Son cinco jotitas, las dos primeras llegaron en una caja de cartón, corría el año 1999, se llaman Pocha y Minia y recién nacidas entraron a mi vida cuando creía que ya no podría querer a ninguna otra mascota. Vinieron a sustituir un recuerdo muy amargo: la muerte, de otro gatito, Minio…
En el año 2002 llegó Nenita en brazos de mi hermana, una gatita tricolor que con cuatro meses no hacía más que dar besitos por haberla rescatado de vivir debajo de un camión pasando calamidades. Poco después, una gata callejera, “la vieja Tomasa”, parió con ocho años. Se había perdido unos días y cuando llegó lo hizo con dos preciosos siameses y un gatito negro precioso.
Nuestro morenito se colocó bien con unos amigos, pero peor suerte tuvo uno de los siameses que dimos a una señora, de la que obtuviéramos buenas referencias, pero demostró ser una villana ya que lo perdió en el camino a su casa. Rogando a Dios por encontrarle, pusimos papeles con su foto por todo el pueblo de Vertachaiám, y a los 17 días apareció… sí, cual milagro impredecible lo encontramos, pero en un lamentable estado. Mamá quiso que se quedara con nosotros, se llama Santy. Su hermanito Pedrito no tardó en unirse a lo lista, no quisimos probar a darlo por miedo a que le tocase una bruja como la que llevara a Santy.
-Hay más gatos, decía ella… Sí, pienso yo, pero no hay más Santys y es diferente vivir con un dueño que “sobrevivir” en las montañas.
Haciendo la suma ahora tengo cinco gatitos encantadores que se llevan muy bien y que por saber convivir juntos, están todos en casa. Creo que esta fue la consecuencia de haber querido llenar un hueco: mi Minio, al que veía como mi hermanito me había dejado, cuando yo hubiese deseado tenerle siempre, ese tesoro nos dejara con la cabeza baja y el alma en la sombra.
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