"Jesús entró en un pueblo y vio a un gatito sin dueño, tenía hambre y gemía. Él lo levantó, lo puso dentro de su túnica, dejándolo reposar en su pecho. Y mientras pasaba por el pueblo, dio de comer y beber al gato, y lo confió a una de sus discípulas, una viuda, que cuidó de él".
Ante este hecho, alguna gente comentó: “este hombre se ocupa de todos los animales. ¿Son sus hermanos, para que los ame tanto?“. Y él les respondió: “estos son vuestros hermanos de la gran familia de Dios; vuestros hermanos y hermanas, que tienen el mismo aliento de vida del Eterno. Y quienquiera que se preocupe por uno de los más pequeños de ellos, y le de de comer y beber cuando pasen necesidades, me está haciendo esto a mí; y quien intencionadamente permite que uno de ellos sufra necesidades y no lo protege cuando es maltratado, está permitiendo este mal como si me lo hiciera a mí, y como hayáis hecho en esta vida, así se hará con vosotros en la vida venidera“.
Esta lectura nos lo confirma, la única ley posible y aceptada por Dios para con los animales, es cuidarlos. Y el que decida no hacerlo, no moleste al que lo haga, no lo descalifique ni humille y menos lo amenace, porque el único que debe ponerse a temblar es el que no se ocupa ni preocupa por ellos. Las cosas así serán. Así que, vela por tus gatitos y por cuántos gatitos veas por ahí.
Sacado de El Evangelio de los Doce. Capítulo 34: 7-10
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