“Decía santa Teresa de Jesús que a Dios se le encuentra incluso en la ollas. La fundadora de la orden de los Carmelitas Descalzos, además de ser representante de la literatura del siglo de oro, inicia con esta metáfora que la Divinidad no solo resplandece en las ceremonias solemnes, sino también en los pequeños actos cotidianos, cazuelas e iglesias al margen, en las librerías. No en vano treinta millones de personas compran anualmente un ejemplar de la Biblia en algún rincón del planeta, y muchos de estos lectores ni tan siquiera son creyentes. Es lo que viene después de la cantidad de sagradas escrituras de carácter laico, aquello que no ensalza el carácter religioso del texto, sino el literario, el cultural o la historia que se están publicando últimamente” (Álvaro Colomer). Lo que se persigue con la traducción laica de la Biblia “es la supresión de los dogmas adjuntos al texto y a la búsqueda, al igual que en el caso de Club Intelectual, del placer estético antes que el teológico”, (Pau Ferrandis)
La finalidad de la publicación de los textos bíblicos laicos es “que muchas personas se acerquen a un tipo de lectura que hasta el presente veían complicada, inaccesible, aburrida. Creo que el campo de lectura se ha ampliado para mucha gente y aquí es donde entran las versiones (laicas) de la Biblia que se están publicando” (Ferrandis). El propósito de publicar textos bíblicos laicos “es ofrecer una experiencia lectora libre de todas estas limitaciones”, que según los editores de las biblias laicas contiene el texto canónico. Las versiones que se hagan en los distintos idiomas en que se publican tienen que ajustarse al máximo al significado del texto canónico. “No añadiréis nada a la palabra que os mando ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos del Señor vuestro Dios que yo os ordeno” (Deuteronomio 4: 2).
Antes de Lutero ya existieron diversos movimientos reformistas en el seno de la Iglesia Católica que utilizaron la Biblia como arma reformista. Los reformadores fueron acusados de herejes y destruidos por los poderes civiles al servicio del autoritarismo católico. La reforma iniciada por el monje agustiniano Martin Lutero resistió la embestida y la Reforma se extendió por toda Europa. A la península ibérica también llegó el ansia de libertad religiosa que se introdujo por medio de la nobleza y altos cargos de la Iglesia católica. Los muros de los conventos no pudieron impedir que el virus bíblico se extendiese por toda la tierra hispana.
En Sevilla el monje Casiodoro de Reina publicó en lengua castellana la Biblia. Si no hubiese sido por la durísima represión que se ejerció sobre los luteranos que acabó con su total desaparición, hoy España no sería lo que desgraciadamente es.
Los traductores y editores de los textos bíblicos laicos creen que hacen un favor a la Biblia. Se engañan porque Dios que es el Autor del texto bíblico, pesar de que utilizó a unos hombres concretos que ungidos por el Espíritu Santo escribieron todo lo que Dios quiere que los hombres sepan con respecto a Él y a su obra salvadora. Dios advierte a quienes mutilan el texto bíblico canónico con sus versiones laicas. “Y si alguien quita de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro” (Apocalipsis 22: 19). Mutilar las Sagradas Escrituras cristianas tiene irreparables consecuencias eternas.
Justificar la publicación de los textos bíblicos laicos con la excusa que los acercan a los lectores porque los hace más comprensibles y menos aburridos, no concuerda con la historia. Gracias a la imprenta, la Biblia que tradujo Lutero del original canónico se escampó rápidamente por toda Alemania y por los países europeos que la publicaban en las lenguas vernáculas. En la Península debido a que la Biblia en castellano no pudo imprimirse, tuvo que hacerse en Suiza, dio comienzo a un activo y clandestino tráfico de biblias lo cual mostraba el gran interés de las personas por leer en lengua comprensible la Palabra de Dios.
Es cierto que no todas las personas manifiestan interés por la Biblia. Tiene una razón de ser: “Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre las personas que se pierden está encubierto, entre las cuales el dios de este siglo (Satanás) cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz el evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4: 3, 4). El diablo además de impedir que la luz que desprende la Biblia sea apreciada por las personas, en muchos lugares de este mundo instiga a los poderosos a perseguir a sangre y fuego a los creyentes en Cristo y a lanzar a las hogueras los ejemplares de la Biblia que incautan.
En Filipos el apóstol Pablo y su discípulo Silas fueron brutalmente tratados por las autoridades y a la postre encadenados en una mazmorra. A Pesar de la oposición, Lidia, una vendedora de púrpura “estaba oyendo, y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hechos 16: 14). Así ha sido a lo largo de los siglos. “los juicios del Señor” (su palabra) “…Deseables más que el oro, y más que mucho oro afinado, y dulces más que la miel, y que la que destila del panal” (Salmo 19. 9, 10).
No es la Biblia laica para hacerla atractiva a los lectores la que alumbra los corazones. Es la Biblia tal como el Espíritu Santo inspiró a unos hombres a redactarla es la que Dios utiliza para que “la luz del Evangelio de la gloria de Cristo resplandezca en los corazones de las personas”.
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