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Elecciones a la vista

Francisco Rodríguez
lunes, 30 de noviembre de 2015, 23:37 h (CET)
Comienza Diciembre de este año 2015 en el que han ocurrido muchas cosas y otras que quedan por pasar. El 22 será, como todos los años el sorteo de la lotería de Navidad en la que lo más seguro es que no nos toque ningún premio, sobre todo si no hemos jugado.

Pero el domingo día 20 nos tocará a todos un nuevo o no tan nuevo gobierno, tanto a los que voten como a los que no. Si hasta ahora se ha venido decidiendo entre dos opciones, la próxima vez seguramente será distinto. Nuestro sistema electoral, que necesita ser mejorado, ha hecho posible gobiernos con mayoría absoluta y gobiernos que la han conseguido pactando con formaciones nacionalistas, aunque ahora esta opción me parece poco practicable por lo que se llegará a difíciles acuerdos con alguno de los partidos emergentes que no sé si siguen soñando con la toma de la Moncloa con sus propias fuerzas.

Por lo pronto la campaña electoral ya empezó cuando las municipales y autonómicas o incluso con las europeas. Demasiado tiempo para distraernos con las agudezas de los tertulianos o los programas de entretenimiento político en todas las cadenas, pues seguramente les resulta más barato el caché de un político que de un artista.

Llega el momento de votar, y no el de responder a los entrevistadores de encuestas de encargo. Los dos partidos tradicionales ya los conocemos y a los nuevos también, pues los estamos viendo gobernar o hacer oposición en autonomías y ayuntamientos con realidades muy por debajo de las ilusiones que despertaron.

Se distribuyan como se distribuyan los 350 escaños del parlamento, más los del Senado, me parecen demasiados, más aun teniendo en cuenta los 17 parlamentos autonómicos, las diputaciones y corporaciones locales, los mil y un organismos, empresas públicas, sindicatos y no sé cuantas cosas más. Demasiada gente para cuidarnos, para gestionar, dicen, la cosa pública mediante los correspondientes sueldos, dietas y gastos de representación a costa de los sufridos contribuyentes.

Oigo a algunos que piensan en aumentarnos los impuestos y pocos que propongan racionalizar la política y la administración para hacerla más barata y efectiva. A lo más que llegan es a propugnar una administración on-line, sin papeles, a la que se pueda acceder desde internet o WhatsApp. Todo muy moderno, pero sin que se hable de una radical simplificación administrativa.

Habrá que leerse los programas de los partidos, aunque sea para comprobar cómo se incumplen. Del grave problema de la educación ya veremos si el libro blanco que prepara José Antonio Marina lo toman en serio los próximos gobernantes, sean los que sean, o si todo quedará en suprimir la religión o la enseñanza concertada que, por cierto, resulta más barata que la pública.

Del sistema de pensiones tampoco se habla mucho ya que la verdad es que está quebrado con una población de mayores que cada vez duramos más años y sin un aumento apreciable de cotizantes jóvenes. Siento cierta aprensión de si se querrá resolver el problema del envejecimiento de la población mediante una rigurosa aplicación de la llamada muerte digna o extremaunción civil.

La defensa de la familia y de la vida, realidades que están por encima de toda organización política, pues tampoco dicen nada los cuatro partidos que pueden llegar a gobernarnos.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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