Puede que haya quien sea capaz de asimilar fácilmente lo que está sucediendo en este país y la justificación que se le pueda dar a esta endiablada situación en la que nos encontramos los españoles, ante una situación que, inexplicablemente, y entre todos hemos sido capaces de crear, por el simple hecho de haber acudido a las urnas para depositar nuestro voto. En ocasiones nos revolvemos contra la fatalidad sin darnos cuenta de que no es tal y, si se produce, no es debido a otra cosa que a la capacidad absurda que tenemos los humanos de echar las piedras sobre nuestros propios tejados. Los resultados de los pasados comicios no por esperados o, al menos, intuidos, dejan de ser lo que son y de haber creado una situación de desconcierto tal entre la clase política y ante unos ciudadanos que, todavía, permanecemos perplejos ante la magnitud del disparate y desbarajuste que hemos sido capaces de crear en tan sólo unas pocas horas.
España is different. Para algunos España no era mejor ni peor que otras naciones, simplemente, era distinta y un destino exótico. Por supuesto, la España de nuestros días nada tiene que ver con aquella que era calificada con aquella peyorativa frase en la que se afirmaba que “África empieza en los Pirineos”. Sin embargo, nos guardaríamos mucho de aseverar que los españoles, en algunas ocasiones, no tengamos comportamientos raros, ideas incoherentes y instintos que podrían calificarse de autodestructivos cuando, en muchas ocasiones, estamos dispuestos a causarnos mal a nosotros mismos y a nuestras familias con tal de conseguir que, otros a los que envidiamos, odiamos o con los que sentimos rencores que, muchas veces, no tiene una explicación racional, si no es como una insania vengativa interna difícil de justificar..
Hemos tenido una campaña electoral a “cara de perro”, en la que más que propuestas sobre los temas que afectaban a la vida y bienestar de los ciudadanos, hemos tenido ocasión de contemplar como se destrozaban a tiras unos políticos con los otros, incluso los que podríamos considerar los más moderados, en un descarado intento de alcanzar el poder sin reparar en lo que era necesario hacer para desacreditar y machacar al adversario. A diferencia de lo ocurrido en anteriores ocasiones, el número de partidos que han luchado por alcanzar la gobernación de nuestra nación ha sido mucho mayor y con la particularidad de que el voto de la ciudadanía, anteriormente polarizado, prácticamente, en dos opciones; en el caso de los comicios recientemente celebrados la dispersión del voto ha sido la característica dominante, lo que ha dado por resultado un reparto de escaños que, por mucho que se intente entenderlo y, todavía más, encajarlo en un puzzle que forme un dibujo entendible, es imposible conseguirlo.
En otras naciones, en otros países más tolerantes donde la irritación entre unas regiones y otras no fuere tan radical; en los que la ciudadanía no estuviera tan separada por sus extremismos políticos y por su concepto de lo que es una nación o por las simples antipatías, odios y resquemores personales, muchos de ellos derivados de una guerra civil de la que ya han pasado más de setenta y cinco años; estos sentimientos tan extremos no se entenderían, ni serían motivo para atentar contra el propio bienestar de la comunidad, simplemente por satisfacer semejantes rencores, muchos de ellos derivados de lo que se puede considerar uno de los pecados nacionales: la envidia.
Lo cierto es que en los partidos políticos, como entre las personas, parece que las cuestiones personales también prevalecen sobre los intereses nacionales, hasta el punto de que se hace, de la confrontación de ideas con los que debieran ser meros oponentes o rivales políticos, cuestión de enfrentamiento, de crítica feroz y de causa de enemistad; de tal modo que llega, como ocurre en la actualidad con diversas formaciones políticas, a constituir un impedimento de tal calado que impide que la sensatez, la conveniencia, la utilidad pública y la propia razón de Estado, les permitan llegar a acuerdos que, como ha sucedido en otras naciones de nuestro entorno, hayan favorecido el afrontar una legislatura ( el caso de los demócratas y el partido de la señora Merkel, en Alemania) en la que ambas formaciones políticas han sido capaces de colaborar sin dificultad en beneficio del pueblo.
