Conté mis años y descubrí que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora. Me siento como aquel niño que ganó un paquete de «dulces»; los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente. Ya no tengo tiempo para reuniones interminables donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada. Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido. Mi tiempo es escaso como para discutir títulos. Quiero la esencia, mi alma tiene prisa… Sin muchos «dulces» en el paquete… Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana. Que sepa reír de sus errores. Que no se envanezca, con sus triunfos. Que no se considere electa antes de la hora. Que no huya de sus responsabilidades. Que defienda la dignidad humana. Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez. Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena. Quiero rodearme de gente que sepa tocar el corazón de las personas. Gente a quien los golpes duros de la vida, le enseñaron a crecer con toques suaves en el alma. Sí…, tengo prisa…, tengo prisa por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar. Pretendo no desperdiciar parte alguna de los «dulces» que me quedan. Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido. Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia. Tenemos dos vidas y la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una y ésa, es la que debes disfrutar con moderación.
----------------------------- Poema de Mario de Andrade [Sao Paulo 1893 - 1945], poeta, novelista, ensayista y musicólogo. Uno de los fundadores del modernismo brasileño. Se lo dedico a todos aquellos que lucharon durante la dictadura y nos enseñaron el camino para continuar en la década de los 60, 70, 80, muchos de ellos torturados, otros cayeron asesinados de un tiro traicionero de los fascistas. También para los que aún viven y no queden en el olvido, anónimos luchadores que guardan silencio saboreando esos «dulces» que lograron, y aún participan con otro tipo de brío por ser menos jóvenes, pero con la esperanza que cojan el testigo las nuevas generaciones, porque mucho de lo conseguido se los están arrebatando y son pocos los que se dan cuenta.
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