Muchos de los que afirman tener la luz del conocimiento caen en el peligro de creer que lo intelectual puede superar las limitaciones con las que la mariposa, que cae en medio de las rosas al salir de su corion despojada, ha nacido, o bien, con mayor narcisismo, negar el inconsciente como parte integral del propio psiquismo y las consecuencias de dormirlo en la idealización de un yo racional.
La búsqueda por una comprensión más amplia, que eleven la duda y el asombro, parte del aceptar que nuestra inclinación natural de entenderlo y manejarlo todo, en un perfecto balance mental, es imposible, y que cualquier intento del pensamiento se verá enjaulado irremediablemente entre las varas de las palabras. Es necesario entonces un lenguaje cuyos límites se expresen con una mayor amplitud, y cuyo origen trascienda el cambio insoslayable del tiempo y la cultura.
Al observar los vestigios que permanecen como estelas en la consciencia nos daremos cuenta del diálogo que intenta el inconsciente entablar, percibiremos un lenguaje no reduccionista, un lenguaje supraracional, propio de nuestra estructura y origen común, usado para expresar aquello que no nos es posible articular debido a la esencia augusta de la experiencia del yo humano; entre el lenguaje de los símbolos se encuentra nuestra identidad de aquello que nos hace humanos. Es necesario recalcar mi propio rechazo al esoterismo pagano sin que esto sea un impedimento al respeto de la autonomía de aquellos que creen en seres feéricos; así mismo, veo prudente decir que mi búsqueda hacia un entendimiento filosófico de este diálogo manifiesto en mitos y leyendas recién comienza, y como cualquier iniciación es necesario un transcurso, un recorrido hacia lo originario y lo originante; un camino entre la soledad y el tiempo.
«Somos nosotros —citando a Fromm— los autores, el sueño es nuestro»; estamos ante la primera distinción entre los símbolos accidentales y los universales. Los primeros nacen de una asociación individual entre el objeto escogido de forma inconsciente y la experiencia vivida en el momento originante, sería una falsación pretender conocer todas las posibles asociaciones creadas por las millones de personas que han nacido entre el signo y los símbolos, por ende un diccionario resulta ilusorio. Los universales se aprecian, en cambio, en los ritos y leyendas comunes entre los pueblos debido al origen y la forma kinestésica de experimentar la realidad; sin embargo, como en cualquier otro lenguaje, los dialectos existen, así es que el sol dador de vida en un pueblo del norte puede ser el villano entre los habitantes de la línea ecuatorial, lo que hace posible la comprensión de estas diferencias es el contexto simbólico, histórico y social en el que se manifiesta; su universalidad hace posible que se muestre a los ojos de otra consciencia, ya que, nacen como parte de la propia experiencia humana… Solo el que no ha sentido miedo en medio de un mar embravecido o un amor impulsor de vida no es capaz de entender el lenguaje simbólico.
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