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La destrucción de la sociedad

Hay una permisividad que lo justifica todo
Manuel Villegas
jueves, 19 de enero de 2023, 09:35 h (CET)

Según  Aristóteles, el hombre es un animal político. Esta definición se ha interpretado equivocadamente, sobre todo por quienes se dedican a la política y hacen de ella una profesión, no un servicio a la Sociedad, como debería de ser, para justificar su oficio diciendo que, según este sabio, el hombre tiene que ejercer la política.

         

Nada más equivocado y falaz. El hombre es un animal que tiene que vivir en sociedad, es decir, con otros seres humanos, cosa que se logra en la polis, o sea en la ciudad, en griego polis, de ahí que sea político.

         

La polis, la ciudad, es el paso que dio el humana o nómada al convertirse en sedentario y formar los primeros asentamientos que dieron lugar a los incipientes núcleos de población que devinieron en ciudades. Estas polis, ciudades, las constituyen los humanos que primero se han unido en familias, siendo así que, aunque parezca una perogrullada, si antes no existe la familia, no pueden llegar a ser las ciudades, de forma tal que la familia, si consideramos a la sociedad como un cuerpo, es la primera y más importante célula de este.

         

Desde hace tiempo se está originando una corriente de pensamiento y acción tendente a la destrucción de la sociedad, empezando por su célula germinal, la familia, para instaurar un nuevo Orden Mundial con el que se les llena la boca hoy a todos los dirigentes del mundo, el NOVUS ORDO SECLORUM, tan querido por los masones, que campea en el billete de un dólar estadounidense, y que pretenden, con el tiempo lo conseguirán, pues no se han fijado fecha límite, ya que la masonería moderna podemos considerar que nació en1723 en Inglaterra, con las Constituciones de Anderson, acabar con los principios y valores humanistas cuyas raíces se hunden en el Humanismo cristiano, basado en la cultura greco-latina  y en las sagradas Escrituras, base de la religión Cristiana, y han constituido los pilares o basamentos en los que se ha asentado nuestra sociedad hace ya veintiún siglos.

         

Creo que no se me podrá tildar de agorero, ni catastrofista, ya que a la vista está cómo, poco a poco, se está destruyendo la familia, la sociedad y valores tales como el esfuerzo, el afán de superación, el respeto a la autoridad de cualquier clase, el sacrificio, la abnegación, y todo lo que dignifica al ser humano.

         

Se está fomentando un fuerte relativismo, por el que todo se acepta, todo es igual, se admite lo mismo el bien que el mal.

         

Hay una permisividad que justifica todo. No es admisible que se diga que es una lacra que afecta solamente a la juventud, la sociedad entera está infectada por ello.

         

Tiene la misma consideración social el vago que el maleante, en ocasiones este más, el que se esfuerza por superarse que el no hace nada y todo le importa un adarme.

         

Los estudiantes pasan de un curso a otro sin haber aprobado todas las asignaturas del curso anterior, y así tenemos universitarios y profesionales titulados superiores que escriben con faltas de ortografía y no podrían superar un examen de cultura elemental, o las más simples preguntas sobre Historia o Geografía,

         

El individualismo está supervalorado y magnificado, de tal modo que, de seguir estos derroteros, llegará el momento en el que se buscará solo el provecho individual, ya está ocurriendo con la corrupción que campea por doquier en perjuicio de la comunidad, más que el de la sociedad y provocará la desaparición de esta.

         

Quizá, aunque lo dudo, estemos aún a tiempo de corregir esta destrucción. Los que deben de dar el primer paso son los dirigentes de las naciones, pero me da a mí que a estos les importa poco, pues solo se preocupan de mantenerse en su poltrona, aunque los rayos y truenos destruyan a la Sociedad.

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