Si no dejamos que la hojarasca nos tape las raíces profundas de la vida, de esa vida nuestra que es vida individualmente social, sentiremos que alguien tan antiguo y tan presente como san Isidro Labrador -sean cuales sean nuestras creencias y nuestra ideología- nos habla, todavía hoy, de las necesidades de la gente trabajadora del campo, de la lucha contra la sequía, y de los principios que practicamos día a día.
Si hay algo que caracteriza a Ysidorus Agrícola -o Isidro Labrador- son sus anomalías, sus preciosas anomalías, sus luminosos mestizajes. Veamos las principales. Lo primero es que es un santo muy tardíamente santificado por la jerarquía religiosa en 1622, cuya vida había sido documentada dos siglos después de su existencia, ya que se supone que nació en 1082. Una historia que inicialmente se había transmitido exclusivamente por tradición oral. En esa época, los santos cristianos eran eclesiásticos u hombres de familia noble y sus milagros estaban unidos a una práctica social contemplativa.
En cambio, Isidro -como era habitual entre los santos musulmanes, y más si eran de origen bereber- procedía de la clase trabajadora y sus milagros estaban vinculados íntimamente a su trabajo campesino. En contra de lo dominante en la esfera cristiana Isidro estaba casado, era pocero además de agricultor, y su santidad eran sus milagros agrícolas y acuíferos -lo que parece más islámico que cristiano- y sus orígenes y su vida parece más la de un santón musulmán que -con su matrimonio, con la que posteriormente sería Santa María de la Cabeza en el santoral cristiano, su hijo Illán, y su esforzado trabajo- derrotó, en el imaginario popular y en sus derroteros por la historia, a los santos cristianos de entonces y de después.
Ciertamente es una anomalía en el santoral la existencia de un santo producto del mestizaje religioso y cultural, musulmán y cristiano, de aquellos tiempos. O mejor, Isidro fue en realidad un santón musulmán de origen berebere de un Mayrit -nombre musulmán de Madrid- asumido por la religión cristiana de los nuevos dueños de Madrid. Ya tenemos dos anomalías. Una anomalía de clase social -frente al aplastante origen social de los santos, de sectores eclesiásticos y de familias nobles- un campesino sabio. Una anomalía de orígenes religiosos, que integra en su santidad elementos de ambas creencias, pero que, destacadamente, expresa con su vida y su trabajo, unos valores opuestos a los dominantes y antagónicos con la existencia de los santos.
“Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son”
Pero Isidro era un sabio campesino, era un zahorí -aquel que tiene la facultad de descubrir manantiales subterráneos- en un Madrid que no estaba atravesado por un río abundante -necesario para las ciudades y poblaciones, y más en aquellos tiempos- pero se asentaba sobre agua subterránea. Su riqueza acuífera -con su red de viajes de agua o “qanats”, sus fuentes, manantiales, norias y otros artilugios-, conocida desde antiguo, desde antes de la ocupación musulmana. Sólo desde toda esa humilde sabiduría de Isidro -que la leyenda nos ha transmitido- se puede entender su expansión imparable, y a contracorriente, en el universo hispano como patrono de todos las poblaciones agrícolas y ganaderas donde el agua va unida íntimamente a la vida y a la supervivencia. Es inacabable la lista de pueblos y ciudades de las que es patrono, porque recorre toda la geografía española y toda Hispanoamérica.
Desde el Madroñal de Madrí hasta la Mar de Llanera
Hay que saborear la riqueza popular que recorre todas esas fiestas, desde su cuna -nuestro entrañable Madrí- hasta Filipinas, pasando por pueblos y pueblos de las Islas Canarias, Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, Murcia, Comunidad Valenciana, Cataluña, Aragón, Navarra, Cantabria, Castilla y León, Galicia… desde Argentina -de Tucumán a Córdoba-, Chile, Perú, Paraguay, Uruguay, Colombia, Panamá, Venezuela, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, México, hasta Quezón (Filipinas). Pero hay que persistir para llegar a Asturias, al concejo de Llanera.
La viejísima y compleja sustancia de España
Sólo se entienden las anomalías de Isidro inscritas en la anomalía histórica española. Sánchez Albornoz tituló su libro “España: un enigma histórico”, en el que afirmaba que el pueblo español había “acuñado una herencia temperamental que el correr de los siglos fijará, mantendrá, suavizará... pero que constituye a la par la raíz remota de su historia y un potencial en estado latente que el curso de la vida de la comunidad permitirá a veces volver a resurgir y a veces forzará a tal resurrección”. Y Vicente Aleixandre, hablando de Lorca, dijo que “sus pies se hundían en el tiempo, en los siglos, en la raíz remotísima de la tierra hispánica, hasta no sé dónde”. Y el propio Lorca nos habla del “esqueleto de aire irrompible que une las regiones de la península, (...) con sensibilidad descubierta de molusco, para recoger en un centro a la menor invasión de otro mundo, y volver a manar fuera de peligro la viejísima y compleja sustancia de España”.
El enigma histórico de España reside en ser, posiblemente, el único país del mundo (al menos de Occidente) en el que muchos de los rasgos principales que definen ese substrato ancestral no sólo han conseguido perdurar en estado práctico a lo largo del tiempo, sino que han tenido la fuerza necesaria para crear y dar carácter a una nación política, en el sentido moderno del término, y la capacidad de expandirse por medio mundo. Y ello, increíblemente, a pesar de ser el nuestro, desde tiempos remotos, un lugar de cruce, de mezcla, de fusión, de mestizaje de pueblos, de razas, de culturas y de idiomas, ha sobrevivido en una existencia paralela a la múltiple sucesión de Estados, regímenes, modelos económicos y políticos, dando lugar a la colectividad hispana -“el modo de ser hispánico”- que pervive más de 2.000 años, y hace que entre lo que representan Numancia, el Sitio de Zaragoza y la Defensa de Madrid no haya ninguna diferencia significativa.
“La Mar de Coruño/ Garzón de Lavapiés/ siempre hay un punto/ ay, todo del revés”.
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