La autocrítica es el fetiche del espacio progresista que a lo largo de la historia ha sido utilizado cada vez que se produce un batacazo electoral en el mismo. Pero ¿aprendemos algo o simplemente es postureo? El votante progresista requiere estar motivado para movilizarse, requiere de un proyecto que ilusione y mueva sus sentimientos para acudir a las urnas. Es exigente y necesita de un proyecto convincente que muestre capacidad para alcanzar las diversas transformaciones que demanda. Observando los acontecimientos de los últimos años me pregunto si los que se autoproclaman representantes de ese espacio son capaces de sacar conclusiones y avanzar, o simplemente se escoran en su trinchera ideológica a la espera de que el mundo abra los ojos para decirles que llevaban razón, y que el mundo siempre ha estado equivocado.
El punto de partida es entender porqué existe un éxito y auge de los partidos de derecha radical a nivel internacional. A mi modo de ver, la explicación está en la crisis de identidad que sufren las democracias occidentales. Con el fin del binomio capitalismo vs comunismo, las izquierdas encuentran su espacio fragmentado en múltiples identidades (que ya venían desarrollándose con anterioridad, a lo cual se suma el previo triunfo del planteamiento neoliberal frente al estado social de bienestar) que van más allá de la fractura de clase y del espacio político progresista. En ese momento, surge la necesidad en el espacio progresista de intentar articular conjuntamente las múltiples luchas democráticas que surgen de las fracturas identitarias, para definir un “nosotros” que las incluya, frente a un “ellos” que representa el reaccionarismo antifeminista, antiLGTBI, etc.
Desde el otro espacio, fue mucho más fácil articular ese antagonismo, puesto que identificó como enemigo interno al conjunto de todas estas luchas democráticas, y como enemigo externo a la inmigración y a las entidades de carácter global, recuperando un nacionalismo excluyente muy potente. Los partidos de derecha radical como Vox consiguen crear una identidad con la que es muy fácil convencer, debido a que, mientras en el otro espacio la tremenda diversidad de entendimientos está constantemente en conflicto, ellos ofrecen explicaciones compactas y simplistas a los problemas de los ciudadanos. De esta manera convencen y vencen. Aunque no gobiernen (todavía) ni sean la fuerza electoral más votada, consiguen imponer la agenda y los marcos de discusión públicos, apoyándose en lenguaje belicista, teorías de la conspiración y en fuertes apoyos a nivel mediático.
Cualquier persona es capaz de identificar que los valores más progresistas y transformadores han sido subyugados por la intolerancia y el odio. En otras palabras y como Juan Carlos Monedero lo expresaría, la izquierda ha sido derrotada. Caer en un derrotismo no serviría de nada puesto que, como nos muestra la historia, hay ciclos de hegemonía progresista y otros de hegemonía reaccionaria. Sin embargo, si que nos obliga a entender que es necesario articular un planteamiento que le haga frente y convenza, volviendo a hegemonizar valores progresistas y transformadores en las sociedades occidentales. De hecho, la fuerza que representó en España ese espacio, Podemos, lo hizo. Sin embargo, parece que la tesis planteada no ha terminado de convencer, por lo que es necesario repensar y aprender de lo que está sucediendo.
Un elemento clave para entender lo que está sucediendo sería entender que se ha agotado el ciclo progresista que se inició con el 15-M y que fue canalizado por Podemos. El movimiento de las plazas que nació espontáneamente en un momento convulso de crisis económica y de movilizaciones populares a nivel internacional, se agotó con el auge de la extrema derecha. Ello hace aún más necesario y urgente la construcción de un planteamiento que movilice al electorado y que articule el espacio, ya que sin mayorías no se puede transformar una sociedad. ¿Pero qué ocurre? ¿Simplemente la gente se ha vuelto tonta desde que dejó de votar a Carmena para votar a Ayuso o hay algo más?
A parte del impulso financiero y mediático de la extrema derecha, interconectada y nutrida a nivel internacional, hay que mirarse el ombligo para entender el batacazo del espacio progresista, pues en ello consiste la recurrente autocrítica. ¿O es que los señores con dinero y los medios no impulsaban al reaccionarismo anteriormente y solo lo hacen desde que Podemos no obtiene buenos resultados electorales? Debe de haber algo más: el fracaso de la tesis de Iglesias.
La opción de escorarse y atrincherarse en una interpretación concreta de la izquierda (definiendo qué es feminismo y que no es, definiendo quien es de izquierdas y quien no, etc; en definitiva, negando a la pluralidad que diside de ese planteamiento concreto en el espacio progresista) para dar lecciones al mundo de lo que éste debería ser, solo convence a una minoría, pero no a la mayoría democrática y social que es necesaria para transformar un país.
