Desde el año 2021 y tras la puesta en vigor de la ley orgánica que regula la eutanasia y el suicidio asistido, España se ha convertido en el cuarto país europeo que ha puesto en marcha dicho procedimiento. Me imagino que la aprobación de dicho decreto habrá cumplido las condiciones requeridas para ello. Unos sesudos expertos habrán puesto en marcha esta norma que ratifica el ¿progreso? de un país que, en según que aspectos, es de los más adelantados del mundo.
La persona que ha solicitado esta prerrogativa había demostrado su indiferencia por la ley, lo que le había llevado a tirotear a tres de sus compañeros y a un mozo de escuadra antes de ser abatido por un disparo que le dejó parapléjico. El “pistolero” de Tarragona ha solicitado, y conseguido, evitar el juicio mediante la aplicación de la eutanasia, en el hospital en que se hallaba internado en espera del mismo.
No soy quien para enmendarle la plana a nadie. Pero puedo tener mi opinión. Hay personas que no tienen capacidad –o la tienen disminuida- para determinar su futuro. Conozco un montón de casos en los que una serie de personas han pedido la muerte al enfrentarse con una enfermedad o unas circunstancias determinadas. Superado el trance, se han alegrado de que esta no hubiera sucedido. Ayer pudimos ver un ejemplo de lucha por la vida en la televisión. Más de noventa mil espectadores en directo y millones a través de la televisión nos solidarizamos con los enfermos de ELA (una gravísima enfermedad), en un partido de futbol en Barcelona organizado por un antiguo portero del Barça (Unzúe), a fin de conseguir calidad de vida para los mismos y una eficaz investigación para paliar ese mal.
Estimo que bastantes muertes producen las enfermedades o los accidentes, para que los humanos las aceleremos. Pienso que la humanidad, a veces, es demasiado extremista. Vigilamos con cámaras el maltrato a los cerdos o a las gallinas y aceptamos el aborto o la eutanasia de seres humanos con bastante permisividad.
Se que habrán muchas personas que no estén de acuerdo conmigo. Pero, repito, no me quedo sin emitir mi opinión. Termino diciendo que no me gustaría estar en el pellejo de los que han elaborado la ley de la eutanasia, la han aprobado y la han aplicado. Yo no dormiría muy tranquilo.
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