Seguramente, la palabra libertad es la más invocada en el mundo. Más que la palabra justicia. Y tenemos la convicción de que es la más adulterada (para que no sea ella misma). De entrada, se la enfrenta con la palabra igualdad y se le aplica, si no un trabalenguas, sí un trabaideas: a más igualdad, menos libertad. La opción contraria, a más libertad menos igualdad, no se plantea. Sin embargo, ¿puede haber libertad en una situación de desigualdad? En un jardín soñado de pacíficos Bambis, puede ser. En una jungla mundial, que es lo que hay de extremo a extremo, sin excepciones, no.
Por ejemplo, la libre UE, por misterios de la geopolítica, no puede comprar o vender lo que quiera. Algo que se ha descubierto de repente. Antes fingíamos creer en la soberanía, aunque no ignorábamos que cada ley que aprobábamos en el parlamento pasaba por un tamiz europeo que la empeoraba. La razón era la confianza en unos organismos que nadie vota, al menos directamente. Ahora, por ejemplo, forzando esa confianza, se habla de más castillos y de menos hospitales; dónde situar los castillos y reducir los hospitales dudamos esté en nuestras manos. ¿Nos beneficiará e asunto? Puede que a otros, sí, como ocurrió con parte de nuestra industria, que se desmontó y pasó a otros países. Antes, ser compatriotas, suponíamos, era una garantía. Hoy no estamos tan seguros. Si no, investiguemos sobre el tomate marroquí. Suena chusco pero no lo es, y lleva a la siguiente pregunta: ¿ideales o intereses? Aquí parece que intereses, y no precisamente los de España. ¿Vuelve el ”es la economía, estúpido”?
Sobre la información ya sabemos qué hay. Las fakenews (permítasenos el anglicismo, define bien sus orígenes) demuestran qué se puede hacer con la información. Nunca el panorama había sido tan desolador. Y no sólo por lo que se dice, sino también por cómo se dice.
Se habla de libre mercado. La idea recoge dos aspectos: uno ideológico y otro material. Gracias a esta diferenciación comprobamos que no hay un libre mercado real, en cuanto que las numerosas medidas proteccionistas contradicen sus presupuestos teóricos. Estos implicarían un acceso a él con suficiente información y con posibilidades reales de optar sin trabas artificiales.
Ese libre mercado posee, además, otros ingredientes, como el de competencia, al que intentan vincular con resultados meritocráticos. Algo así como la expresión de un reto: salgamos a la palestra, al mercado, y que gane el mejor. (de lo que se desprende cierto tufillo étnico, racial, ideológico, clasista). Una ficción que pretende creamos que así obtendremos la excelencia (otra modernidad) dentro de unas reglas de libertad y de juego limpio. Olvidémonos de los bucaneros y de los filibusteros que imponían en libre competencia cañonera la liberación de los esclavos de un barco para que pasaran a otro tan esclavos como antes, pero bajo el pabellón de la libertad nominal. Por supuesto, los historiadores acólitos ocultarán estos detalles, pretendiendo que sigamos aislados en este sarcófago de indiferencia e ignorancia.
En ese libre mercado de competencia perfecta, dicen, todos pugnarán con sus cualidades y defectos. Es decir, que si hay un móvil mejor se carga de aranceles para que su precio impida su venta. Que se sigue vendiendo: se prohíbe sin más. Después de todo, las reglas son para los más desiguales, que son los que en definitiva pagan el encarecimiento.
No son ya muchos los que siguen negando la relación entre el pensamiento de una sociedad y su sistema económico. No obstante, aceptando tal relación, esta no es automática ni precisa; el elemento humano también interviene, por lo que se producen pulsos entre matices enfrentados; está ocurriendo en muchos países entre la economía real (dinero sano) y la especulativa (dinero dudoso) (1). Y curiosamente, los que más proclaman la libertad como bien supremo son, en última instancia, los que confirman el aserto de “dime de que presumes y te diré de que careces”.
Hoy, el pensamiento libre --o el librepensamiento--, está en retroceso. Tanto que en muchas partes, entre el interés y la ideología, se ha escogida a la segunda. Sorprenderá esta afirmación: no hay nada que suene más noble que el ideal. Pero es que en el mundo se ha producido un gran vuelco: quienes proclamaban sin excusas que no tenían ideales sino intereses, resulta que ahora invocan los ideales. Y los que antes hablaban de ideales, no tienen más remedio que preguntarse a dónde llevan estos. Curioso, porque no hace demasiado tiempo (en la Historia los años son segundos) Clinton exclamaba: “¡es la economía, estúpido!” Seguramente, hoy exclamaría: ¡son los ideales, cretino! Lo que pudiera parecer incomprensible es sencillo: los intereses, como si fueran tungsteno, se han envuelto en el oro de las ideas y de las palabras. Lo que no aclaran los medios oficializados es qué lado del Atlántico se beneficiará de los intereses y qué otro lado se perjudicará por causa de ideas desigualmente aplicadas.
