¿Se puede enterrar el sufrimiento? Se pretende hacernos creer que podemos prescindir de él. Nos basta con ver los anuncios televisivos para darnos cuenta que lo intentan. Reuniones familiares alrededor de una mesa. Todo son risas postizas porque tienen en el plato el producto X. Ancianos sonrientes que saltan incansables porque consumen leche a la que se le ha añadido calcio. La publicidad vende machacona una felicidad que prescinde del dolor. Las farmacéuticas son las únicas que en sus anuncios emplean el dolor para vender los medicamentos que hacen desaparecer los trastornos mentales causados por no saber enfrentarse a los inconvenientes que nos acompañan por el mero hecho de existir.
La publicidad sutilmente vende felicidad promoviendo viajes maravillosos a lugares paradisíacos, olvidando mencionar que allí en donde se encuentra una persona allí aparece el sufrimiento porque lo lleva consigo en la mochila. Otra manera de pretender hacer desaparecer el sufrimiento es escondiéndolo debajo de la alfombra cuando creemos que el ocio nocturno, los restaurantes, la diversión en general…Ríos de falsa felicidad vende la publicidad siendo incapaz de producir autentico gozo en quienes pagan la cuenta.
La realidad es que esta nuestra sociedad cada vez tolera menos el dolor que no nos deja como si fuese nuestra propia sombra por el hecho de ser personas pecadoras. Nos refugiamos en la superficialidad y en el hedonismo que las vallas publicitarias nos ofrecen como remedio inmediato. Nos engañamos. El dolor sigue guardado en la buhardilla en espera de salir espiritado en el momento más inesperado para hacernos el máximo daño posible.
¿Desea el lector luchar contra el dolor que en este momento le aguijonea física y espiritualmente? Mark Lttleton narra una historia que puede ayudarnos a conseguir la victoria contra el sufrimiento: “Una misionera en Pakistán lo pasó muy mal cuando perdió a su hija de seis meses. Una anciana punjalí fue a visitarla y le dijo: “Una tragedia como esta se parece a una persona que ha sido lanzada dentro de un caldero con agua hirviendo. Si eres un huevo, la aflicción te hará duro e insensible. Si eres una patata saldrás blanda y maleable”. La misionera cuenta que, aun cuando le pueda parecer extraño a Dios, a veces le dice: “Oh Señor, hazme como una patata”. Si al dolor no se le trata como se merece, al malestar que provoca se le añade el agotamiento emocional.
A pesar que se puede considerar una estupidez mezclar la buena teología con el dolor, es necesario que se haga la fusión si se quiere soportar para bien el dolor. A pesar que la publicidad nos vende una sonrisa permanente es incapaz de convertirnos en patatas blandas y maleables como lo hace la buena teología. Es mala teología la que enseña que el tiempo lo cura todo ya que nos hace creer que el dolor es un contratiempo que se le puede combatir con fármacos. Es la consecuencia del pecado que ha trastocado la bondad en que nos creó Dios. Acompañado de una buena teología el dolor tiene el propósito de hacernos volver a Dios que en Jesús su Hijo otorga descanso a nuestras almas.
No será hasta mañana, en el día de la resurrección, cuando Jesús venga en su gloria para instaurar su reino que pondrá fin a la maldición que pesa sobre la Tierra debido al pecado de Adán. En tanto no llegue este día tenemos que convivir con el dolor de la naturaleza que sea. Podemos patalear en señal de protesta, pero saldremos malparados.
Disintiendo de la mayoría, el placer no es nuestro mejor amigo. Nuestro mejor compañero de viaje es el dolor que nos abre los ojos para ver nuestra insignificancia que nos acerca a Dios que en Cristo nos consuela en todas nuestras tribulaciones. Los malos momentos que nos producen los cardos y las espinas que son consecuencia de la maldición divina, nos ayudan a abandonar la mirada horizontal para dirigirla hacia el cielo que es de donde el socorro oportuno. La felicidad que venden las vallas publicitarias oscurece la realidad haciéndonos creer que por sí solos podemos superar la maldición que pesa sobre nosotros.
“El sol endurece el barro para transformarlo en tocho/Ablanda la cera para modelarla y darle forma/Asimismo las pruebas de la vida endurecen a algunos/Mientras que otros son purificados como oro” (Sper).
Una guinda que corona el pastel: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación” (2 Corintios 1: 3-5). El dolor santificado por Cristo nos acerca a Dios y, sin egoísmos a nuestro prójimo.
|