con una acción militar populista que no tendría mayores consecuencias. Las islas yacían casi olvidadas por Londres, y el gobierno de Margaret Thatcher padecía una aguda crisis.
Las islas, en poder de Inglaterra desde 1833, estuvieron cincuenta días ocupadas incruentamente, hasta que el 21 de mayo los ingleses desembarcaron y presentaron batalla. Los combates concluyeron en tres semanas, el 14 de junio de 1982 con el desalojo de las fuerzas argentinas. La guerra reverdeció una corriente autocrítica de historiadores argentinos, que llevaba décadas denunciando inicuos contubernios entre la banca y la diplomacia inglesa, y la burguesía intermediaria rioplatense, consumados desde que el país se supone que existe.
En las tercera y cuarta década del siglo XX, intelectuales como Scalabrini Ortiz hicieron foco en la penetración británica a través de préstamos y ferrocarriles británicos tendidos con un trazado que impedía todo desarrollo industrial.
Otro tema angular fue la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, que el revisionismo argentino desnudó como un genocidio infame inspirado y sufragado por el imperialismo inglés. El último escándalo estalló con la versión del tucumano José Ignacio García Hamilton, quien expuso en un libro que el General José de San Martín era mestizo, generando airadas reacciones de la historiografía europeizada que sigue las pautas ideológicas trazadas por Bartolomé Mitre.
Para evitar sorpresas desagradables, legisladores argentinos se opusieron a pruebas de ADN con los restos del Libertador alegando que llevarlas a cabo sería una "falta de respeto". Las autoridades de una sociedad de historiadores calificaron la versión de que San Martín era de raíces guaraníes como un complot indigenista urdido en Cuba por Fidel Castro.
Infelizmente para la historiografía liberal Argentina, todos los indicios dan la razón a García Hamilton quien llegó a ser agredido en ferias del libro. Alberdi, que lo visitara en sus últimos años, testimonia que San Martín era de tez oscura y rasgos indígenas, hablaba guaraní y en Chile su apodo era "el paraguayo". Una versión atribuye el cruce de los Andes a su entendimiento con pueblos originarios, cuyo favor obtuvo confesándose que también era "Indio".
Menos discutida es la imputación de que San Martín era un agente inglés, a pesar de las evidencias y de la gravedad que implica la acusación. Se debe puntualizar a favor de San Martín que fue antagonista de Bernardino Rivadavia, quien con Alvear intentó convertir a la Argentina en protectorado de los ingleses. Se llevaron una desilusión pues éstos no querían aquella República ni de regalo.
Rivadavia sí tuvo éxito gestionando el Empréstito Baring, que se pagó casi un siglo después y dejó un triste ejemplo a seguir para las futuras generaciones de argentinos. Queda por agregar en defensa de San Martín su aprobación a lo actuado por Juan Manuel de Rosas, modelo de gobernante con política exterior soberana, a quien legó su sable. Dicen que por voluntad de Rosas, el paraguayo Francisco Solano López acabaría siendo heredero de aquel símbolo, pero ya es otra historia. Queda por dilucidar si San Martín fue indio o agente británico, algo que está en terreno de la contradictoria historia de un país que hace cuatro décadas ocupó las Islas Malvinas. LAW
|