Si Napoleón hubiera hecho caso a Talleyrand probablemente no habría terminado en Santa Elena. Pero, naturalmente nuestros dirigentes, tanto de dentro como de fuera, no tienen tiempo para leer sobre cosas tan antiguas. Talleyrand, que era un maestro en el arte de la diplomacia, decía que había que tratar a los enemigos como a futuros amigos y a los amigos como a futuros enemigos. Para quienes se escandalicen, hay que decir que la diplomacia y la estrategia son, entre otras cosas, la ciencia del engaño, no una búsqueda moral, a pesar de que finjan basarse en ello. Cuando veamos moralizar a un estratega, desconfíemos, seguramente es una maniobra de distracción. Es algo que en una conferencia de José Antonio Zorrilla –exembajador en Georgia-- no lograba entender una defensora de los derechos humanos. Donde sí hay una gran escisión es entre los buenos y malos estrategas. Ahí la diferencia es abismal. Mientras unos sirven a la victoria, los otros llevan al desastre. Nunca nos ha gustado Churchill, pero tenía frases muy ingeniosas: ¿En que se diferencian los humanos de los animales? En que estos nunca se dejarían liderar por un estúpido.
No da la sensación de que en Europa se acuerden de Talleyrand, de Clausewitz, o de Haushofer. Como mucho se quedaron en Mackinder, interpretando sus ideas como una especie de mandato. De España no decimos nada porque nunca hemos entendido su política exterior, que debe ser habilísima por invisible.
Clausewitz, militar alemán, decía que meterse en el Este era perder; que mejor era enfrentarlos entre ellos. Karl Haushofer, --no confundir con el hijo, Albretch, fusilado por las SS-- tampoco aconsejaba un enfrentamiento Este Oeste, en cuanto consideraba que el resultado sería debilitar a Alemania en beneficio de las potencias marítimas del mundo.
No obstante, y atravesando el Atlántico, parece que cada vez hay más comentarios en los medios de comunicación de EE.UU. argumentando que el “pivote hacia Asia” iniciado hace años por Obama, está produciendo los efectos contrarios; y que, añadimos nosotros, sin dañar excesivamente a EE.UU. sí pueden perjudicar gravemente a Europa.
Andreas Nölke, profesor de ciencias políticas de la Universidad Goethe, sostiene que "a nivel mundial, no hay ninguna economía que esté más expuesta a los cambios de la globalización que Alemania". No olvidemos que a este país se lo considera la locomotora europea, y que si a él le va mal, lo mismo o peor le ocurrirá a los demás.
Martin Brudermüller, director general de BASF, por su parte afirma que "las desafiantes condiciones en Europa están poniendo en peligro la competitividad, lo que nos obliga –a ellos, los alemanes-- a ajustar nuestras estructuras de costos lo antes posible". Este ajuste es –según informa elEconomista-- salir del continente en búsqueda de energía más barata y una menor volatilidad. ¿Y cuál es el destino donde para BASF se dan estas condiciones? Parece que en China y en EE.UU.
Hay que aclarar que BASF es la industria química más importante del mundo, un centro de producción con dos mil edificios y 40 mil empleados. También hay que añadir que la deslocalización de esa empresa no representaría sólo la destrucción directa de 40 mil puestos de trabajo, sino que habría que añadir 400 mil más indirectos. Y así Michelin, Yara International, ArcelorMittal, y un largo etcétera que está buscando mejores precios e incentivos y mayor estabilidad en el mercado energético.
Para mejorar la situación, a todo esto se suma una ley norteamericana destinada a la reducción de la inflación que, buscando las inversiones en su país, ha alarmado a franceses y alemanes. No sabemos por qué no ha tenido el mismo efecto en el resto de la UE, incluida España. No debe ser una exageración cuando el ministro francés de Finanzas, Bruno Le Maire, refiriéndose a ley ha dicho textualmente que “debemos decir claramente a nuestros socios estadounidenses que es un gran problema para nosotros. No es aceptable. Podría suponer un gran choque para la industria europea”.
Según Euronews, las industrias europeas temen que dicho proyecto de ley, que otorga un crédito fiscal por cada componente producido en una fábrica de Estados Unidos, reste inversión potencial al continente. La norma, aprobada en agosto, también proporciona un crédito fiscal del 30% del coste de las fábricas nuevas o mejoradas que construyan componentes de energías renovables.
Frente a este panorama sería bueno que los distintos responsables europeos, tanto ejecutivos como legisladores, informaran directa y asiduamente en sus respectivos Congreso nacionales. Evitaríamos que mañana nadie pudiera decir Diego.
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