A lo largo de la pasada semana nos han estado anunciando la posible caída de los restos de un cohete espacial chino sobre alguna zona de España. De hecho estuvo amenazado el tráfico durante unas horas en el espacio aéreo hispano. La buena noticia, que hemos conocido posteriormente, es que esos restos cayeron en el Pacífico Sur hace un par de días. Además del susto que nos han hecho pasar, nos queda la impresión de que los chinos se han soltado la coleta y han pasado de una invasión pacífica, en forma de tiendas “de chinos”, a una incursión, no tan ingenua, en la economía de los países europeos en forma de inversiones multimillonarias que se están haciendo con mercados de mucha importancia. Los chinos son amables, obsequiosos, excelentes comerciantes, tenaces, trabajadores en grado sumo y muy formales en sus negocios. Parece ser que los que han venido a España provienen todos de una pequeña zona de la gran China. Menos mal. Cuando vengan de todo su territorio nos van a echar de España. Se apoyan económica y laboralmente entre ellos y se adaptan inmediatamente al lenguaje y las costumbres de nuestro país, envían a sus niños a nuestros colegios y hablan un hispano-chino desde el primer día.
Se han quedado con “el tinglado comercial” de inmediato. En España todo empezó con el “todo a cien” (que pasó al “todo a un euro” -la subida porcentual de precios más espectacular de los últimos años-) y continuó con unos “tiendones” que parecen sucursales del Corte Inglés. En mi barrio hay un par de ellas con más departamentos que tienen los almacenes Harrods londinenses. En el lenguaje diario de los españoles, ya no se escucha “voy a la ferretería, al establecimiento de tejidos y confecciones, a la tienda de regalos, de muebles y complementos, incluso colmados o panaderías”. Se dice tan solo: voy al chino. Su horario es abierto mientras que haya clientes. Y siempre hay lo que buscas en el “último pasillo a la izquielda”. Su otro brazo, los restaurantes económicos, se sigue manteniendo. No sé el porqué. Los veo bastante vacíos. Jamás he osado pisar sus umbrales, coger los palillos y comerme un “lollito de primavera”. Pero todo se andará. Ya mismo estarán haciendo espetos o cocinando hamburguesas. Se adaptan pronto. ¡Cómo cambian los tiempos y las costumbres! Los jóvenes han pasado de estudiar inglés y francés, a aprender ruso y chino (mandarín por supuesto). Por cierto, no olvidemos el árabe. Las pelas vienen de por allí. Insisto. El que no nos caiga un meteorito o basura espacial en lo alto de la cocorota, es una buena noticia. Tenemos el espacio sideral con más desperdicios que la calle Larios después de una noche de feria. Me imagino que en el futuro deberemos andar con casco por las calles. Camine pero seguro.
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