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«A través de la lectura he aprendido formas de vivir, he reflexionado sobre otros modos de pensar y he imaginado paisajes»

Entrevista realizada a la escritora Julia Navarro (más de cinco millones de libros vendidos), tras la publicación de su nuevo título ‘Una historia compartida’
Herme Cerezo
jueves, 11 de mayo de 2023, 11:11 h (CET)

Mayo, a media tarde de un miércoles. Rumor de fútbol por la calle. Las inmediaciones del Hotel Westin respiraban banderolas, bocinas y espectadores ansiosos. Preocupados. Había partido en Mestalla. Pero mucho antes de que se diera la patada inicial sobre el césped, estaba citado con Julia Navarro para conversar acerca de su reciente publicación, ‘Una historia compartida’, editada por Plaza & Janés, el ensayo donde ha plasmado sus opiniones sobre aquellas mujeres que, de alguna manera, influyeron en su vida, a través de sus conductas y pensamientos. Es evidente que el libro tiene un carácter reivindicativo, pero no es frentista ni revanchista. La contraportada es bien explícita al respecto: «Hasta el siglo XX la Historia la escribieron los hombres. Eso explica por qué las mujeres apenas aparecemos como sujetos de las historias de la Historia» […] «… desde el principio de los tiempos las vidas de hombres y mujeres han estado entrelazadas y no se explican las unas sin los otros, es decir, con ellos, sin ellos, por ellos, frente a ellos o con la ignorancia de ellos». Una esquina de la terraza del Westin, mecida por una suave brisa, fue testigo de nuestra conversación. Calmadamente. Las ansias del fútbol no iban con nosotros. ‘Una historia compartida’ da mucho de sí. Su contenido es extenso y más de cien mujeres se asoman a sus páginas. Es imposible citarlas a todas, pero de algunas sabremos, aquí y ahora, lo que hicieron y lo que es más importante, el motivo por el que Julia Navarro decidió incluirlas en su libro. Piloto rojo de la grabadora encendido. Comenzamos.


Foto 3 (C) Juan Manuel Fernández

Julia Navarro (Autor de la imagen: Juan Manuel Fernández)


Julia, ¿de dónde arranca tu pasión por contar historias?

Desde pequeña me gustaba hacerlo. Escribía cuentos y también leía mucho, porque en mi casa había una buena biblioteca.


Tu primera novela, ‘La Hermandad de la Sábana Santa', surgió de la lectura de un obituario mientras estabas en la playa.

Es verdad, fue leyendo el obituario sobre el fallecimiento de Walter Macron, un microanalista forense, que había puesto bajo su microscopio la Sábana Santa de Turín. Justo al lado aparecía una pequeña historia sobre la autenticidad de la reliquia y en ese momento se hizo un clic, y decidí que quería escribir sobre aquello.


¿Y cuál ha sido el clic del que ha nacido ‘Una historia compartida’, que te ha llevado a pasar de la ficción al ensayo?

El punto de partida fue el COVID. Durante los meses en los que nos recluimos en casa por la pandemia, yo estaba terminando mi anterior novela publicada, ‘De ninguna parte’, y había empezado otra. Pero el enclaustramiento me estaba afectando mucho. Sentía ganas de escaparme y comprobé que no podía escribir otra novela. Entonces me puse con ‘Una historia compartida’, que me resultaba algo muy parecido a viajar a través de las lecturas, de las biografías de mujeres que me habían impactado y de mis propios viajes. Fue la manera de escaparme de las paredes de mi casa. Lo escribí sin pretensión de publicarlo. Lo aparqué y, al acabar el encierro, retomé la novela que había dejado a medias. Un día me llamó mi editor y me preguntó cuándo tendría lista mi próxima entrega y le contesté lo mismo que le digo siempre: «No tengo ni idea». Le comenté de pasada que había escrito una cosa que no era novela, sino un ensayo, un libro de reflexión. Se lo dejé leer en noviembre de 2022 y, de repente, decidió publicarlo. Ha salido a las librerías en tres meses, en medio de un enorme estrés, que me llevó a corregir galeradas hasta el mismo día de Nochebuena.


