Podríamos celebrar las concentraciones de hoy asomados a fosas llenas de esqueletos y cadáveres a medio descomponer de perros de cazadores. O alrededor de árboles en cuyas ramas crecen galgos con sus tráqueas aplastadas. O frente a cheniles donde es difícil distinguir entre las heces y los cuerpos desnutridos e infectados, entre el hedor a mierda y el olor a muerte lenta y dolorosa. Pero no sólo de brutalidad con sus perros se alimenta la depravación de los cazadores.
Podríamos estar a las puertas de un criadero de hurones con idéntica capacidad para sufrir que los perros e igualmente abandonados tras su utilización por enfermos, heridos o inservibles. O acompañando los últimos metros de terror y agonía de cualquier animal con los órganos reventados, mientras sus alas se rompen o sus patas se doblan para desplomarse allí donde un escopetero lo acuchillará o, sonriendo, simplemente esperará a que termine de morirse. O de pie junto al ataúd de un cazador, de un ciclista o de un senderista donde la autopsia dictamina fallecimiento por herida de arma de fuego que la ley disfraza de accidente, pero detrás está la prisa por matar de gente con más dinero para pagar un psicotécnico que aptitudes para superarlo.
También podríamos guardar silencio y mostrar lo que ni una sola palabra necesita para engendrar llanto y arcadas: Heridas escarbadas en la carne para extraer microchips acusadores. Pulmones anegados de agua por ahogamiento. Globos oculares estallados por el fuego. Impactos de balas. Patas y cráneos fracturados tras despeñarse. Amasijos de piel y sangre seca sobre el asfalto como epílogo de abandonos. Hurones con argollas de metal en sus gargantas para que no dañen a las presas. Perdices de reclamo con las alas recortadas para impedirles volar. Huérfanos y viudas llorando a otro muerto por la caza. A veces, las lágrimas vienen de padres que ya no lo son porque su hijo de 4 años recibió un disparo durante una montería.
Podríamos enseñar, sí, todo el HORROR al que se ven abocadas las innumerables víctimas de la caza a quienes, apartando la vista ante él, escogen ser cómplices de aquellos que orgullosos lo causan y embusteros lo niegan. Porque en esto no existe la ignorancia. Lo que hay se llama hipocresía, cobardía e interés.
El improbable voto de un cazador, aun ensangrentado, es mordaza en la boca de la mayoría de los políticos para denunciar sus atrocidades. ¡Aquí el interés!
Las amenazas de ese colectivo conocido por su violencia hacen que no les llegue la camisa al cuerpo hasta tal punto que prefieren mostrar connivencia con sus actos criminales. ¡Aquí la cobardía! Sin embargo nos juran a las ciudadanas y ciudadanos que ellos son adalides del Progreso, de la Igualdad y de la Justicia. ¡Aquí la hipocresía!
No esperamos nada más que despojos en la moral y la conducta de los cazadores porque son personajes sanguinarios que llevan el cáncer de la crueldad enquistado en las entrañas. Gentuza que mata animales por pasatiempo, competición, orgullo o por ahorrarse gastos. Que reclaman poder disparar legalmente -fuera de la ley ya lo hacen- también a lobos, osos, cigüeñas o perros y gatos callejeros, que les dejen matar en parques nacionales, que se permita el cruel silvestrismo, que no se declaren en riesgo de extinción especies que gracias a ellos lo están, la no prohibición del plomo o pasearse por los colegios para inculcar en la infancia que arrebatar vidas es jugar a ser adultos.
Las manifestaciones que protagonizan estos personajes siniestros para mostrarse como víctimas recuerdan a las lágrimas y a los argumentos tramposos de un maltratador reincidente ante el juez. Y nunca, NUNCA tienen bastante porque su violencia es como una droga: cada vez necesitan dosis mayores y en intervalos menores. Si les conceden matar a cincuenta especies ellos piden que sean quinientas; si les permiten disparar y acuchillar durante tres meses, exigen ampliarlos a once; si les autorizan a cazar con treinta centímetros de nieve, reclaman que sea posible con un metro.
Pero porque ya no nos caben más lágrimas en los ojos, ni más nauseas en los estómagos, ni más rabia en los puños. Porque estamos hasta los ova_ios y coj_nes de los asesinatos de esta caterva armada a la que siempre le caben nuevos muertos, exigimos a los políticos que legislen de forma inmediata para poner fin a sus crímenes. Y si no tienen la decencia de hacerlo, nosotros continuaremos descendiendo cada noche por los círculos del infierno en que habitan los perros de los cazadores junto al resto de sus víctimas, pero nos vamos a asegurar de que esos políticos desayunan cada mañana tostadas con las vísceras de los perros que llaman de trabajo y a los que niegan idéntica protección que al resto, zumos que les sepan a las hemorragias de todos los muertos de la caza, y café edulcorado con el inmenso e irrenunciable asco de la sociedad por ser tan hipócritas como cobardes.
Somos Activistas por los Derechos de los Animales. Conocemos el dolor, no el desánimo. Recibimos amenazas que buscan intimidarnos, pero no nos asustan. Y no pensamos detenernos hasta poner fin a esta Muerte, a esta maldita Muerte absurda, temprana, cruenta y de proporciones incontables a manos de una cuadrilla sanguinaria que vive para destruir.
Compañeras, compañeros, ¡Gracias por vuestra generosidad, valor y esfuerzo! ¡Gracias, hoy y siempre, por vuestra lucha, una lucha impagable e imprescindible! Caeremos, cometeremos errores, nos llevaremos decepciones, pero sin duda venceremos porque ¡NO NOS RENDIREMOS JAMÁS! #NoAlaCaza
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