Hablando de ideales, los de la socialdemocracia se han visto contradichos por sus dirigentes. No sabemos si sus dirigidos se han percatado de ello. En un gran porcentaje hijos de Marx, casi lo repudiaron por preguntarse si sus ideas no llevaban al autoritarismo e incluso al belicismo. Las clases se diluyeron en una sola: la media. No hace demasiado (de nuevo: los años en Historia son segundos), Felipe González seguía con ese retintín de que la clase media es "la que más está sufriendo la crisis". Ni la clase media había bajado tanto ni los mileuristas habían desaparecido tan radicalmente. Sorprendentemente hubo que recurrir a los multimillonarios para saber, no ya sí había clases, sino luchas entre ellas. Warren Buffet dio esta respuesta: “hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos”. Para no variar.
Tales socialdemocracias, para adaptase –palabra con muchas interpretaciones--, tuvieron que hacer una gran reconversión ideológica --o desideológica--, al extremo de que muchas de ellas volvieron a los ideales cristianos, a la filosofía idealista (y hasta a la metafísica frente a la dialéctica) y cambiaron la defensa de lo público por la de lo privado. Incluso quedaron a la derecha de los ponentes de nuestra constitución que, siendo mayoritariamente conservadores, no tuvieron inconveniente en consagrar “las exigencias de la economía general y, en su caso, de la planificación”.
Sin embargo, ya cristianos, seguramente católicos, se olvidaron de los diez mandamientos. Upton Sinclair, socialista norteamericano, (después demócrata coherente), convenientemente olvidado (parece que de Norteaméríca sólo se copia y exalta lo peor), tiene buenas novelas sobre los olvidos del cristianismo. “La jungla” (no confundir con el jardín) retrata la brutalidad en el mundo del trabajo, incluidos animales. En “Ellos me llaman Charpentier”, un Jesucristo que baja a la Tierra para exhortar al amor, huye despavorido, con peligro de linchamiento. Ante el horror que descubre, se niega a morir por segunda vez. “Nuestra Señora” trata asuntos similares, centrado el autor en la bondad de María, madre de Jesús.
No sabemos de quién va a ser este siglo, pero en la socialdemocracia no se avizoran talentos masculinos o femeninos que la puedan sacar de su profunda crisis. Es verdad que se le pide una labor dificilísima, conciliar atlantismo con intercambio equitativo entre las naciones (buscar Mercosur y 170 organizaciones contra acuerdos trasatlánticos). La cuestión es que ha perdido una ocasión histórica para demostrar que es una opción con autonomía propia. Su potencial está o estaba más próximo a los millones de habitantes que a los millones de los capitales. No hemos dicho una ingenuidad. Sabemos el poder del dinero. Pero, aparte de que los millones de habitantes son compradores potenciales, por esta opción se puede perder la propia identidad. Algo que en España comenzó a suceder claramente a comienzos de 1986.
La fuerza contigua (la derecha, si aceptamos el concepto izquierda) ha tenido la suerte de estar en la oposición y de no tener que manifestar adhesiones inquebrantables, como Pedro Sánchez. No obstante, su proclamado patriotismo debería obligarles a decir algo.
Decir algo: como mínimo decidir cuál es la patria que hay que defender, lo cual no es fácil, hay que reconocerlo. ¿La tierra que pisamos es la patria? ¿Qué tierra pisamos, la de España o la de la UE? ¿Quizás nuestra patria es la del amigo entrañable que nadie se atreve a contradecir, pues él vela por nosotros mejor que nosotros mismos, según algunos dirigentes tanto españoles como europeos? ¿No les preocupa que las empresas españolas, --como las europeas--, comiencen a zarpar como las naves que partían de Sevilla, pero esta vez sin vuelta ni dvolución?
Nuestros valores ¿son tan cambiantes que es imposible seguirlos sin la guía de quienes los ponen al día? Este asunto recuerda al niño que no podía con la gramática: ésta era demasiado cambiante. Hoy se escribía con hache, pero ayer sin ella. ¿Cómo podía saber él cuándo era hoy o cuándo ayer? Nuestro amor había quedado claro durante estas últimas décadas, era la libertad, incluida la de mercado. Pero ¿una libertad de mercado en la que estamos obligados a comprar lo más caro? Por otra parte ¿qué hemos de proteger, la libertad de mercado, o los productos del mercado que otros nos digan, lo cual no es lo mismo. ¿Estamos seguros de que el “gano yo, pierdes tú” es mejor que el “ganar – ganar” (win win, dicen ahora)? Los expertos en estos asuntos dicen que la primera opción (la más vulgar y antigua), sólo es válida por un tiempo. Que al final pierden todos. Pero, ¿todo esto le interesa a alguien o son productos tóxicos que empañan la alegría de la fiesta?
(1) Rick Perry gobernador de Texas quiere que las reservas estatales de oro de su estado se trasladen desde la bóveda de la Reserva Federal de Nueva York a Texas. Perry cuenta con el apoyo legislativo para hacerlo. El republicano Giovanni Capriglione, está llevando a cabo un proyecto de ley para establecer un deposito del lingotes de oro en Texas, para trasladar los 6,643 lingotes de oro propiedad de la University of Texas Investment Management Company, actualmente almacenados por la Reserva Federal. (Oroyfinazas,com).
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