‘Una historia compartida’ no es autoficción, pero en cierto modo podemos pensar que es una especie de autorretrato tuyo.

Este libro sin la pandemia nunca lo hubiera escrito. Y, aunque no era esa mi intención, tiene una parte tan personal mía que lo convierte casi en un diario. De eso solo fui consciente después de publicarse, cuando mi familia y mis amigos me dijeron que había contado muchas cosas personales. Ni siquiera me fijé en ese detalle durante la corrección de las galeradas, pero ellos tenían razón. Desde luego que no era mi intención hacerlo así en absoluto.


A mi modo de ver, creo que el gran valor de este libro radica precisamente en tus opiniones sobre todas las mujeres que has incluido en sus páginas.

No me gusta nada la explicación personal, pero es cierto que yo hago una reinterpretación de los personajes y cuento lo que pienso sobre ellos y sus porqués. Nunca me he conformado por cómo nos han contado la Historia, siempre he buscado otras explicaciones y, en ese sentido, ahí están las mías.


Tu abuela te obligó a leer y tu abuelo, un gran lector, disponía de una buena biblioteca. Has sido muy afortunada, porque prácticamente has podido leer lo que te apetecía.

Es verdad que mi abuela me obligaba a leer y mi abuelo me permitía hacerlo. Nunca me puso restricciones en mis lecturas. Sin embargo, con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que, en realidad, él dejaba a mi alcance aquellos libros que consideraba aptos para mí, como eran los clásicos. Estoy segura de que colocaba los no aptos, según su criterio, en las estanterías superiores para que yo no pudiera acceder a ellos.


Me imagino que, una vez leído un libro, lo comentabas con tu abuelo y eso te permitía sacar mayor partido de tus lecturas. Otro aspecto en el que has sido afortunada: el contraste de opiniones.

Mi abuelo nunca me prohibió ningún libro y, luego de leído, lo comentábamos para ver qué había entendido yo. Sus opiniones eran como una especie de reorientación para mí. En ese sentido, es verdad que fui afortunada, pero esto solo ocurría con aquellos títulos sobre los que él consideraba oportuno hablar.


Portada Una historia compartida, de Julia Navarro


‘Una historia compartida’ es un libro reivindicativo, pero al mismo tiempo no es frentista, porque tú no has querido caer en el mismo error de los hombres que han olvidado/borrado a las mujeres de la Historia Universal.

Creo que es imposible entendernos los unos sin los otros. Desde el principio de los tiempos hombres y mujeres hemos estado aquí, hemos interactuado y nos hemos relacionado. Tú no puedes explicarte a ti mismo sin tu madre, sin tu abuela, sin tus tías o sin tu mujer… Es imposible. Tampoco yo me puedo explicar  sin tener en cuenta a mis tíos o mis primos. Cuando escribía me preguntaba cómo serían los hombres que formaban parte de las vidas de las mujeres sobre las que estaba hablando. De ahí esa curiosidad y convencimiento de que la Historia no está completa si no contamos la relación de los unos con los otros.


La primera parte del libro la dedicas a la mitología griega y hablas de tu interés por ella. ¿En esa mitología encontramos ya todos los arquetipos que pueblan las novelas y las ficciones que se han escrito a lo largo del tiempo?

Efectivamente, en los héroes y los dioses se da todo lo bueno y lo malo del ser humano. Las grandes pasiones que hay en nosotros están reflejadas en ellos. Al final, el hombre es igual a sí mismo desde el principio de los tiempos.


Supongo que estudiarías griego clásico durante tu Bachillerato. En ese sentido, ¿conocer esta lengua ha sido una herramienta útil para el desarrollo de tu profesión?

