Desde que erróneamente aceptamos la falsa realidad de la “globalización”, una buena parte de la sociedad ha convertido el concepto “ecologismo” casi en una religión. Los valedores de esta doctrina, propugnan la defensa de la naturaleza a ultranza, y la preservación del medio ambiente. Pero la naturaleza es una fuerza viva que, en su propia esencia, se alimenta de un instinto que genera su conservación y desarrollo y, dejado este a su libre albedrío, termina por convertirse en un todo confuso, desordenado y salvaje. Es decir: la selva.
El problema es que en la tierra, el planeta que nos alberga, convivimos varias especies. Las más advertidas, la vegetal, la animal, y la humana. Todas nos alimentamos de ese instinto de conservación y crecimiento. Pero para que pueda ser posible la coexistencia y preservación de las mismas, es preciso que exista un riguroso equilibrio entre todas ellas. De lo contrario, la naturaleza, a la que consideramos nuestra madre, se convertiría en madrastra.
No es racional, ni sensato, que ninguna de las fuerzas que habitan el planeta crezca con predominio sobre las demás. Dependen unas de otras. Necesitan las unas de las otras. De no ser así, ello podría conllevar su propia autodestrucción.
Ejemplos incipientes de esta posibilidad, los tenemos con frecuencia en España. Osos que de noche se pasean libremente por centros urbanos, gasolineras y polígonos industriales buscando comida, lobos que realizan verdaderas matanzas en los rebaños de los ganaderos, o manadas de ratas que pueblan los parques públicos del centro de Barcelona.
Si un ganadero mata a un oso que está abriendo las tripas de una oveja de su cabaña, será acusado por cometer un delito de “infanticidio de osos”. Si se despedaza a un no nacido en el vientre de su propia madre, la ley lo ampara y lo denomina “interrupción voluntaria del embarazo”. Hoy, la vida de un animal, vale más que la de un ser humano.
Parece que ha aparecido una generación espontánea de pirómanos porque precisamente en uno de los años más secos que hemos conocido en décadas, se han quemado el mayor número de miles de hectáreas, y según los datos de las fuentes oficiales, casi todos los incendios se han producido intencionadamente. Es curioso que cuando pillan –rara vez— a alguno de los autores, y una vez que lo hayan detenido como acusado, ya nunca volvemos a saber del caso, pero la regeneración forestal para una superficie quemada, puede prolongarse hasta en 60 años.
La Policía, Guardia Civil, Fiscalía y agentes especializados en delitos de terrorismo siempre descartan la existencia de mafias organizadas. Concretamente, los informes de la Fiscalía, tanto en 2006 como 2017, concluyen que no existen evidencias de tramas criminales complejas ni organizaciones que actúen de manera coordinada y planificada. Por el contrario, advierten de una elevada intencionalidad, muchos descuidos y muchos problemas vinculados al medio rural que acaban en incendio.
El intentar apagar las llamas cuando hacen su aparición es el último recurso. El primero para prevenir los incendios es el de limpiarlos, hacer caminos rurales, cortafuegos, permitir el pastoreo de los rebaños que tan trascendente labor realizan en el cuidado del medio ambiente y como consecuencia directa, en la prevención de los incendios.
Gracias al pastoreo se conservan los bosques, se mantienen los caminos y cortafuegos despejados, se evita la quema de los matorrales, causa de la mayoría de los desastres forestales que padecemos cada verano, amén de que ellos sirven de alimento para las cabras y ovejas.
En la actualidad atravesamos una crisis energética de imprevisibles consecuencias futuras, a la que he hemos sido conducidos de modo rigurosamente planificado por interesados agentes propios y externos. La gran pregunta es: ¿Por qué hemos renunciado a explotar nuestras propias fuentes que tanto necesitamos?
En España, el petróleo es la principal fuente de energía primaria no renovable; supone el 42% del total y le siguen el gas natural (20%), la energía nuclear (12%) y el carbón (12%). El resto lo aportan las energías renovables (13,9%). Hemos sacrificado el 86% de nuestros propios recursos energéticos seguros, a la eventualidad de un inestable 14% de energías renovables que nos resultan extremadamente gravosas, y ese 86% de energía al que hemos renunciado, se lo compramos a otros países, naturalmente, sometidos a las condiciones que a su conveniencia nos imponen. Y todo, a pesar de que el presidente del Colegio de Geólogos de España, afirma que en nuestro suelo hay reservas de gas y petrolíferas para cubrir nuestras necesidades durante 60 o 70 años.
