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¿Por qué no tengo fe?

Cuando contemplamos las maravillas que nos rodean, ¿podemos dudar de la existencia de un ser superior?
Manuel Villegas
martes, 26 de abril de 2022, 08:46 h (CET)

Posiblemente la creencia más extendida de en qué consiste la fe es creer en aquello que no se ve. Creemos en algo porque nos lo dice un superior o un amigo, o cualquier otra persona que merezca nuestra confianza, pero a la fe que yo me refiero es a la creencia en un ser superior que ha creado de la nada este universo que conocemos.

         

Repito que no tengo fe porque me basta con contemplar todo lo que me rodea, desde la más humilde flor hasta las maravilla de esas inmensas galaxias que contemplamos en la oscuridad de la noche.

         

Escojamos una planta cualquiera, un pensamiento mismo, cómo esa planta puede ofrecernos flores tan distintas y de tan diversos colores, como “sabe” qué sustancias ha de extraer de la tierra para exhibirnos esa variopinta diferencia de tonalidades dentro de la gama del arco iris.

         

Igual podemos decir de un ave cualquiera. ¿Quién le ha inculcado cómo ha de fabricar el nido con el que protegerá a sus crías, o el cuco que practica el parasitismo de la puesta? Todo lo que nos rodea depende de una causa necesaria y eficiente que le ha proporcionado la existencia.

         

Ciertamente quienes no creen en ella, los que se llaman ateos (αθέος, ateo, sin dios) dicen que en un principio existía la nada y que en esa nada estaba concentrada toda la materia en un punto tan minúsculo como la cabeza de un alfiler.

         

Vayamos por partes, eso es una contradicción en sí misma, o como dicen los griegos un oxímoron o contradictio in terminis, según los latinos, se contraponen dos términos opuestos. La nada por definición es la carencia de toda existencia, es decir, la no existencia. Parménides la definía como el no ser. Yo creo que es el vacío absoluto en el que no puede darse ningún tipo de existencia, por lo tanto, en la nada no hay lugar para que exista algo, ni materia concentrada ni algún otro tipo de cosa.

         

La filosofía analítica (Carnap) considera que el término no remite a ningún contenido ontológico, y que los metafísicos utilizan el término erróneamente, como si fuera realmente el nombre de algo, cuando sólo sirve para expresar proposiciones existenciales negativas.

         

Sigamos, aunque va en contra de la mayor, admitamos que había “algo”. ¿De dónde nace ese algo?, lo ha colocado alguien, o es inmanente por sí mismo. Si es inherente a sí mismo, es el principio de todo, o sea una fuerza que existe por sí misma, increada que perdura desde la eternidad, de ahí podemos deducir un panteísmo por el que todo lo existente es dios.

         

Pero una divinidad no puede, por principio, sufrir mudanza ni cambio porque perdería el permanecer en sí mismo. La materia que nos rodea está en continuo devenir. Existe un principio de Física que es la ley de la conservación de la materia por la cual ésta no se crea ni se destruye sino que se transforma. La divinidad no puede admitir transformación, dejaría de serlo ya que perdería su inmanencia. No puede separarse de su esencia.

         

Concluyo, tiene que existir un ser increado que existe por sí mismo. En el Génesis se dice que cuando Moisés en el monte Sinaí le preguntó a quien le entregaba las Tablas de la Ley en las que estaban escritos los preceptos a seguir por el pueblo judío, que quién era, le respondió ego sum qui sum, yo soy el que soy. El que existe por sí mismo, quien no necesita a nadie de quien depender.

         

Cuando contemplamos las maravillas que nos rodean, ¿podemos dudar de la existencia de ese SER SUPERIOR?

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