Sí, el griego y también el latín. Creo que es una auténtica tragedia que hayan despojado a los planes de estudio de todos aquellos elementos que tienen que ver con la base de nuestra cultura. El griego y el latín forman esa base junto con la filosofía, que nos proporciona herramientas para ser ciudadanos provistos de un pensamiento propio. Siempre pensado que esa decisión no es  inocente, porque si tú a las nuevas generaciones les quitas un instrumento que les ayuda a conformar un pensamiento crítico, estás configurando una educación que convierte a los ciudadanos en seres mucho más fáciles de manipular.


A este interés tuyo por el mundo clásico también ha contribuido la fascinación que siente Fermín Bocos, tu marido, por Grecia.

A mí me interesaba mucho el mundo y la cultura griega, pero la pasión que he llegado a sentir es heredada de mi marido, porque gracias a él aprendí a viajar de otro modo, a mirar lo que veíamos no con los ojos del presente, sino del pasado. Actualmente, cualquier viajero que llegue a las Termópilas no verá ni entenderá nada, porque no quedan restos. Sin embargo, con Fermín todo se vuelve absolutamente apasionante. En nuestro viaje él me explicó hasta donde llegaba el mar y cómo era el paisaje en los tiempos de Leónidas.


El arqueólogo Schlieman descubrió Troya y tú, gracias a Helena, hiciste lo propio con ‘La Ilíada’ y ‘La Odisea’. En general, ¿cuánto tiene la cultura de curiosidad e investigación para satisfacerla?

Todo. Cada vez que abres las páginas de un libro inicias un viaje y una aventura que no sabes a dónde te va a llevar. La lectura de un libro siempre es la mayor de las aventuras. A través de ella he aprendido formas de vivir, he reflexionado sobre otros modos de pensar y he imaginado paisajes. Creo que el primer libro infantil que me regalaron llevaba el dibujo de Helena de Troya, rubia y guapísima, en la portada. Su retrato despertó en mí la imaginación por averiguar quién era aquella mujer. Fue mi abuelo quien me lo explicó y en los siguientes Reyes Magos me trajeron versiones infantiles de la Ilíada y la Odisea.


Yo tuve dos excelentes profesoras, una de latín y otra de griego, que influyeron mucho en mi interés por la cultura. Según he leído en alguna parte, a ti te sucedió algo parecido con una profesora de literatura que influyó decisivamente en tu futuro.

Es verdad, tuve la suerte de tener una profesora de literatura extraordinaria. Creo que su amor por la literatura era tal que en su clase estábamos todos fascinados con la asignatura. A mí me llegó a resultar apasionante hacer comentarios de texto, porque me di cuenta de que ese esfuerzo intelectual me permitía entender mejor lo que había leído y apreciar el valor de esos textos. Me ocurrió lo mismo que a ti con tu interés por los clásicos griegos y latinos.


Nos adentramos en algunas de las mujeres que desfilan por ‘Una historia compartida’, aunque es imposible citarlas a todas. Empezamos con Circe y Penélope. ¿Con cuál de las dos te quedas?

Me cae muy bien Circe, pero me quedo con las dos porque son dos mujeres potentes e inteligentes. Ulises es el rey astuto, igualmente inteligente, que antepone la razón a la fuerza, aunque también la utilizó, como no podía ser de otro modo por el tiempo que le tocó vivir. Yo diría que fue él quien estuvo a la altura de ellas y no al revés. Circe era una maga, semidiosa, que podía lanzar un encantamiento a Ulises y retenerlo, pero no lo hizo. La suya es una historia de amor bellísima, la del sacrificio de una mujer con altura de miras, cuya concepción del amor no tenía nada que ver con la posesión o el egoísmo. La Penélope que tejía y destejía siempre me irritaba. Pensaba que no era posible que Ulises dejase su reino en poder de esta esposa sin saber cuándo regresaría. Pero reinterpreté el asunto y pensé que, si él se comportaba así, era porque la consideraba una persona tan capaz de gobernar como él. Por lo tanto, sabía que todo estaba en buenas manos. En mi opinión, Penélope es un personaje que hay que redescubrir.


