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Esto es lo que hay

Carmen Muñoz
jueves, 7 de abril de 2016, 01:03 h (CET)
Los problemas son como las excusas, cada persona tiene el suyo particular. Existen problemas por todas partes, depende la intensidad de los mismos si se desarrolla en una familia pudiente económicamente o con menos recursos económicos.

En esta ocasión me voy a referir a los problemas corrientes, esos del día a día, esos que surgen de las cosas más inverosímiles como, por ejemplo, la interpretación de una factura de la luz, del agua, del teléfono etc.

Cuando uno se da cuenta que la factura recibida no coincide con lo que se consideraba oportuno y pretende aclararlo, suceden una serie de situaciones tan ridículas, absurdas e irritantes que las oficinas de la defensa del consumidor deben o deberían encontrarse colapsadas.

Lo primero que una piensa es ir a la oficina correspondiente para poder explicar personalmente lo que te ocurre. Pues bien, después de dar tres o cuatro vueltas con el coche para poder aparcarlo debidamente y no encontrarte con una multa que te amargue el día, consigues un hueco a medio kilómetro más o menos del sitio a donde vas. Cuando llegas a dicha oficina te puedes encontrar con dos opciones que ni sospechabas, una que haya desaparecido y otra que ya no gestionen esa compañía, sino a otra. Así que para nada te sirvió las vueltas para aparcar, ni el ticket. De regreso a tu casa y dispuesta a entender la factura, la vuelves a repasar y sorprendentemente encuentras un teléfono de atención al cliente. Bien, se puede pensar que llamando aquí podrán informar en donde se encuentra ahora la ansiada oficina.

Llamas y al otro lado un contestador automático te dice que por seguridad la conversación va a ser grabada, y añade que están todas las líneas ocupadas y que en breve serás atendida. Se oye una musiquilla que te suena a cualquier cosa menos a celestial. El párrafo y la música se repiten hasta la desesperación, y cuelgas. Al rato, lo vuelves a intentar y dependiendo de la paciencia que tengas, puede repetir la acción varias veces. En todo este proceso has podido perder dos o tres horas. Pero, como te interesa aclarar el equívoco de la factura, vuelves a intentarlo. ¡Por fin!

De nuevo escuchas que la conversación va a ser grabada y a continuación otra que empieza a recitar “si la consulta es de averías, marque 1, si es de información, marque 2, si es de facturación, marque 3, si cambio de nombre, marque 4……” hasta 6 dígitos, de tal forma que esperando a ver si oyes lo que quieres preguntar, no te acuerdas que número debes marcar, y si terminada la retahíla no pones rápidamente el número solicitado, la insolente cinta te da las gracias por confiar en la firma y recomienda que vuelvas a llamar más tarde. Llegado a este punto, te quedas dubitativa porque no sabes que grabación saldrá en la nueva llamada, si la de la música o la numérica y la hora de recoger a los niños del colegio y hacer la comida se va acercando. Después de encomendarte a los santos, vuelves a intentarlo y asaltas con denuedo inusitado el ordinal correspondiente, ¡Uy, ha habido suerte! He conseguido hablar con una persona “buenos días, mi nombre es mmderlsjf ¿en qué puedo servirle?”, perdón no la he entendido “buenos días, mi nombre es mmderlsjf, ¿en qué puedo servirle?” perdone, es que lo que no entiendo es su nombre “Ivon Melisa Gutierres”. Bien, es que tengo un problema con una factura que me gustaría aclarar personalmente en una oficina, ¿podría indicarme en qué lugar de mi ciudad hay alguna? “Con mucho gusto, me dice su nombre…., apellidos, dirección, código postal, ciudad……..” y sigue y sigue preguntando de tal forma que solo le queda por saber la talla de ropa y zapatos que usas. “Un momento por favor voy a consultar su pregunta”. Al rato, ¿está usted ahí? “si, sí, estoy comprobando”, “gracias por su espera, pero no encuentro ninguna oficina desde este terminal”. Cómo dice ¿que no hay ninguna?, “no señora, que a través de este ordenador no puedo hacer esa consulta”. Oiga, después de una hora sentada delante del teléfono, no atender dos llamadas a la puerta por no perder la interlocución, haber soltado el gato al pájaro de la jaula, que por poco lo mata, haberse mojado la ropa tendida, que tenía seca, por haber empezado a llover, ¿no me puede decir donde hay una oficina en mi ciudad? ”pues…., lo siento señora”, “¿puedo ayudarla en otra cosa?”.

Entonces, cuelgas el teléfono con rabia contenida, cara de lela, con el sentimiento de que te han tomado el pelo, haber perdido una mañana y lo que es peor, sin resolver nada.

He llegado a la conclusión que la seguridad por grabar las conversaciones es para evitar el cúmulo de insultos e improperios que dan ganas de soltar.

¡Ea!, ¡esto es lo que hay!

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