Si no los siega la guadaña de una muerte con dientes de leche porque nacieron "sobrantes" o con algún "defecto" para la función cinegética, o si no lo hace una muerte ya desdentada porque el tiempo los convirtió en enfermos o incapacitados para seguir cazando, lo hará una muerte con dentadura de plomo y aliento de pólvora durante alguno de sus "lances", pero será en cualquier caso de forma prematura cual bebé débil nacido en Esparta, cual esclavo con fragilidad en sus ancianos huesos o cual soldado enviado a una guerra que no inició ni pidió y en la que muere porque otros decidieron jugar a matar.
Y eso le ocurrió al perro Zar. Su dueño, cazador, nos lo relata con una aflicción tan atravesada por placer, orgullo y deseo de continuidad que su pena queda reducida a pesadumbre de fogueo. Acompañando a la imagen que publica del cadáver perforado de su podenco con griffon bajo un sudario de nieve ensangrentada, nos deja un tambor cargado con reflexiones que, por su hipocresía y crueldad, deberían hacer blanco en la ética y capacidad de la sociedad para movilizarse, que tendrían que provocarnos el llanto, la náusea, la rabia y la decisión de ponerle fin a estos hechos tan continuos como atroces.
Repasemos la imagen adjunta: «Cosido hace un mes y demasiado picado ya —nos cuenta».
Es decir, que las heridas recientes de este desdichado animal se iban superponiendo sobre otras más antiguas en una estratigrafía que nos habla de una vida de sufrimiento restañado en cada ocasión por un nuevo sufrimiento; pero nada de eso pareció conmover a su dueño que volvía a exponerlo una y otra vez hasta que en una de ellas se puso un epílogo de agonía y muerte a esa vida en la que cada capítulo se escribió con tinta de sangre y renglones de miedo y dolor. «Su vida la dio para lo que fue creado –nos explica».
O sea, que para su amo Zar vino al mundo exclusivamente a ayudarle a matar y a ser herido hasta morir él mismo. Su función, como la de las chirucas, los cuchillos o los 4x4 de este cazador, era la de herramienta al servicio de la caza, útiles hasta que las roturas, las mellas o el gripaje del motor las enviase al vertedero. «Pensando en renovar unos cruces —nos confiesa».
Aquí, este escopetero, antecede esa intención hablando de sus lágrimas por el perro, pero inmediatamente se le mezclan con las babas de un proyecto que le colma de ilusión: la cría de nuevas herramientas que tendrán una vida y un final muy similares a los de Zar, desechando sin duda por el camino en una selección miserable y delictiva aquellos que desde un principio sepa inservibles para lo que constituye su diversión: matar animales.
Zar representa a todos los perros de cazadores y a todos los cazadores representa el propietario de Zar, porque no hay empatía en quien hace de la muerte de inocentes su pasatiempo, y porque sólo puede existir rechazo a una Ley de Protección Animal para sus perros en quienes antes por no valer, después por no seguir valiendo ya o durante para poner a otros en su lugar, los abandonan, ahogan, ahorcan, despeñan, dejan morir de hambre y sed atados o fotografían tras haber encontrado su cuerpo destrozado.
Y a este tipo de personajes, que llenan redes y montes de muertos mostrables y cheniles o fosas ocultas de víctimas inconfesables, es a los que quiere regalar impunidad el @PSOE @sanchezcastejon -mientras condena a sus perros- con esas Enmiendas de la vergüenza a la LPA. A sus perros, a pichones, a gallos…
#MismosPerrosMismosDerechos
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