Damos un salto temporal hasta Simone de Beauvoir. En 1956, en pleno siglo XX, algunos capítulos de su libro ‘El segundo sexo’ fueron incluidos en el Índice de Libros Prohibidos por el Santo Oficio.

En 1956 yo tenía tres años [risas] y desconocía lo que dices, pero imagínate cómo estaban las cosas entonces. Realmente, Simone de Beauvoir fue muy importante para reflexionar acerca del papel que desempeñaban las mujeres en el ámbito social.


¿Qué has aprendido de Hannah Arendt?

Me interesé mucho por ella porque fue una gran intelectual y filósofa que no se acomodó a todo lo políticamente correcto de su tiempo. Tenía sus propias ideas y las confrontaba de manera continua. Fue valiente, iba recta hacia las cosas, no se quedaba en la superficie y se movía mucho. Su pensamiento fue transgresor y, precisamente por ello, fue muy criticada.


La injusticia llamó a la puerta de María Moliner, una mujer que invirtió la vida en la escritura de su famoso diccionario, vivió rodeada de palabras y, sin embargo, no fue admitida en la RAE, no sé si, en parte, a causa de su pasado republicano. En todo caso, me parece algo increíble.

La incorporación de mujeres a la RAE ha sido muy lenta. A mí también me parece una injusticia su no ingreso, algo que, desgraciadamente, ya no tiene remedio. Encima de mi mesa están los dos tomos de su diccionario. No sería capaz de trabajar sin él. También consulto el diccionario de la RAE, pero el libro de referencia para mí es el suyo.


María Teresa León, la esposa de Rafael Alberti, decidió apoyar la carrera literaria de su marido, a pesar de contar con una obra propia muy extensa. Me parece triste esa renuncia suya.

Con frecuencia se nos olvida que las mujeres de la Generación del 27 formaban parte de una elite, porque habían tenido acceso a una sólida educación, en un momento en el que el analfabetismo era tremendo en España. Ellas pertenecían a una clase social acomodada y consiguieron ensanchar los espacios de libertad para las mujeres. Sin embargo, luego se produjo algo que me provoca irritación, ya que dieron un paso atrás para que sus parejas masculinas pudieran brillar. Aunque imagino que esto es un anatema, particularmente me interesa más María Teresa León que Alberti. Lo pienso así. En mi opinión, lo que ella cuenta en su obra, la manera como lo hace y el mundo que tenía en su cabeza merecería ser mucho más conocido.


Cuentas en ‘Una historia compartida’ que lo normal es que los hombres maduros se enamoren de mujeres más jóvenes. Sin embargo, Agatha Christie hizo lo contrario: se casó con Max Mallowan, un hombre catorce años más joven que ella. Y, además, fue feliz o eso parece.

Agatha Christie hizo bien. Después de que su primer marido la abandonase por otra, su segundo matrimonio resultó providencial para ella, tanto desde el punto de vista personal como del literario, ya que alguna de sus novelas se fraguó en los viajes que hacía con él. Pero yo no juzgo. Cuando alguien va con una persona más joven es porque intenta retener la juventud. Y a mí nada de lo que es humano me es ajeno, por tanto puedo entender esa tentación de retener lo que uno ha sido, aunque solo signifique engañarse a sí mismo.


Para escribir sus ‘Memorias de Adriano’, Marguerite Yourcenar necesitaba vivir en un lugar como la isla en que habitaba. ¿Qué tiene de particular ese sitio?

Eso lo dice ella misma cuando habla de su propio proceso literario. Creo que ‘Las memorias de Adriano’ es un libro dotado de una sensibilidad extraordinaria y de una enorme profundidad. Introducirse como ella hace en la cabeza del emperador para contarnos su vida desde dentro no es algo que esté al alcance de cualquiera.


En estos casos la dificultad es grande y el trabajo del escritor doble.

Exactamente, es doble, lo que no significa que no se pueda hacer, porque ahora estamos con la estupidez esa de decir que usted no puede escribir sobre el problema racial, porque no es negra, o no puede perfilar un personaje gay, porque no es gay. Vivimos momentos de puro disparate. El hecho de ponerse en los zapatos de otro es una cuestión de sensibilidad y de capacidad para entender sus problemas.


