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Qué derroche, Cristina Pedroche

Dice Cristina Pedroche, qué derroche, que le caen mal los votantes del PP. Mira como a mí. Como a mí los del PP y todos los demás
Pedro de Hoyos
lunes, 4 de abril de 2016, 00:59 h (CET)
Es cierto que la ley ampara a todos y todos tenemos derecho a opinar. Este bloguero es un ejemplo. Opino lo que quiero y porque quiero. Cristina Pedroche, qué derroche, tiene también el mismo derecho, no se lo niego.

El problema se llama sectarismo. Y contradicción. Dice Cristina Pedroche, qué derroche, que le caen mal los votantes del PP. Mira como a mí. Como a mí los del PP y todos los demás. No, no, me corrijo, rectifico y pido perdón. No me caen mal los votantes de nadie, solo me caen mal los votantes que votan al mismo partido una y otra vez, perdonando sus años de corrupción sin cuento, olvidando las burradas que nos han hecho sus líderes mientras contaban nubes o las burradas que se proponen hacernos si llegan a gobernarnos. Y echen ustedes cuentas si se salva algún partido.

Lo que no aguanto es a esa clase social seudo progre, frecuentemente mal llamados “intelectuales” (lo que indica el nivel cultural de España), que parecen tener licencia especial para pontificar a sus anchas, santificar y demonizar a quien le plazca. Con el carnet de progre. Y como es progre está bien. España bebe los vientos por los progres, lo que no me preocuparía nada si entre las personas por las que millones de españoles suspiran no estuvieran Kiko Rivera, Belén Esteban o Cristina Pedroche, qué derroche. Piensen ustedes qué clase de país somos teniendo como alimento intelectual de espera en peluquerías y dentistas a personal de este calibre. Si los pastores son así de brutos, cómo será el rebaño.

No, no se trata de una cuestión de cultura (bueno, sí, también), porque la Pedroche, qué derroche, ha pasado por la Universidad y sin embargo no se priva de despreciar a siete millones de personas por su opinión política. Al parecer esto está bien, pero hacerlo por su raza, por su sexo o por su orientación sexual, no. Al final la Pedroche, qué derroche, habrá pasado por la Universidad, pero la universidad no ha pasado por ella. He aquí la diferencia.

Es que haber ido todos los días a la universidad no significa ser culto ni tener luces ni dos dedos de frente. Una persona con dos dedos de frente, una persona consecuente con sus ideas, una persona culta no se pone en bragas delante de las cámaras para atraer a los espectadores. Eso es machismo duro, tan duro como la bragueta de algunos espectadores en aquel momento. No se puede ser de izquierdas y feminista y al mismo tiempo usar el sexismo embrutecido de las clases más sexistas y embrutecidas (la repetición es intencionada) para atraer “clientela”.

Eso sí, la clase progre española calló entonces como calla ahora ante este antidemocrático gesto de la Pedroche, qué derroche. Las feminazis españolas (distingo entre ellas y las verdaderas feministas) cerraron su acostumbradamente demasiado abierta boca ante este derroche sexista y machista de Cristina Pedroche. A los progres España les perdona todo, un país en el que creemos que tener todos los mismos derechos significa que todos somos iguales. No, los hay como Cristina Pedroche, qué derroche, o los que votan al mismo partido haya hecho lo que haya hecho, y luego los demócratas respetuosos que entienden y aceptan que los demás puedan tener otras ideas. Y los que votan, a quien voten, consciente y consecuentemente.

Es el derroche fascistoide, “leninistoide” si ustedes quieren, de la Pedroche. Ánimo, mujer, la próxima vez sin bragas.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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