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La pastilla de la felicidad

Las pastillas pueden ayudarnos a esconder el malestar, pero no nos proporcionan felicidad
Octavi Pereña
lunes, 27 de febrero de 2023, 09:50 h (CET)

“La siquiatrización de la vida cotidiana significa que es hacer patológicos procesos normales, como el duelo, las separaciones afectivas, la pérdida del trabajo o las crisis económicas y, por lo tanto se pueden medicar a personas sanas, que éstas responden de manera natural a las situaciones conflictivas  propias del devenir de la vida. En otras palabras, es un proceso de medicación de la vida en que se corre el riesgo de siquiatrizar la infelicidad”. Antonio Anseán, sicólogo.


A mediados del siglo XX se empezó a introducir la idea de que si te encuentras deprimido no era por el contexto de la vida, un factor externo como lo son las condiciones sociales desfavorables, sino porque se tenía una enfermedad mental. Se debía a la carencia de determinados elementos químicos. Una pastilla te hará sentir mucho mejor. La nueva filosofía que se iba introduciendo es que se tiene que ser feliz siempre. Si no lo eres, las farmacéuticas pondrán a tu alcance la pastilla que restablecerá el equilibrio químico. Si alguien no es feliz es porque no desea serlo. La felicidad química (?) nos ha llevado a convertirnos en una sociedad sedada que constantemente piensa en el pastillero. Después de años de publicidad ponzoñosa las farmacéuticas han conseguido que desviemos la mirada de las injusticias sociales, que son las que crean malestar, y nos miremos al ombligo, haciéndonos creer que estamos enfermos. El remedio: LA PASTILLA DE LA FELICIDAD.


“He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones” (Eclesiastés 7: 29). Salomón que es el autor de este texto hace una reminiscencia de la creación del hombre que Dios vio que era bueno y que debido al pecado el hombre deja de edificar su vida sobre la Roca que es Cristo y la levanta sobre un cimiento de arena que es muy débil, que son las filosofías satánicas. El edificio no resiste las envestidas de los vientos huracanados y las aguas torrenciales que chocan contra la casa, que hace que se desplome. Así es el hombre sin Dios: ante los contratiempos, el miedo se apodera de él. Espanto simbolizado por mil soldados que huyen perseguidos por uno solo. Dejándose seducir por la publicidad interesada de las farmacéuticas, el hombre, observando el entorno amenazador en vez de refugiarse debajo de las alas protectoras de Dios que le creó, como los polluelos lo hacen con la gallina cuando sienten amenazados, se refugia en las pastillas que no hacen revivir.


Jesús, el Hijo de Dios que nos ama hasta el punto de abandonar su gloria divina  haciéndose hombre, cargar con nuestros pecados y morir para perdón de nuestras culpas. Si a Jesús clavado en la cruz lo vemos como el Camino que nos lleva al Padre celestial estaremos en condiciones de edificar nuestras vidas sobre la Roca. Es así como adquieren sentido las palabras de Jesús que se refieren a las aves del cielo y a los lirios del campo (Mateo 6: 24-34).


Debido al pecado nos hemos convertido en politeístas. Pretendemos adorar a Dios a la vez que veneramos a los ídolos que nos fabricamos. Estas divinidades no son tan groseras como las antiguas. Hoy la cultura católico romana nos muestra a los ídolos bajo el aspecto de hombres y mujeres semejantes a nosotros a los que supuestamente se les han concedido poderes sobrenaturales. Hoy, la idolatría religiosa, no es como lo era en tiempos pasados, pero sigue viva en nuestras almas. Hoy con la laicización social, los ídolos que se representan como hombres y mujeres ya fallecidos, se han convertido en personas vivas: Deportistas de élite, astros y estrellas del espectáculo…Estos ídolos de corta durada se van renovando así como van perdiendo el estrellado.

Suplantan al Padre de nuestro Señor Jesucristo a quien se le tiene que amar con todas nuestras fuerzas. A los ídolos de corta vida que se les ama con vehemencia, a la hora de la verdad, cuando los vientos huracanados y las aguas torrenciales nos envisten con fuerza, nos dejan abandonados a nuestra suerte.


Jesús nos recuerda: “Nadie puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podemos servir a Dios y a las Riquezas” (Mateo 6: 24). Ahora que tenemos claro que Jesús es incompatible con los dioses que nos hacemos, nos dice: “No os afanéis por vuestra vida”. Todas aquellas cosas que nos preocupan: la soledad, la familia, el trabajo, el bienestar…”Mirad las aves del cielo…y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?…”Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, como crecen: no trabajan ni hilan”…”Porque los incrédulos buscan todas estas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. “¡Hombres de poca fe! ¿Por qué dudáis?” (Mateo 14: 31).


No podemos impedir que los vientos huracanados y las aguas torrenciales nos golpeen con fuerza. Si es auténtica la fe que decimos que hemos depositado en el Padre de nuestro Señor Jesucristo, podremos decir con el salmista: “En el día que temo, yo en ti confío, en Dios alabaré su palabra, en Dios he confiado, no temeré, ¿qué puede hacerme el hombre?” (Salmo 56: 3, 4).

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