Mantuve una conversación con el autor Antonio Martínez, en la que tocamos ciertos temas que son recurrentes en mi pensamiento insumiso. Recuerdo con enorme claridad la conversación, primero porque se produjo hace poco y mediante mensajes de voz de whatsapp y, sobre todo, porque se produjo en una tarde en que mi mente bullía más intensamente de la cuenta. La recreo como pueda, tomando la forma de entrevista, para que resulte más amena al lector. Formato de entrevista, de relato en primera persona, así me pidió Antonio que recogiese lo que hablamos, y que lo titulase tal cual aquí viene.
Con Antonio hablaba del presente, de cómo se asemeja inquietantemente a las grandes distopías, Un mundo feliz y 1984, por nombrar algunas de las mejores.
Antonio me dijo que creía que era de Gilles Deleuze la frase "La tristeza no genera inteligencia. Por eso en la tristeza estamos perdidos. Los poderes necesitan que los sujetos sean tristes". Justo ando yo releyendo por enésima vez Un mundo feliz, saboreando la enormidad artística y visionaria del monumento literario levantado por Huxley en esa novela. Qué enorme escritor. Qué vértigo causa leerle. Martínez y yo evocamos las cartas publicadas de Flaubert, donde éste dejó rubricado una y otra vez que Shakespeare es, según él, el mayor poeta, y ningún otro le hace la más mínima sombra.
Pues bien, releyendo Un mundo feliz pienso que Huxley rebosa esa marmorea grandeza shakesperiana que causa ese espantoso vértigo que refería Flaubert que sentía al leer al gran dramaturgo, el mayor dramaturgo.
Tú evitas la orfebrería en frío de la palabra, me dijo Antonio.
En efecto, le contesté. En mi primera etapa de autor pulía las frases como piedra, con cincel, tanto que se me enfriaba la obra en las manos y se me moría en los brazos, daba al mundo bellos cadáveres, cadáveres. Porque en caliente es como se hace todo. En caliente llegan y se van las estaciones, en caliente se produce la polinización, en frío no ocurre nada en la naturaleza. Ni en frío ni en tristeza. Llegamos a eso, Antonio y yo, a que la tristeza no es fenómeno natural sino creación humana.
Antonio me recordó a ese filósofo que hablaba de que la alegría no era algo real sino que había que llamarla. Si uno canta, llega la alegría, cantar es como abrir una ventana para que pueda entrar un pájaro. Ventana cerrada, imposible ver al ave, ni que se acerque. Ese filósofo decía que antes del sentimiento ha de haber hechos. Es importante esto, nos lleva a aquello, conversábamos mi amigo y yo, de que la actitud en esta vida y mundo lo es todo.
Me habló Antonio del victimismo, uno de los grandes trasuntos personales más usados por el humano del presente. Asumí esa realidad, la conozco en muchas personas cercanas. En mi caso, procuro que nadie advierta ninguna fragilidad mía, ni mis más cercanos. Puede que sea un error personal, más no estratégico en amplio, le dije a mi amigo, pues este es un lugar lleno de enemigos y los enemigos sólo le buscan a uno el punto flaco.
Desde pequeño he entendido que mostrar fuerza, trae fuerza, mostrar poder, trae poder y mostrar alegría atrae ese sentimiento. Esta cosa no es nada nueva, se trabaja en la ciencia psicológica, los condicionamientos mentales, etc.
Pero no se enseña en la educación general. Esa entereza de ánimo que nos permita ser invencibles incluso cuando creamos que el mundo real, o sea todo lo que consideramos importante en lo físico que nos rodea, se desmorona.
Cuando hablaba con Jesús Lizano, el poeta anarquista que este país dio en emparedar su palabra como hace, ineluctablemente, con los grandes genios, y si son subversivos, como Jesús lo era, más, Lizano me mostraba que en su mente anidaba un mundo distinto y paralelo al que habitaba su cuerpo. Quizá fuera lo que él llamaba el "Mundo real poético". No lo sé.
En mi caso, siempre intento bromear, un acto repetido durante largo tiempo se convierte en costumbre. La costumbre mantenida en prolongados años ya es carácter. Hay caracteres agrios, tristes y los hay poderosos.
El poder en este mundo no es poseer cosas físicas, dijo Antonio. De eso trataba entre otras cosas un trabajo en el que andaba, me contó. Estaba escribiendo un cuento de un señor mayor que vivía entre los árboles sin casi nada o nada y trabajaba una fortaleza sin posesiones físicas, el cuento no tenía título, por el momento. Le sugerí el de "Constructor de mundos", pero al tiempo le sugería otros más, a cuál peor, porque cuando intento meterme en obras de otros, no acierto. También creo le sugería de título "El campo pensando un hombre".
La terrible crisis climática que nos asola con estos calores en junio, esta ola de calor de la que salimos a pocos, que nos está matando, casi literalmente; los incendios que la industria cada vez prende en más cantidad y más seguidos. La tragedia de la esclavitud animal, las guerras porque se siguen vendiendo y fabricando armas...
Hay dos guerras, la externa y la interna, pero son la misma. Coincidimos Antonio y yo. Hablamos del genio de Nijinsky, que pudo crear un mundo propio (el de una nueva forma de hacer danza) dentro de este, y lo que le costó a su alma, a su carácter; en sus últimos tiempos la locura lo dominó pero, a fin de cuentas, fue un hombre libre.
Lo fue Artaud, Silvia Plath, Anne Sexton, Tolstoi; son mujeres libres la mimosa, la secuoya y la catarata. Son personas libres la lluvia, el sol y la marea.
Trabajar en ambos mundos, ahí la clave, pienso. Ser obrero de un mundo nuevo para esta Tierra, para la libertad de los animales, para que la tierra sea algún día respetada, sus ríos, bosques y cielos. A un mismo tiempo juguemos, y no caigamos atrapados en monigotes de las utopías negras de Huxley u Orwell, en Un mundo feliz se odiaba las flores y los libros, en 1984 no se podía pensar libremente en absoluto, allí tenía hasta nombre el pensar mal sobre alguien, el desear algo únicamente en el universo inconsciente del pensamiento desbordado, "crimental". El crimental en el mundo de "1984" es perseguido como un crimen real, lo mismo.
Concluimos Antonio Martínez y yo que hay que reforzar los mundos mentales, para reconquistar tierra (“he descubierto tierra", dijo Jesús Lizano en uno de sus más celebrados poemas).
Afirmo que visualizo muchos mundos, afirmo que habito un mundo que no siendo perfecto contiene lugares de calma. Afirmo que podemos todos penetrar en iguales habitaciones donde reír y estar en paz. Afirmo que todo esto existe aquí, al margen de que lo que ocurre en esta Tierra es real y debemos luchar contra los incendios y los pirómanos (por llamarlos de alguna manera).
Para luchar, no obstante, debemos primero jugar. Jugar, jugar, nunca dejar de ser el niño que el poder que busca que encajemos en esta fábrica mundial de muerte, el poder desea "adultos", adulto equivale a seres tristes y obedientes, serenos, pacíficos e indolentes.
Me encantará leer el cuento de Antonio cuando lo tenga terminado, porque el día en que nos demos cuenta de que El bosque piensa al hombre y de que El campo piensa a la mujer y de que El mar piensa a los niños, todo cambiará.
Y entonces reiremos. Hay parques felices dentro de nuestra cabeza. Eso lo sé desde niño. Es mi mayor poder. Y salvar palomas heridas. Traer la esperanza de nuevo a un amigo es ser el obrero que este mundo -todos los mundos- necesita.
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