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Gente tóxica

Toleramos demasiadas influencias nocivas
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 2 de diciembre de 2022, 10:15 h (CET)

En la brega constante de la vida, corremos el riesgo de intoxicarnos en algún tramo del recorrido, nadie se libra de ese riesgo. Es fácil desviarse de las maniobras idóneas para resolver los problemas; máxime al no contar con instrucciones detalladas para cada ocasión, nos apañamos con los recursos asequibles. Percibimos la gran dispersión de los conocimientos, con las particularidades de cada sujeto al asimilar las condiciones. Hasta la buena voluntad depende de por donde sea observada. A dicha laboriosidad natural, por si faltaban inconvenientes, se unen las personas MINADORAS; se introducen en las demás provocando auténticas intoxicaciones demoledoras. Desestructuran las intimidades y empeoran los proyectos de convivencia.


Los afanes de esta gente minan las cualidades ajenas e incluso las de ellos mismos en un alarde de actuaciones sombrías; configuran un penoso carrusel de mediocridades, que se imponen sobre cualquier otra maniobra meritoria. De un vistazo comprobamos la gran variedad de sus manifestaciones expresadas con escasos reparos, alcanzan a amplios sectores existenciales, en lo individual y en lo colectivo. Si repasamos el talante de estos comportamientos, están centrados en un RUMBO encaminado a la disgregación, con intensidades desiguales. Pueden ser más o menos conscientes de sus influencias maléficas según el grado de su perversidad o estupidez, generando responsabilidades de diverso calado; pero siempre con efectos desfavorables.


Mientras viajamos por esta existencia, los conceptos erróneos se introducen en los procesos mentales; la misma idea del error es ambigua según sean los condicionantes involucrados. Ante la inevitable inseguridad, en cualquiera de las posiciones defendidas subsiste la incertidumbre de fondo; nos perdemos en demasiadas ocasiones detrás de absurdos deleznables. Los nombres, opiniones, proyectos, están inmersos en una oscilación básica constitutiva. Sufrimos los efectos de numerosas ruindades sociales, siendo llamativa desde su abundancia, la de ese intento de SUPLANTACIÓN de unas incertidumbres por otras. Vivimos en el acecho persistente de esos comportamientos, causantes de enormes sufrimientos.


Podemos preguntarnos por el principio y el triste final, de dónde venimos y cómo acabamos, aunque nadie consigue aclararnos los entresijos distantes. Entre los citados extremos, vivimos en contacto con infinidad de circunstancias, sin tener muy claro aquello que dependa realmente de las decisiones propias; las conexiones son incontables, personales, moleculares, con los seres vivos y con el mundo físico. Pudiéramos asumir los contactos como la parte apasionante de la presencia humana. En esa tesitura surgen las acciones de aquellos individuos que denomino PODADORES, dedicados a cortar iniciativas de la gente, impiden las ramificaciones espontáneas; provocan amputaciones innecesarias e intolerantes.


Los estímulos favorables para el desarrollo de los individuos con sus peculiaridades son espléndidas ayudas para afrontar las dificultades y desánimos, podemos afirmar que son necesarios. En sentido contrario, proliferan las actitudes ladinas empeñadas en apoderarse de esas peculiaridades individuales y servirse de ellas, con el doble efecto de dominación y aprovechamiento sectario. Una peligrosa ponzoña para la vida comunitaria. Actúan como verdaderos ARRASTREROS, dedicados a forzar al mayor número de gente para que funcionen al servicio de sus trapicheos. Idean para ese fin estrategias rebuscadas, señuelos, consignas ideológicas, presiones laborales o manipulaciones informativas; sin escrúpulos por parte de sus promotores.


Parece natural la aparición de inclinaciones contrapuestas al hilo de las personas intervinientes y sus características; resultan también saludables las agrupaciones de elementos liberados de las manipulaciones coactivas. No obstante, suelen detectarse fenómenos de ensimismamiento, retroalimentando sus decisiones desde dentro, sin contar para nada con las actitudes foráneas; de esa forma se agranda la bola de nieve separadora y la divergencia irá in crescendo. La entrada en ese círculo VICIOSO invalida a esos individuos para el diálogo social pertinente, no están abiertos ni a la percepción ni al intercambio franco. De esa manera, incrementan el desapego frustrante entre quienes comparten penurias.


Si existe en la vida algo tan molesto y denigrante que nos hunda en la miseria, es la detección de ciudadanos sin brasas en su interior, apagada cualquier inquietud, sea por iniciativa propia anulada o deformados por la realidad comunitaria. La cortedad de la vida no es óbice para los retos cambiantes en la sucesión de circunstancias. Eso nos lleva a lamentar primero y evitar en lo posible aquellos comportamientos tóxicos de los ciudadanos GEOMÉTRICOS, por su conducta adherida a unos dibujos fijados para toda su vida. Citamos los círculos viciosos, pero las figuras truncadas o de una línea inamovible no faltan, y merecen un apartado especial las mentes cuadradas incapaces de adaptarse al respeto mutuo.


Las filias o fobias están presentes ante tantas situaciones controvertidas y personas afectadas; ya no parecen aceptables las actitudes sumisas a esas disputas, como si no dispusiéramos de los razonamientos adecuados. En ese sentido, la cerrazón GEOGRÁFICA acaba siendo agresiva porque polariza las divergencias, con el añadido de impedir los intercambios por lo enconado de las relaciones. Es uno de los posicionamientos más extendido, llegando hasta extremos degradantes y trágicos. En cuanto a los núcleos de población afectados, van desde pequeñas poblaciones a comarcas y países enteros. Con el antinatural establecimiento de límites fronterizos por encima del trato adecuado a las personas.


No hay que desplazarse lejos para detectar actitudes ponzoñosas, con frecuencia disimuladas en supuestas normalidades. Hemos vivido actitudes cercanas en torno al terrorismo, xenofobias, corrupciones, abusos escolares o laborales, malos tratos en general; por muy relevantes que sean o estén a la vista de todos, sorprende la gran cantidad de testigos taimados convertidos en cómplices por su silencio. No es posible que tanta gente próxima, por encima, por debajo y entre medias, fuera incapaz de detectar las conductas maliciosas. De ahí la perversidad de estos agentes POSTIZOS, porque están fingiendo su categoría de sujetos normales, involucrándose en las malas artes no sólo por omisión, algunos también con actividades rotundas.


No puede faltar en este apartado de hoy la propensión al SEGUIDISMO irreflexivo dedicado a ciertos señuelos emotivos, en ocasiones llegan a convertirse en la motivación dominante. Degrada las cualidades personales sin contrapartida válida; nace de una renuncia por indolencia. Pese al proyecto de evadir así sus responsabilidades, estas se mantienen intactas y las consecuencias pueden ser graves.


Como contraposición, los militantes en un solipsismo PREPOTENTE, sólo consideran sus ideas, las adoptan como convicciones insuperables. Encerrados en sí mismos, no cejan en el empeño de aplicar su bagaje intolerante a la sociedad, dificultando la armonía necesaria. A mayor grado de empoderamiento en su ámbito (Gobernantes, gestores), las derivaciones penosas pueden ser terribles.

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