Les ponemos un veto radical a las energías térmica y nuclear porque las consideramos contaminantes. Tanto que a Francia le pagamos 75.000€ diarios —cerca de 30 millones anuales— por almacenar los residuos de nuestras exiguas centrales. Pero según datos del ministerio español para la transición ecológica, Francia tiene en funcionamiento 58 centrales nucleares—algunas de ellas, muy cerca de nuestras fronteras—y aún proyecta aumentar su producción con otras nuevas para luchar contra la crisis que se nos avecina.
La tecnología de las centrales nucleares ha evolucionado muchísimo en materia de seguridad. De cualquier modo, en el espacio no hay fronteras. En caso de un accidente en una de las centrales nucleares francesas, ¿España se libraría de sus consecuencias?
España no solo ha paralizado nuestras centrales térmicas, sino que las han volado para asegurarse de que no se puedan volver a poner en funcionamiento en el caso de una crisis como la que se nos avecina, cosa que por ejemplo se dispone a hacer Alemania, en el caso de que Rusia cortara el suministro de gas.
España ha empezado a comprar a Marruecos energía generada con carbón, después de cerrar las minas y volar las centrales térmicas que quemaban ese mismo carbón, pero autóctono, en Castilla y León, Asturias y Aragón.
Cerrar las minas y volar las centrales térmicas españolas —algo que no ha hecho nadie en el mundo— son acciones que generan paro, y pobreza, al tiempo que hacen cada vez más débil a nuestro país y dependiente de terceros —no siempre amigos— que se benefician de nuestra indigencia política. ¿Acaso la contaminación que produce Marruecos, estando tan cerca de la península, no atenta contra la preservación del medio ambiente español?
El ecologismo radical, encubiertamente disfrazado bajo la idea de la «defensa de la Naturaleza», es la aplicación de un comportamiento ético discriminatorio y excluyente, que abanderan las izquierdas. El ecologismo radical miente miserablemente cuando dice defender el medio ambiente. Aquí no se trata de salvar el planeta. Lo que se está librando es una auténtica guerra geopolítica y financiera, en la que como en toda guerra, morirán muchos, mientras se enriquecen unos pocos.
Es curioso comprobar como esta embaucadora idea, es fervorosamente defendida por las ONG, los programas de cooperación al desarrollo, los sistemas educativos, las películas, los periódicos, .los libros y en todo tipo de lecturas de las redes sociales. Diríase que se ha erigido en una falsa doctrina moral que ha de presidir nuestro comportamiento sobre el planeta.
Y es doctrina, porque cualquiera que se manifieste en contra de los términos extremistas con los que se viene aplicando, es automáticamente anatematizado por aquellos que tratan de imponerla y por sus ciegos seguidores. Es falsa porque una organización tan poderosa como es la Unión –desunida– Europea, en su momento, consideró contaminante la energía nuclear. Sin embargo, ahora que por causa de su irresponsable política en esta materia le está viendo las orejas al lobo, no ha dudado en declararla como energía verde no contaminante y son ya varios países los países europeos que han decidido volver a servirse de la energía nuclear.
Pero… ¿A qué estamos jugando? ¿Nos mentían antes cuando decían que era contaminante, o nos mienten ahora al decir que es verde? Sin embargo el señor presidente del Gobierno español, sigue diciendo que de nucleares ¡Nada de nada!
España está en manos de Francia, Rusia, Alemania, Argelia, Marruecos, y ahora también Italia. Somos el muñeco del pin, pan, pun, al que en la feria todos tiran sus pelotitas para tumbarle.
¿Quién mueve los hilos de la marioneta en que nos han convertido? ¿A quién obedecemos, y por qué? Pero no debe sorprendernos la tesitura en que nos encontramos, porque para quien su único objetivo es el poder por el poder, no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio. Y todo esto, utilizando como pretexto la inmensa tragedia en la que se encuentra sumida Ucrania.
Resulta difícil encontrar mayor mezquindad de la que están demostrando muchos políticos occidentales que solo miran su propia conveniencia electoralista y la de aquellos medios de comunicación que les hacen el juego, alineados con determinadas asociaciones, fundaciones y ONG’s de los que no estaría de más conocer, cuales son y de donde salen, los cuantiosos recursos que manejan para desarrollar las gigantescas campañas internacionales a favor de su supuesto ecologismo y en contra de una energía nuclear de la que se están aprovechando.
Si realmente llegásemos a conocer los oscuros intereses que pueden esconderse tras el verde que dicen defender, es posible que sus valedores, se pusieran rojos —como los tomates, pero de vergüenza— en el caso de que la tuvieran.
Todos debemos defender el ecologismo, pero no este, sino el ecologismo humanista que el inolvidable Miguel Delibes dejó plasmado en “El Camino”, “Las Ratas” o “Diario de un cazador”.
De lo contrario, la naturaleza, no será nuestra madre, sino nuestra madrastra.
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