El riesgo de vivir es a la vez entrañable, azaroso y acuciante. Es intransferible, lo que vive cada uno discurre con matizaciones imperceptibles para el resto, por supuesto en cuanto a la intimidad, pero también en las actuaciones públicas. Ni qué decir en lo referente al carácter incierto de las vicisitudes, se extiende a las actuaciones propias cuyo alcance real no controlamos. Por otra parte, las circunstancias nos acechan sin pedir permiso, constituyen un reto permanente. El embarque existencial dispone de pocos camarotes APACIBLES que solemos desdeñar, no los valoramos con decisión. Mientras en un alarde irresponsable prestamos mayor atención a los trayectos innecesarios por mares encrespados.
Los más conspicuos pensadores en la historia de la humanidad transitaron por innumerables percepciones, se dispersaron por divagaciones en busca de sentido, pero naufragaron en la medida de su acercamiento a la explicación de los orígenes vitales. Las reglas de la naturaleza instauran esa intimidad misteriosa centrada en el inicio de la vida, la del NACIMIENTO de los nuevos seres humanos. Son indudables los rasgos de la diversidad cósmica en estos acontecimientos, ambos sometidos a la inmensidad inexplicada. Entrelazados con mecanismos subyacentes fuera de nuestro alcance cognitivo, pero con la genuina espontaneidad del neonato vinculado a su entorno con perfiles tan diferentes.
A lo largo de las edades históricas han variado tanto estos entornos, que la presencia del ser humano ha sido valorada posteriormente como de entidades diferenciadas. De los más primitivos al homo sapiens a la asimilación de las razas, los matices de cada elemento pasaron a ser predominantes en la mayoría de los momentos. Detrás de las ramificaciones, la atención prestada al NÚCLEO VITAL del comienzo se quedó en los términos secundarios. Las consecuencias de estas desviaciones todavía son bien palpables en los modernos ámbitos actuales. Comarcas enteras, países y gentes se han comportado sobre la base de estas tendencias hasta alcanzar extremos trágicos. No podemos hablar de su extinción.
Si la disgregación conceptual hizo pensar en la anulación de ese germen vital, demuestra en cambio la incompetencia de los matices para acabar con la realidad central. Las dificultades estimulan el añadido del pensamiento para configurar las actitudes adecuadas. Una cosa es pensar la realidad y otra pensar sin tenerla en cuenta. La CONFLUENCIA de factores cuando aparece el ser humano establece un ámbito peculiar e intransferible; con múltiples formatos que no contradicen el sentido radical de la nueva vida y sus relaciones esenciales. Posteriormente, el intelecto no se detendrá en sus ideaciones, proseguirá con sus fantasías y la orientación de sus reflexiones en una serie de caminos proyectivos.
Es innegable la suma de factores en el desarrollo de semejante fenómeno germinal, los conocimientos adquiridos nos permiten delimitar las características de dichos elementos, físicos, biológicos, afectivos o conceptuales. Los rasgos físicos e intelectuales son evidentes. Sobre todo, contando con la presencia de los padres, configuradora del GENUINO reducto familiar. Las novedades tecnológicas y laboratorios especializados modifican las apariencias, pero no eliminan el fondo de la cuestión. El origen de la vida permanece alejado de las intenciones de apropiación de su realidad y de su sentido. Las modificaciones nominales no suplantan el primer rasgo de autenticidad, incluso material.
No todos los rasgos potencialmente involucrados se muestran activos en cada caso concreto, aún estando presentes, muchos de ellos pueden pasar desapercibidos por no estar operativos. Los PROGENITORES representan esa concreción de los factores influyentes, siendo el vehículo transmisor de cara al nuevo ser. Insisto, desde la genética a los afectos, sus evoluciones están en constante contacto entre sí y con respecto a los entornos; generan una entidad viva en pleno dinamismo. Hasta cuesta delimitar aquellos matices definitorios de la individualidad. No se puede reducir, ni presumir ni repudiar, la cuestión a uno solo de los elementos intervinientes; es necesaria la consideración de las conexiones restantes.
Por su propia condición evolutiva, la agrupación familiar incrementa sus componentes, integrando a los predecesores y a los nuevos elementos. Estos multiplican a su vez los diferentes rasgos físicos e intelectuales. Comprobamos con naturalidad la ampliación de sus DIMENSIONES. El entronque de ese conjunto polariza la significación de los elementos activados entre sus miembros. El núcleo inicial se extiende con rasgos novedosos no siempre reconocibles en una primera observación; por lo tanto, unos latentes y otros explícitos. La manera de apreciar desde fuera esta realidad viva tiene muchas limitaciones, no accede a los interiores. Desde dentro tampoco se capta el conjunto.
Con el tiempo, las diferentes culturas fueron asentando comportamientos peculiares. En cuanto a la valoración del núcleo familiar, sobre todo. El perfil adquirido por sus formatos alcanza características muy variadas e incluso contradictorias. Sin entrar en los condicionamientos culturales, la realidad refleja unas VARIACIONES indiscutibles. Con ellas vuelve a hacerse notar la subsistencia del mencionado núcleo vital de los comienzos. Como consecuencia, el tratamiento dado a estas entidades por las agrupaciones sociales adoptará costumbres y normativas con un sinfín de matices; la valoración antropológica de esas decisiones entrará a formar parte de la estrategia comunitaria correspondiente.
La creciente diversificación amortigua la percepción de las similitudes hasta extremos notables; estas no quedan eliminadas, pero el vértigo evolutivo provoca una DISCRIMINACIÓN de aquellos elementos fundamentales. Las ramas desdeñan el tronco, con sus actitudes engreídas e intolerantes. En determinadas ocasiones se producen estas actitudes con un carácter espontáneo, sin percibir de momento la profundidad de sus resoluciones. Abundan las orientaciones endiosadas por creerse con la capacidad de pergeñar estrategias e incluso ideologías al margen de la más evidente naturalidad. El engarce de los conocimientos adquiridos con las esencias inmodificables es tarea de todos.
De todo lo anterior se deriva la PARADOJA. Subsiste el hilo familiar, real e insustituible; como resorte de la dignidad personal unidos a la raigambre. Como reflejo simultáneo, a dicha unión le sienta bien la diversidad, no le va la uniformidad artificiosa, no se vislumbra por ningún sector constitutivo. El dinamismo funcional aúna esa perplejidad con su riqueza de manifestaciones.
En los ámbitos modernos subsiste la paradoja que observamos también en casi cualquier actividad social, esa confusión de la homogeneidad caprichosa con la enorme variedad de respuestas posibles. Formamos parte de la diversificación que convendría reivindicar como una MOTIVACIÓN radical para estimular el espíritu unitario de las colaboraciones, para afrontar la ardua tarea común de la existencia.
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