La salud mental continúa batiendo récords en nuestro país, pero, por desgracia no en un sentido positivo. Muy al contrario, distintas encuestas y estudios nos arrojan a una dolorosa y preocupante realidad, la de quienes, ante un sufrimiento extremo, deciden quitarse la vida. En 2021 lo hacían en nuestro país 4003 personas, lo que se traduce en once suicidios al día, uno cada dos horas y media.
El incremento del 1,6% con respecto al año anterior en datos globales asciende al si hablamos de niños menores de quince años, donde se duplica. Que 22 niños menores de 15 años hayan fallecido por esta causa, ha vuelto a encender las alarmas de profesionales médicos, de padres y educadores.
Para la directora técnica de Clínicas Origen no solo nos encontramos ante una escalada en los últimos años de suicidios sino también de síntomas clínicos (depresión, autolesiones, problemas de regulación emocional, entre otros). Hay dos factores de riesgo que están impactando y son las consecuencias emocionales del impacto del COVID y la exposición a las redes sociales. Ante este nuevo escenario, los datos nos reflejan la necesidad de no escatimar recursos y conseguir un Plan de Prevención de Suicidio Nacional.
La especialista, que viene defendiendo la periodicidad y obligatoriedad de las revisiones de salud mental en la infancia y adolescencia, considera necesario incrementar los recursos sanitarios y las herramientas de control y diagnóstico en los centros educativos. Es en ellos donde los menores pasan la mayor parte de su tiempo y donde se producen situaciones de estrés (bullung, aislamiento), que pueden llevar a los niños y adolescentes a tomar la decisión de ponerle fin a todo. El bullying hace mella en su bienestar emocional y psicológico: las humillaciones les hacen percibirse a sí mismos como inferiores al resto y no valorarse. Se sienten solos, añade, aislados, despreciados. El miedo y la indefensión les llevan a creer que no son capaces de defenderse a sí mismos y a pensar que su única salida es el suicidio.
En estos casos se han venido detectando síntomas y signos comunes, que pueden alertar en casa de que las cosas no van bien:
- Vemos que el niño está aislado socialmente, no sale con amigos.
- Ha abandonado las actividades de ocio y de deporte.
- Intenta evitar ir al colegio de manera frecuente.
- Sus calificaciones escolares han bajado.
- Ha dejado de hablarnos de cosas de clase o de algunos compañeros.
- Llora y no saben explicar lo que les sucede.
- No recibe invitaciones para los cumpleaños, eventos o dice que no quiere ir.
- Ha dejado de publicar en sus redes sociales o las ha cerrado.
- Cuando se pregunta a los amigos, amigas, vemos que algo no encaja, que ha habido cambios en sus relaciones interpersonales.
- La comunicación con la familia ha disminuido de manera notable.
- Presenta cambios en las rutinas de sueño y alimentación.
En el entorno escolar, añade Conde, resultan de vital importancia los compañeros y los profesores, a quienes no resulta difícil, debido al aislamiento del joven, darse cuenta de que algo está pasando. Si así sucede, ha de intervenirse lo antes posible, poniendo en marcha un protocolo de medidas que ponga a salvo al niño.
En cuanto a los adultos, la prevención del suicidio pasa, en primer lugar, por desterrar creencias erróneas como que quien advierte sobre la intención de suicidarse acaba haciéndolo, y viceversa. Es decir, que si no se expresa la voluntad de acabar con la propia existencia no hay peligro. Es falso: “Es un mito muy extendido que quien lo dice no lo hace y quien lo hace no lo dice. La realidad es que hay muchas personas que sí han cometido el acto suicida, y han tenido intentos previos, así como verbalizaciones”.
La recomendación si alguien expresa su intención de matarse es escuchar sin juzgar ni tratar de actuar por cuenta propia y acompañar en busca de ayuda profesional (psicólogo, psiquiatra, médico de cabecera). Si el riesgo suicida es inminente y la persona no quiere acudir voluntariamente a dichos servicios, se tiene que llamar al 112 y notificarlo para que se activen los protocolos pertinentes.
Es importante, en este punto, tener en cuenta que la mitad de las personas que cometen suicidio tiene intentos suicidas previos. Cuando no lo hacen también nos podemos fijar en una serie de aspectos —antecedentes, conductas y enfermedades— que puedan estar en el origen de la desesperanza que puede derivar en el acto suicida.
Los antecedentes familiares, advierte Pilar Conde, son relevantes y no se deben obviar nunca. Aunque no se considera la herencia genética como parte de un binomio causa-efecto, es cierto que nos hace proclives a padecer alteraciones neuroquímicas que pueden conducir a trastornos mentales. La depresión, el trastorno bipolar, la esquizofrenia, el trastorno de la conducta alimentaria y las adicciones son factores de riesgo.
En cuanto los comportamientos que pueden ponernos sobre la pista de que algo no va bien, la directora técnica de Origen cita el abandono personal. Debemos encender el botón de alerta si la persona no se cuida, evita salir, disminuye el contacto con su entorno, tiene problemas en el sueño, pierde peso, no disfruta, tiene apatía y presenta problemas de concentración.
Las autolesiones, que preocupan cada día más por su incidencia en menores de edad, son respuestas que pueden tener diversas motivaciones. Pueden aparecer como forma de aliviar el sufrimiento, para castigarse o para regular emociones. En algunos casos puede ir acompañadas de pensamientos y riesgo suicida. Tanto si se da como no el riesgo suicida, es esencial la derivación a especialista dado el alto grado de sufrimiento emocional que presenta, así como el riesgo para su salud física.
Asimismo, debemos estar muy atentos a episodios vitales de crisis, “si la persona siente limitada su capacidad de afrontamientos en contextos como rupturas sentimentales, problemas económicos y enfermedades crónicas, entre otros. También, y sobre, todo, en la adolescencia, un periodo crítico, en el que la persona es más vulnerable”.
Es en estos casos cuando hay que abordar al familiar, al amigo, al compañero de trabajo, al alumno. Porque, frente a lo que se piensa, hablar sobre el suicidio no provoca suicidio. Muy al contrario, resulta vital que el individuo sepa que puede hablar y ser escuchado, que se sienta protegido en un entorno de alta cohesión.
Otro error es considerar que quien ha intentado suicidarse y no lo ha conseguido no va a volver a intentarlo. Muy al contrario, tras un intento suicida, avisa Pilar Conde, es esencial que la persona sea derivada a urgencias, para su valoración física y psiquiátrica. Este último departamento valorará si la persona supone un riesgo para sí misma y tomará las medidas oportunas, que pueden combinar ingreso psiquiátrico, pauta farmacológica o derivación al control por parte de consultas externas de psiquiatría y psicología. En el caso que no se haya derivado, es prioritario vincularlo con servicios médicos y especialistas en salud mental para valoración de la personas y activación de las medidas oportunas.
Hay que desterrar falsos mitos y afrontar que el suicidio es una amenaza que nos afecta a todos y que todos podemos formar parte de la prevención. La información, una vez más y sobre todo en salud mental, finaliza la experta, tiene una de las llaves de la prevención.
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