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Envejecer es inevitable

Recordemos la vieja canción que decía: al atardecer de la vida te examinarán del amor
Francisco Rodríguez
martes, 11 de octubre de 2022, 11:59 h (CET)

Creí siempre que sería capaz de cualquier cosa que me propusiera y he vivido contento y feliz asumiendo tareas, andando rápido, repartiendo sonrisas y riendo por cualquier motivo, pero no sé cuándo empecé a andar más despacio, aunque no le di demasiada importancia, los peldaños dejé de subirlos de dos en dos… dejé el automóvil con el que fuimos a ¡tantos sitios!


Empecé a preocuparme cuando observé que olvidaba cosas recientes y recordaba cosas de cuando era niño, poesías recitadas en el colegio, refranes usados por los mayores con los que conviví, que no había vuelto a usar y que de golpe volvían a mi memoria.


Observó también que muchas de mis habilidades soy ya incapaz de repetirlas, como mantener en equilibrio una regla sobre la nariz o subirme a una escalera para cualquier arreglo. (Tengo prohibido usar la escalera para alcanzar los estantes más altos de la biblioteca).


De forma silenciosa he cambiado, he envejecido, ya no soy el mismo, aunque siga con el DNI que me recuerda que nací hace casi ochenta y cinco años.


Dándole vueltas a esta intempestiva toma de conciencia de mi vejez, comprendo que Dios me da un serio aviso. Tengo que ir acabando mi faena y revisar lo que puedo rectificar de mi pasado, si hice daño a alguien, si he dejado de hacer el bien, pudiendo, muchas veces, si hay personas a las que detesto y no sé cómo remediarlo... etc. etc.


Me queda poco tiempo para examinar mi larga vida e intentar las rectificaciones que me sea posible.

He escrito muchas veces en mis articulillos “que después de esta vida hay otra” y veo que esa otra vida está para mí mucho más cerca. ¿Cómo la utilicé? Dios no necesitará preguntarme porque todas mis acciones están presentes ante El y cuando esté en este examen, no podré copiar, ni buscar excusas.


Pronto harán sesenta años del matrimonio que contrajimos, como manda la santa Madre Iglesia y del que no nos hemos arrepentido nunca. Hemos tenido una extensa familia a la que no sé si les habremos transmitido una educación adecuada. Estoy satisfecho de todos ellos, aunque comprendo que el mundo que les ha tocado vivir es distinto al que vivimos nosotros.


Y hablando de este mundo, me preocupan los fantasmas que lo agitan, desde luchas de partidos y banderías hasta tambores de guerra. Ya había olvidado la guerra de Corea, con su paralelo 38, la caída del muro de Berlín, la bomba atómica sobre Nagasaki, la destrucción de las Torres Gemelas o las bombas de Madrid, cuando la guerra de Ucrania retumba cada vez más cerca. Los organismos que se crearon para hacer posible una nueva convivencia parece que no sirven de mucho ni de poco, son inútiles.


Seguramente ya no estaré aquí para ver si las cosas mejoran o empeoran. Rezaré para que los que tienen poder de decidir entiendan que matar al prójimo nunca es una buena solución, desde los tiempos de Caín y Abel.

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