Cuando te crías en un hogar donde:
- Tu padre sale de casa con una escopeta al hombro y cargado de munición.
- Tu padre regresa a casa sin munición y cargado de muertos.
- Llega en un día en el que tu padre te lleva con él entre los dos instantes anteriores.
- Huele a hemorragia reciente.
- Resuena el eco de estertores de agonía.
- Te enseñan que matar animales es divertido.
- Te dicen que matar animales es motivo de orgullo y demostración de virilidad.
- Los cadáveres tiroteados forman parte de tu día a día tanto como darle un abrazo y un beso de buenas noches a mamá, con sangre de inocentes todavía en las manos y la sonrisa de haberla derramado aún en los labios.
- Tienes acceso a las armas y sabes cómo utilizarlas porque tu padre te leyó ese capítulo cada día, y con las páginas de la empatía hizo una hoguera para quemar tu capacidad de conmoverte ante el sufrimiento ajeno...
Es decir, cuando creces y te educas en una casa donde la #caza es pasatiempo, satisfacción y arrogancia pasan estas cosas. Lo hemos visto tantas veces que la ceguera moral de ciertos políticos (la mayoría) para permitir rifles y escopetas en manos de personajes violentos, para eximirles de un control que sí ejerce sobre otros ciudadanos y para subvencionar sus atrocidades ya no tiene justificación, y eso les convierte en cómplices de los innumerables muertos que el mundo de la caza van dejando. Innumerables no sólo los cadáveres de animales, también los de humanos.
Alfonso, hijo de cazador, experto en armas y autor de los asesinatos en Argamasilla de Calatrava, es el último de aquellos que con tanta frecuencia cruzan la línea entre rifles que pasan de disparar a corzos a cazar personas, y ese agricultor y el policía local sólo son los dos últimos cuerpos en ocupar unos ataúdes en esas circunsstancias, atravesados en este caso por un Remington de caza mayor calibre 30-06 (da igual el modelo, todas matan).
Habrá mas, muchos más, que se sumen al primero por "accidente", por arrebato o con premeditación, y habra muchos, muchísimos más, que se añadan a los segundos por ser compañero de cacería, paseante próximo a una montería, vecino que discute por una linde, particular que recrimina que cacen junto a su vivienda, pareja que quiere dejar de serlo o agente de la autoridad que trata de identificarlo.
«Un niño con un libro de poesía en las manos nunca tendrá de mayor un arma entre ellas». (Gloria Fuertes).
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