“Mi padre es un monstruo” es el título del reportaje que escribe Lorena Ferro. Redacta: “Son historias distintas, pero todas tienen en común haber nacido y crecido en entornos de maltrato físico o sicológico. O ambas cosas. Son hijos e hijas de maltratadores”. El médico forense Miguel Lorente, escribe: “¿Cómo puede ser afable un hombre que comete estos hechos? El perfil del maltratador siempre es el mismo: Un hombre que sufrió malos tratos de un padre machista, que pegaba a su madre y que vivía una infancia violenta. Un hombre que reproduce estos valores y que fuera de casa muestra una cara afable. Porque la violencia la reserva para su casa, el espacio que considera propiedad suya, en donde su palabra es ley, y sus deseos órdenes”.
Un narciso que manifiesta su ego en el espacio doméstico con toda su virulencia. La violencia machista en el hogar es una manera de educar y, como dice el proverbio: “Instruye el niño en su camino, y aun cuando sea viejo no se apartará d él” (Proverbios 22: 6). El niño educado en un ambiente de violencia monstruosa considera que los malos tratos que el padre da a su madre y a él mismo son correctos. La lección aprendida empieza a reproducirse en el acoso que inflige a sus compañeros en la escuela. Se rodea de una camarilla de amigos a los que domina y les dice: “venid conmigo, pongamos asechanzas para derramar sangre, acechemos sin motivo al inocente. Los tragaremos vivos como el sepulcro, y enteros como los que caen vivos en un abismo. Hallaremos riquezas de toda clase, llenaremos nuestras casas de despojos, echa suerte con nosotros, tengamos todos una bolsa” (Proverbios 1: 11-14). Así es como nace la “manada” que asedia a las chicas porque las considera objetos que le pertenecen. Se cree facultado para hacer con ellas lo que mejor le parezca. Cuando se enamora de una chica empieza a reproducir en ella lo que su padre hacía con su madre. Controla su móvil. La aísla del grupo de sus amistades. La somete a su voluntad porque dice que la ama. Si la chica se da cuenta de lo que le espera y decide romper la relación, la asedia y no la deja vivir en paz. Puede terminar muerta en un descampado golpeada y violada.
El narciso considera que la mujer es propiedad suya y como amo del objeto puede hacer con ella lo mejor que le plazca. No lleva en su frente un cartel que anuncia qué tipo de persona es. Graciela Ferrerira hace esta descripción del machista: “El hombre violento no se distingue de la normalidad masculina en general. Puede ser simpático, seductor, atractivo, caballeroso, y con actitudes de ciudadano modélico. Esto le permite camuflarse y pasar inadvertido, en el mundo exterior de su familia: Tener doctorados universitarios, ser funcionario del Estado, docente, sicólogo, actor, juez, empresario, obrero, policía, deportista, médico, cocinero, científico”.
Como muy bien dice el médico forense Miguel Lorente: “La sociedad está enferma”. ¿Qué tipo de enfermedad padece? Si es una enfermedad mental, ¿cómo es posible que ni sicólogos ni siquiatras le pongan remedio? Los narcisos son muy astutos y aparentan estar curados. Al poco tiempo de recibir el alta reinciden en su violencia. Se quitan la máscara y ponen de manifiesto lo que realmente son. La excusa de los especialistas en enfermedades mentales dan para exculparse de su fracaso es que el servicio sanitario necesita más recursos y más personal. Si el servicio de la salud mental sigue siendo controlado por la industria farmacéutica lo que se consigue es que la sedación de la sociedad se agrave sin curar la violencia machista que no es una dolencia biológica sino de índole espiritual.
Cuando se produce un nuevo caso de violencia machista con el resultado de la muerte de la víctima, se hacen concentraciones en señal de protesta y con gritos de no a la violencia machista. Se encienden velitas en recuerdo de la víctima. Se atacan los efectos pero no la causa que produce la violencia machista. En la multiplicación se puede alterar el orden de los factores sin alterar el resultado. En el caso de la violencia machista no se puede anteponer el efecto a la causa. Si la sociedad está espiritualmente enferma la consecuencia de ello, entre otros efectos lo es la violencia machista. En general no se considera que el ser humano esté espiritualmente enfermo. Se le considera bueno por naturaleza. Si comete fechorías se debe a factores externos. Por ello se intenta, sin conseguirlo, cambiar el medio en que se mueve. No se es consciente que la maldición de Dios a Adán por su pecado afecta a toda su descendencia. Los problemas sociales, en concreto la violencia machista, son fruto del pecado.
En el contexto de los fariseos que se consideraban ser estrictos cumplidores de la Ley de Dios, por tanto buenas personas, Jesús les dice: “No he venido a buscar justos, sino pecadores al arrepentimiento” (Mateo 9: 13). Es por eso que las buenas personas (?) le criticaban porque se relacionaba y comía con los pecadores a los que consideraban ser la hez social. Pues sí, todo lo contrario de lo que nosotros hacemos, Jesús busca a los pecadores, personas malas, para que se arrepientan. El resultado de ello es que por la fe en su Nombre se convierten en hijos de Dios que abandonan su antigua manera de ser y empiezan a andar en novedad de vida.
En el contexto de la relación hombre-mujer, los hombres que se convierten a Cristo abandonan el concepto objeto que tenían de la mujer y la ven con otros ojos. Los casados la ven como la compañera idónea que Dios les ha dado. En el matrimonio el hombre la considera miembro de su propio cuerpo. La ama como a sí mismo. Si la daña, se perjudica a sí mismo. Si no se es un insensato nadie desea autolesionarse. Que el Señor ayude a los machistas a cambiar el concepto que tienen de la mujer para protegerla y respetarla. Que dejen de verla como un objeto sexual del que se puede abusar.
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