Ayúdame, mi Señor, en la anhelante porfía de recordar Tu Nacencia que maravilló a la ciencia y al mundo trajo alegría.
En el reinado de Herodes, (que por leído colijo) ocurrió algo especial: nuestro Padre Celestial nos enviaba a Su Hijo.
Hecho que se conocía, casi ocho siglos atrás pues Isaías el Profeta gran orador y poeta lo reveló a los demás.
Para que estuvieran todos, pendientes de esa visita dado que el Rey del Amor enviaría a un Salvador a nuestra Tierra bendita.
Con la exclusiva intención, de abrirnos Su corazón para que toda criatura recibiera el Agua Pura signo de la Salvación.
De aquel Celestial evento nos llegan a la memoria, que unos humildes pastores rindieron vidas y honores al más Grande de la Historia.
Que nació como es sabido, en un humilde portal entre una mula y un buey a pesar de ser el Rey Salvífico e Inmortal.
Y tras marcar el Camino, de nuestro quehacer diario, glorioso al Cielo ascendió y al mismo tiempo quedó, ¡para siempre en el Sagrario!
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