En la memoria anual correspondiente al año 2021, la Fiscalía General del Estado destaca un dato preocupante. Se trata del aumento del número de delitos de odio. Si alarmante es la cifra lo es todavía más la radicalización de los políticos y la polarización del debate político que vomitan odio y violencia. Es decir la crispación del debate político al cual ha contribuido la irrupción de un partido como Vox, está generando un clima que la Fiscalía considera preocupante.
Un comentarista anónimo expone: “Compartimos totalmente y respaldamos y damos soporte al llamado de la Fiscalía a los dirigentes políticos a revertir esta situación por las graves consecuencias que se derivan. Si nuestros políticos convierten el necesario diálogo y las discrepancias democráticas en crispación, insultos, descalificaciones, contribuyen con su conducta a que personas o colectivos de nuestra sociedad se radicalicen y se vuelvan intolerantes, con el consiguiente reflejo en conductas y actuaciones que se traduce en delitos de odio y de violencia”.
Tanto la Fiscalía como el comentarista anónimo hacen un diagnóstico de los políticos que generan violencia con su radicalización, pero no aportan solución al dictamen. La radicalización de los políticos es un reflejo de la de los ciudadanos. Lo único que consigue la verborrea violenta de los políticos es despertar y estimular en los ciudadanos la radicalización de su comportamiento que yace dormida en su interior.
Elihú, uno de los amigos del patriarca Job que fueron a visitarlo para consolarlo en la grave tribulación por la que estaba pasando, dijo: “¿Podrá gobernar alguien que odia la justicia?” (Job 34: 17). Evidentemente no. Pero, encontrar una persona justa es tan difícil como hallar una aguja en un pajar. En el mundo se encuentran tantas personas injustas que tendremos que hacer lo que hacía el filósofo griego Diógenes que a plena luz del sol iba por la calle con un candil encendido buscando un hombre. Así nos va la política por la ausencia de personas justas.
El narcisismo, con la divinización que hace del hombre impide que los gobernantes rectifiquen sus políticas aberrantes. Hablan mucho de diálogo pero lo que practican es una perorata de sordos. Mutuamente, los dialogantes se acusan, pero ninguno de ellos quiere cambiar su política errónea. Debido a que ninguna de las partes acepta consejo, la situación empeora.
El gobernante “es un servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme, porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo” (Romanos 13:4). Para que el gobernante sepa distinguir entre el bien y el mal, el bien para premiar a quien lo hace y el mal para castigar al malhechor, es imprescindible que sea persona justa.
“Nuestra república necesita con urgencia dirigentes que se atrevan a decir lo que creen es recto y justo, no importa el número de quienes se le opongan. La mayoría puede equivocarse y no promueven la verdadera democracia si ignoran la minoría aunque sea la minoría de uno. Con urgencia se necesitan dirigentes que atrevan a decir lo que necesitan escuchar, no lo que quieren oír” (Richard C. Halverson).
Nos volvemos a encontrar con la urgencia de hallar personas justas que se hagan cargo de la administración de los asuntos públicos. Alrededor de Diógenes en su busca de un hombre justo no se encontraba ninguno que lo fuera.
Abraham Lincoln, que fue presidente de Estados Unidos, dijo: “Nada es políticamente correcto lo que moralmente sea equivocado”. Es imprescindible que personas justas se hagan cargo de la política si es que se desea que la radicalización con todos los perjuicios que la acompañan se convierta en tolerancia y respeto a lo que es diferente aunque uno solo sea diferente.
Las personas no nacen siendo justas, se hacen. Tanto Diógenes como Richard C. Halverson no encontraron ninguna persona justa porque es una rara avis. Ni revolviendo el pajar se la va a encontrar.
A diferencia de nosotros que buscamos a buenas personas, Jesús busca a pecadores que son rechazados por la elite religiosa. El escenario es el comedor en la casa de Mateo el cobrador de impuestos que había invitado a Jesús a comer. Los comensales eran cobradores de impuestos y pecadores, chusma para la elite religiosa. Los fariseos que formaban una secta religiosa que gozaba de mucha influencia en aquella época la constituían hombres que se consideraban justos porque presumían que cumplían a raja tabla la Ley de Dios. Estos religiosos al descubrir que los invitados que estaban sentados alrededor de la mesa eran cobradores de impuestos y pecadores, acudieron a los discípulos de Jesús para quejarse diciéndoles: “¿Cómo es que vuestro Maestro come con los cobradores de impuestos y los pecadores?” Escuchada esta protesta, Jesús se dirige a los protestantes y les dice: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Mateo 9: 9-13).
Los injustos son los que por la fe en el Nombre de Jesús les son perdonados los pecados y se convierten en justos. En esta tarea colaboran las iglesias cristianas si es que anuncian el Evangelio tal como está redactado en la Biblia y se le interpreta con la ayuda del Espíritu Santo que inspiró a los hombres que lo escribieron. “Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4: 11, 12). Fuera de Cristo no hay personas justas.
|