
Imagen propiedad de la autora
No hace falta creer en fantasmas, ni esperar a que la noche caiga con luna llena y ajos colgando de la puerta y las ventanas. Los vampiros existen. No tienen capa ni colmillos, pero andan sueltos por las oficinas, por los pasillos de casa, por las cenas familiares o entre amigos, están entre nosotros.
Son los que te roban la energía. Te la extraen. Te exprimen hasta dejarte como una colilla apagada en el cenicero de la vida.
A estos personajes los bautizó la psicología moderna con un término casi literario: vampiros emocionales. La ciencia ha venido a confirmar lo que habremos oído tantas veces decir: "esa persona tiene una muy mala energía" o “esa persona despide negrura” o “es una persona oscura, siniestra”.
La cosa es seria. No es superstición. El cerebro humano, ese órgano tan sofisticado que nos permitió inventar la guerra, el arte y el fútbol, tiene sus propias armas y debilidades. Cuando te rodeas de personas cargadas de negatividad que podemos identificar como quejosos, víctimas crónicas, resentidos profesionales, etc., el cerebro reacciona como si estuviera en guerra: libera cortisol, la hormona del estrés.
Lo peor de todo esto es que tus neuronas espejo, las mismas que hacen que bosteces cuando otro lo hace, también captan y replican las emociones del prójimo. El resultado es que terminas triste sin saber por qué, agotado, como con una losa sobre la cabeza, irritado y deseando escapar de donde estás como sea.
Si trabajas con uno de esos ejemplares, una “manzana podrida”, como dicen los estudios serios, ya sabes lo que ocurre: el clima laboral se envenena rápidamente. Un solo individuo puede incendiar de mal humor a toda una oficina, contagiarlo todo de “mal royo”, hacer que la productividad se desplome y que más de uno termine pidiendo la baja por ansiedad. Estas personas suelen ser tenaces y saben hacer de lo blanco negro, resultando que su actitud es una especie de acoso del que podemos no estar dándonos cuenta. El victimismo y la negrura intentarán captar adeptos, cómplices silenciosos, casi sin saber que lo son, contribuirán a ese “mal royo” que se ha instalado en el lugar. Si es un ambiente profesional, temerás ser despedido pero, a la vez, lo estarás deseando porque ese ambiente es insoportable.
En cuanto a las soluciones, no se pueden esperar milagros. A veces no puedes huir del vampiro porque comparte tu despacho, puede ser que hasta tu sangre, tu mesa o tu nómina. No puedes renunciar a tu trabajo ni cambiar de familiar, pero sí puedes aprender a protegerte. A ponerte una especie de armadura emocional una especie de campana dorada infranqueable, se forja con disciplina.
Aquí tres consejos que podrías tatuarte si te sientes víctima de estos depredadores del alma, defiende tu trinchera. Ellos solo se alimentan de lo que tú les entregas. No des nada. No escuches lamentos eternos. No les ofrezcas tu mente como cubo de basura.
Racionaliza, pero con elegancia. Cuando empiecen con el rosario de quejas, suéltales con firmeza: "¿Por qué en vez de lamentarte, intentas cambiar lo que no te disgusta?" o “por favor, no tengo el ánimo para recibir más problemas, te ayudaré cuando pueda”. Puede que no funcione, pero te sentirás como quién disparó primero, porque aquí puede ser cierto aquello de que “quién da primero da dos veces”.
Decir que no es importante. Hay que saber decir NO. No es egoísmo, es supervivencia. A veces la palabra más valiente es un simple monosílabo.
Porque en esta vida, donde ya tenemos suficiente con los impuestos, los noticieros y los atascos, dejar que otro te robe la poca energía que te puede quedar es, francamente, un lujo que no te puedes permitir.
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