Llega a los cines un reestreno remasterizado de Titanic para celebrar el 25 aniversario de su estreno tan exitoso. Rememora cuando el buque más lujoso y más seguro en la construcción naviera de aquellos años salió de Southampton con dirección a Nueva York en su primer viaje. Bajo la pintura del casco pintaron: “Ni Dios mismo podría hundir este barco”. Pero por Terranova colisionó con un icebert, y de los miles de pasajeros pocos pudieron salvarse.
Cuando vi la última película de Fellini, E la nave va, pensé donde se había inspirado James Cameron en esas dos horas de hundimiento. Decia Italo Calvino que esa película del cineasta italiano fue una imagen que sería el siglo XX: “una historia que funciona porque el barco que se hunde es el gran mito de nuestro siglo... y nuestra participación consiste en la manera de identificarnos con esta historia”.
El Titanic se sitúa en los preludios de la Primera Guerra Mundial, un siniestro acto globalizador, donde se puede decir en cierto modo que todos “estamos en el mismo barco”. Titanic, como Sarajevo es como una imagen, una señal apocalíptica de que viviríamos con el miedo de que todo pueda acabarse, cosa que Stanley Kubrick ya pintó en su Dr. Strangelove en tiempos de la guerra fría. La caída del bloque soviético parecía eliminar un peligro pero la guerra de Ucrania ha vuelto a ponerlo en el candelero junto a los otros dos peligros mayores: choque de civilizaciones con los países musulmanes, y el despertar del imperialismo de China. Fellini en aquella etapa final se muestra desencantado, desilusionado, lejos de la irónica alegría de su Dolce vita, en un pesimismo propio de los años 80.
También ese hundimiento puede verse como un compendio de la condición humana y sus contradicciones, el enigma de la muerte, y la elección de cada uno. Quizá la imagen más patética fue como los músicos seguían tocando en sus últimos minutos de vida, “Más cerca, oh Dios, de ti” (en las versiones cinematográficas). En una postura nihilista, hoy no vemos que el destino sea volver a Dios, sino desaparecer o un encogimiento de hombros, pues el destino del hombre nos es desconocido; o en una versión dualista es la victoria del bien contra el mal; y en una versión religiosa todo lleva a una vida común mejor.
Pero Titanic no es sólo hundimiento, es también el romance de Leo DiCaprio y Kate Winslet que quedó allí inmortalizado. El personaje masculino, Jack, no subió a la tabla donde estaba la amada, y es también una imagen "que tiene que ver con el amor, el sacrificio y la muerte", dice Cameron: murieron muchos hombres para “que las mujeres y los niños pudieran sobrevivir". Hoy también vemos morir a muchos, en las guerras que sigue habiendo.
El hecho de la muerte se vive en Titanic sobre todo en su profundidad y su carácter terrible al contemplar la muerte de quien se ama; porque "amar a una persona es sentir que se dice: tú no morirás" (G. Marcel). Y esto nos lleva al enigma de la inmortalidad, "el amor es más fuerte que la muerte, no pueden apagar este fuego ningún arroyo por grande que sea" (Cantar de los cantares), se intuye que la separación tampoco corta ese vínculo de amor.
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