Las descalificaciones, las palabras fuertes, las acusaciones personalizadas y los vetos siguen siendo, aún después de celebradas las elecciones, los únicos contactos verbales entre los distintos partidos que han conseguido los mejores resultados en las urnas. Sólo uno de ellos, los comunistas de Podemos, han sacado ventaja de los rifirrafes entre los demás rivales. Ha sabido ocultar sus verdaderas intenciones, ha escondido sus auténticos propósitos y ha sido capaz de engañar, seducir, vender ilusiones y captar adeptos entre una amplia gama de ciudadanos desengañados de la política, desertores de la izquierda y, en particular, de entre la masa de 2.000.000 de jóvenes electores que han sido los más perjudicados por el desempleo y la crisis pasada. El desconcierto de los partidos tradicionales, de derechas y de izquierdas, ante la aparición en la arena política de los que, en su día, participaron en las protestas conocidas como el 15M, y los que fueron asesores de Maduro en Venezuela, ayudándole en su plan de imponer la autarquía y la dictadura en Venezuela; les ha impedido reaccionar a tiempo y desenmascarar a los que, con piel de cordero, guardan para sí su catadura totalitaria y sus intenciones dictatoriales.
Lo peor de toda esta algarabía, de la que los ciudadanos de a pie estamos rodeados, es que ni siquiera a los que nos sentimos responsables de evitar que España se convierta en una sucursal del comunismo internacional, nos queda la esperanza de que, si no cuajan los intentos de nombrar un nuevo gobierno y ante la evidente dificultad, casi insalvable, de que el PP de Rajoy consiga una mayoría que le pudiera dar estabilidad a su gobierno; el volver a acudir a una nueva celebración de elecciones legislativas, nos daría la garantía de que de ellas saliera una situación diferente a la que han dado las pasadas del 20D; antes bien, parece que a los que más les satisficiera que estos nuevos comicios tuvieran lugar, sería, sin duda, a los comunistas de Podemos que piensan, y no se equivocan, que la remontada que les ha permitido un resultado lo suficientemente holgado, con seguridad les seguiría favoreciendo para unos futuros sufragios.
Los primeros efectos negativos han sido el desplome de la banca y la caída espectacular de la bolsa el pasado lunes, apenas paliado por el 0’53% de ganancia del día de hoy. Europa está a la expectativa y todos esperarían que, la coalición que surgiese de las elecciones pasadas, fuera un acuerdo de gobernabilidad entre el PP y el PSOE, algo que, visto desde la óptica de los españoles y la cerrilidad con la que se muestra, un desconocido y radicalizado Pedro Sánchez, va a resultar un intento imposible. En todo caso, las advertencias, hasta ahora sutiles y muy diplomáticas, que van llegando de la UE, van en el sentido de la necesidad de mantener la estabilidad de España y el requisito de que siga manteniéndose en la órbita de la CE, sin estridencias al modo de las que ocurrieron con Grecia. Y refiriéndonos a los griegos, suena a sarcasmo que el señor Tsipras se haya manifestado tan eufórico, alabando el resultado de Podemos y la necesidad de que cunda en Europa su ejemplo, cuando él y Varufakis fueron los primeros que se quisieron enfrentar a las peticiones de la Troika, lo intentaron en varias ocasiones y, finalmente, tuvieron que plegarse a todas las condiciones que les fueron impuestas y aceptar los recortes que dijeron que nunca iban a aceptar. Resulta ridículo que un dirigente de una nación, que tuvo que plegarse y rendirse a lo que le fue impuesto desde Bruselas, salga ahora a hablar de un triunfo que, positivamente, sabe que no tiene ninguna posibilidad de salir airoso en el caso de un desafío a la UE, que es quien tiene las llaves de la financiación de España y la que tiene los bancos, como el BCE, que dicen a quien hay que ayudar y a quien no.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos cuesta admitir que los comunistas bolivarianos de Podemos sean los que, finalmente, consigan imponer su comunismo trasnochado sobre el pueblo español. Todos sabemos, al menos los que nos hemos preocupado por conocer las consecuencias nefastas que, para España, tendría la llegada de una revolución comunista, que en la Europa de Francia, Alemania, Holanda, Bélgica y el resto de países que la forman, sería radicalmente rechazada, en el caso de que, el nuevo gobierno que se constituyese en España, pretendiera salirse de las normas establecidas por el Parlamento Europeo. Preferimos no pensar que esta circunstancia pudiera llegar a suceder, por el bien de nuestra nación y de los españoles.
|