“Una de las cosas por las que pasaré a la Historia es por haber exhumado al dictador de un gran monumento como el que construyó en el Valle de los Caídos”, ha asegurado Pedro Sánchez durante su participación en un homenaje a la escritora Almudena Grandes.
No he conocido nunca a ningún líder político nacional o internacional que se haya atrevido a pronunciarse públicamente con este sorprendente grado de autoalabanza personal. “El patrón de conducta se vertebra sobre la impresión de grandeza suprema de su persona y la necesidad de reconocimiento por parte de la gente del entorno. Hay en él presunción, engreimiento, soberbia descomunal y fatua, jactancia y petulancia”Esta descripción que tan acertadamente hace el prestigioso psiquiatra Enrique Rojas sobre un narcisista, define a la perfección la personalidad de quien hoy preside el gobierno de España.
En el propio diario El Paísel psicólogo sanitario José Elías Fernández en un reportaje del año 2018 afirmaba que “el mundo de los narcisistas es pequeño, se limita a los que ellos piensan y hacen, en su cabeza solo caben ecos de sus propios pensamientos. No escuchan a los demás porque no les importa nada”.Es decir que tienen la misma capacidad de escuchar que las piedras. La coincidencia de ambos profesionales, no ofrece dudas sobre el personaje.
Si todo se quedara en rasgos más o menos acusados de un gobernante al uso, su paso por el gobierno de la nación se recordaría precisamente por todo lo contrario de su casi enfermiza autocomplacencia y caería en el olvido. Pero desgraciadamente no va a ser así. Pasará a la historia como pasó Nerón, que quemó Roma y culpó a los cristianos mientras tocaba la lira y era aplaudido por sus serviles pelotas y súbditos romanos.
Pero entre todos los incendios que está propagando Pedro Sánchez en la sociedad española, el más alarmante es el que está calcinando la libertad. El descubrimiento de tener a 47 millones de españoles enclaustrados en sus hogares a causa de la pandemia excitó su espíritu totalitario y a partir de ese momento utilizó el gobierno, el parlamento y las principales instituciones del Estado para demoler todo el modelo constitucional que los españoles nos habíamos dado en 1978 en aras a garantizar nuestras libertades.
Asaltar el Tribunal Constitucional y expulsar de la tribuna de oradores a una diputada, como recientemente ha ocurrido en el Congreso, es el signo más evidente de la deriva dictatorial del nuevo régimen. Al secuestrar el templo de la palabra e intentar someter al guardián de las libertades, no hace más que reeditarse en el dictador de quien se ha ufanado haber desenterrado. “La dictadura, devoción fetichista por un hombre, es una cosa efímera, un estado de la sociedad en el que no puede expresarse los propios pensamientos, un estado semejante no puede durar mucho tiempo”, (Winston Churchill)
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