Alrededor de la Navidad todo es poesía y corazón en la comunidad humana, buenos propósitos y mejor semblante a la hora de transitar por la vida, para que los enfrentamientos cedan paso a la reconciliación, a la fiesta de los encuentros conciliados con la mística fuerza del amor de amar amor, Los labios de todo caminante, suelen verter deseos de bondad, mejorando todos los espacios.
Desde luego, a poco que nos miremos entre sí y unos a otros, observaremos que la prepotencia se ha transformado en súplica de clemencia y el valor de la tolerancia brota en cualquier esquina, deseando nos gobierne el brío armónico. Lo importante es darle continuidad al momento, tomar conciencia de lo fundamental que es adoptar una actitud de mano tendida y abrazo permanente. Hoy más que nunca, necesitamos recurrir al auténtico diálogo, que es un quehacer de todos los humanos, con lo que esto ha de llevar de apertura y acogida, de concurrencia de voluntades y convergencia de inteligencias, lo que contribuirá a estabilizar las sociedades y a poner fin a tanta contienda sembrada.
En este sentido, hay que aplaudir la labor de las fuerzas de mantenimiento de la paz, que están ahí siempre ayudando a la gente y justo en el momento preciso, reduciendo la probabilidad de que se repitan las guerras civiles, activando los acuerdos de concordia y derribando los muros que separan a los pueblos. Los acuerdos son posibles, hemos de comenzar haciéndolos con nosotros mismos, no es una utopía, y en esta época de la Epifanía, misterio de humildad y alegría, tenemos que comenzar por hacer familia, sin que falte un gesto de solidaridad en ninguna mesa durante estos días. En realidad todos navegamos en el mismo barco, necesitamos calmar situaciones, comenzando por regular las propias redes sociales; y, así, poder disfrutar de una vida segura, digna y con oportunidades. Lo importante es no desfallecer, verificando que se trata de una responsabilidad conjunta. Está visto que, el potencial de la humanidad para crear un porvenir tranquilo y floreciente, no se alcanzará mientras las desigualdades y la discriminación sean una realidad. Debemos batallar, pues, por un mundo más de todos y de nadie en particular.
Ojalá que estas santas noches que viviremos, nos insten a repensar sobre esta unión al Niño Dios que lo ilumina todo, bajo el paraguas de una espiritualidad concertada, sobrecogiéndonos con un gozo difícil de describir, pero que realmente nos renace a poco que nos adentremos en esa poética celeste, de un origen común y llamados a los mismos destinos. Indudablemente, la conciencia de pertenecer a una única familia, cuando menos nos estrecha vínculos y nos hace más generosos, nos hermana aminorando ese instinto dominador que tan cruel está siendo con el linaje; y, además, nos hace más desprendidos, que buena falta nos hace, ya que cada día más población dependen de la asistencia internacional para alimentarse. Confiemos, por consiguiente, que llegue ese rayo de esperanza y consuelo, a cuantos sufren las ansiedades y las miserias de la vida. En consecuencia, deseamos que esta irradiación navideña nos haga vibrar y nos despierte de todo letargo, que llega hasta obscurecer la verdad; fruto de ello, es que nuestro propio interior tampoco logra dominar su angustia y nuestra voz tiembla.
Efectivamente, quien más quien menos vive a diario horas angustiosas, que han de hacernos repensar en un unánime esfuerzo común. Por eso, quizás sea vital volver la vista hacia Belén con mirada limpia y pulso abierto, a la espera de poder reencontrarnos con lo auténtico, descontaminarnos de falsedades, en un momento en el que nuestro propio espíritu está en fiesta, deseoso de amar y ser amado. Por desgracia, la Nochebuena se ha convertido en una lluvia de sensaciones comerciales, destellando luces que nos atrapan en los vicios, lo que nos impide divisar esa estrella que vive en nosotros, como bondad de Dios, y que ahora nos llama, como tantas veces, a descubrir el verdadero regocijo y la orientativa luz.
Es cierto que no podemos olvidar a tantos pueblos privados de paz, de seguridad y de libertad. La angustia de la guerra y del hambre es una fuerte tortura; pero cuanto más sepamos compartir esa sonrisa o esas lágrimas vertidas en filiación, con los amigos o con las gentes que esperan de nosotros un recuerdo concreto, mejor nos sentiremos de contribuir a que la Natividad de Cristo favorezca el hálito apaciguado existencial, que no es otro que el darse y el donarse en retorno al verso.
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