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Thalía, coño…

Nos envuelve una atmósfera neobarroca, entre depravada y puritana
Diego Vadillo López
miércoles, 3 de mayo de 2023, 12:22 h (CET)

THALÍA, OLIVARES & LOPE DE VEGA


Thalía, coño… lo que has hecho es autocensura, que es la peor de las censuras. La atmósfera toda que nos envuelve cual productos ultraprocesados incurre en un socio-neobarroquismo oscilante entre la perversidad y la mojigatería, entre la depravación y el puritanismo. Hoy se amenaza miedo (a la manera del conde-duque de Olivares en tiempos) desde los más diversos flancos, lo que hace que los más vivan cortapisados y cortapisando a la otredad (como aquel Dios deseado y deseante juanramoniano) en una bidimensionalidad asfixiante por lo empecinada.


El haber cercenado, oh admirada Thalía, el vocablo “marica” de tu versión de la canción “Sufre mamón”, popularizada en su momento por los Hombres G, que desarrollaban cierto pop-rock de un desenfado naïf el cual nunca se consideró susceptible de molturar sensibilidades, se antoja un tanto excesivo. Pero, claro, ahora ha entrado en boga una hiperestesia hipertrófica que hace que “nos la cojamos con papel de fumar” (un giro coloquial este susceptible de ser en la hora actual señalado como del todo inadecuado) antes que expresarnos con naturalidad, pues un desnaturalizador apremio nos urgirá a mudar lo referido ahormándolo a los parámetros considerados tolerables por ajustarse a eso a lo que llaman “corrección política”.


Se ha conseguido una sociedad en carne viva, presta a indignarse y a sentirse agraviada; las más de las veces de manera infundada, saltando a la palestra los límites de la libertad de expresión, los cuales, como tantas otras cosas, se han ido desdibujando, en unos tiempos fatigosos en los que la Caja de Pandora de las patologías mentales ha sufrido una fuga potenciada por unas tecnologías que, de manera ecoica, infunden un desconcierto parejo al sufrido en su momento por Lope de Vega, ora confesional adepto, ora pecador de la pradera.


Nos queda el consuelo de que tras tiempos tan turbulentos como los que nos adornan, suelen venir otros más racionales, en los que, asumido que todos alojamos luces y sombras, podremos calibrar con razonabilidad lo que cabe considerar oportuno o no, superados los paroxismos en los que hoy se incurre a toda hora.


Es oportunista y anacrónico censurar lo creado bajo una luz ética distinta a la del tiempo presente, y, en cualquier caso, es deleznable modificar o meter tijera a las obras, máxime cuando los autores ya no viven (como también se está haciendo), para salvar el escollo de una opinión pública inducida mediáticamente a demonizar unas u otras manifestaciones artísticas, pues, así, el arte está dejando de ser el reino de la libertad que habría de ser. 

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