Otra mujer con una vida nada recompensada fue Clara Campoamor, quien, tras conseguir el voto femenino en las Cortes, terminó sus días en el exilio, apartada de todo y trabajando como traductora. Un final muy triste el suyo. 

Clara Campoamor se enfrentó a los suyos en defensa del voto de las mujeres. Ella era demócrata por encima de cualquier otra consideración y por eso alegaba que no podía existir una sociedad en la que todos los ciudadanos no tuvieran derecho a votar. Sin embargo, sus otras compañeras, sí han pasado a la Historia y son reivindicadas por sus partidos de izquierda, a pesar de que se manifestaron en contra del sufragio femenino, porque pensaban que su voto favorecería a las derechas. Antepusieron los intereses partidistas a la propia esencia de la democracia de una manera claramente manipuladora. Clara Campoamor fue un ejemplo de honradez y no mereció el destino que tuvo. Enfrentada a su propio partido y a las otras diputadas, fue terriblemente desgraciada y vivió una tragedia. Con ella se cometió una auténtica injusticia.


Virginia Woolf decía que era imprescindible disponer de una habitación propia e independencia económica. En su época eso era impensable, hoy ya no tanto. En ese sentido y como escritora y mujer, ¿te ha servido como modelo de conducta?

Desde pequeña me enseñaron en casa que tenía que ser independiente, autosuficiente económicamente y que la libertad me la proporcionaría esa independencia. Crecí con ese mantra que me repetían mi abuela, mi madre y mis tíos. Me insistían en que estudiara para poder tomar mis propias decisiones en la vida, porque si no lo hacía, alguien las tomaría por mí. Aquello a mí me enfadaba porque no lo entendía. Virginia Woolf lo que viene a decir es que el espacio tradicionalmente asignado a las mujeres era la cocina y el cuarto de estar, que no teníamos una vida propia y que, por tanto, necesitábamos una habitación, un espacio propio dentro de la sociedad. En el reparto de funciones entre hombres y mujeres, la maternidad nos ha marcado, ha determinado nuestro rol en la sociedad y ha provocado que sean los hombres quienes han organizado el mundo. Y, claro, ahora os cuesta mucho compartir el poder, vivir en una sociedad de iguales, algo que entiendo porque hasta el momento presente el reparto ha sido el que ha sido. Y ese espacio propio para las mujeres, al que aludía Virginia, nos lo proporciona la independencia económica, como te decía al principio de esta pregunta.


Estamos terminando, pasamos página y hablamos de tu trayectoria, usos y costumbres como escritora. ¿Cuándo aparecen los títulos de tus libros dentro de tu proceso creativo?

Siempre empiezo por pensar qué quiero contar en el libro y, casi desde el primer momento, el título aparece en paralelo. Y la historia, hasta que me siento a escribir, digamos que la voy construyendo mentalmente durante un tiempo.


Viviste la Transición intensamente como periodista. Tus novelas tienen todas un trasfondo histórico, ¿para cuándo una novela tuya enmarcada en esa época tan especial y que conoces tan bien?

Sinceramente, no tengo ganas de escribir sobre ese periodo. Sin hacer novela histórica, he contado el siglo XX porque me resulta más cercano, aunque es verdad que siempre he intentado contextualizar, porque pienso que todos somos hijos del tiempo que nos toca vivir y no se puede entender nada de lo que hacemos si no es en función de ese tiempo. No podemos juzgar el pasado con los ojos del presente y por eso trato de explicar muy bien cómo era el escenario y la sociedad que vivieron mis personajes.


‘Una historia compartida’ tiene mucho de viaje a Ítaca. Imagínate que te subes al palo mayor del barco y miras hacia atrás: ¿cómo valoras tu trayectoria literaria desde que empezaste hasta hoy?

Veo que no he terminado mi viaje, que no he llegado a Ítaca aún y, por ello, no miro hacia atrás.

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