Este fracaso puede ser enfocado desde dos perspectivas:
En clave electoral
El proyecto actual de podemos es incapaz de movilizar más allá del suelo histórico que se le prevé con la aparición de Sumar. Una primera causa podría ser el propio tratamiento al electorado. Encontrarse a líderes políticos de la formación insultando a antiguos votantes y llamándoles “tontos” no contribuye a sumar apoyos. Me gusta recordar un ejemplo que nos ponía un profesor: primero te llamo gilipollas públicamente, y después me quejo de que no te quieres sentar a negociar conmigo. Este hecho viene acompañado de una fuerte superioridad moral a la hora de dirigirse al electorado, en la que no pretendo convencerte, si no aleccionarte sobre lo que debes hacer, porque cualquier postura contraria a nuestro planteamiento se califica de traidora o de extrema derecha. Lo que me lleva al segundo punto, el lenguaje belicista y de confrontación constante. ¿Como pretendo ilusionar y emocionar a mi electorado si opto por la estrategia alt-right (pero con elementos izquierdistas) donde polarizo desde mi posición?
Desde mi punto de vista, considero que solo contribuye a fortalecer a la derecha radical, que aprovecha esa reciprocidad para atacar a lo que ellos han definido como enemigo interno (conjunto de luchas e identidades democráticas). Además, lo ponen en bandeja. Si Podemos se autoproclama como los únicos abanderados de esas luchas democráticas y se dedican a confrontar en términos polarizados con la extrema derecha, estos últimos refuerzan esa imagen de intolerantes y antidemocráticos con el que atacan al definido enemigo interno.
Por último, el otro fetiche del espacio progresista, la unión. Esta no se articula cuando el contexto electoral me obliga, después de meses confrontando con aquellos que se presuponen “amigos”. La unión y el entendimiento en el espacio progresista es algo que se debe de trabajar a diario, y en el momento que se realiza únicamente por el contexto electoral, esta abocado al fracaso, ya que no hay una fuerte red de unión previa que sirva de pegamento. No se puede ser siempre reactivo, hay que ser activo y pasar a la acción sin necesidad de que factores externos presionen. Claro, que para ello hay que abandonar primero los egos y dar un paso al lado cuando es necesario.
En clave de espacio político y/o cultural
En cuanto a este enfoque, está claro que en mitad de una fuerte ola reaccionaria y con los planteamientos actuales, es imposible hegemonizar valores progresistas. Por ello, hay que dejar espacio a que se desarrollen planteamientos nuevos que tengan la potencial capacidad de articular el espacio progresista y de hegemonizar valores progresistas y democráticos en el medio y largo plazo. Es una tarea ardua, por lo que no se puede esperar que sea de la noche a la mañana. ¿Cuál es el fallo en este aspecto? Los egos (en los cuales no voy a entrar, todos sabemos lo que es y qué remedio tiene) y el esencialismo que identifica a aquellos que deberían ser amigos como enemigos. En política siempre existirán antagonismos, puesto que pasa por aceptar que el ser humano es plural y que existe una gran diversidad de planteamientos que se contraponen. Sin embargo, la democracia pasa por aceptar al contrario como adversario y no como enemigo; y bajo las reglas democráticas, ganar la contienda e implementar tus políticas sin negar la existencia del otro como legítimo.
Sin embargo, cuando escuchamos a algunos dirigentes de Podemos hablar de otros líderes con los que comparten espacio político, se ha normalizado la retórica del “traidor”, “indigno” y las discusiones públicamente acaloradas y beligerantes. ¿No parece esto más propio de quien entiende a estos líderes y formaciones como enemigas? Pero hay un matiz, son las agrupaciones con las que estas condenado a entenderte si realmente quieres construir una mayoría para transformar el país. Entonces, de nuevo, ¿te insulto y me quejo de que no te sientas a negociar? ¿Es este el camino para construir una unión del espacio progresista a largo plazo? ¿Es si quiera esa la intención o sólo me importa la gente que obedece al pie de la letra, aunque eso suponga no poder transformar mi país? De hecho, me recuerda a la vieja ortodoxia marxista de algunos grupos y partidos en los que, cuando no sigues al pie de la letra los postulados del dirigente o del comité de dirigentes de la organización, te acusan de traidor, contrarrevolucionario, desclasado, burgués y de haber asesinado a Lenin. Es decir, han creado una nueva ortodoxia esencialista donde se reparten carnets de quien es de izquierdas, feminista, etc.; y donde se persigue e insulta al que difiere mínimamente de la línea oficial, lo cual es peligrosísimo.
Para terminar, cuando el debate se embroca en un conspiracionismo absurdo en el que todo el mundo (principalmente aquellos que deberían considerarse amigos) está en contra de Podemos, no sólo se está dinamitando el proyecto de Sumar o Yolanda Díaz. También se está dinamitando al espacio político progresista y a su electorado. A ello hay que sumarle el contexto, donde habría que ver cuanto tardaría ese espacio en recuperarse tras 4 u 8 años de gobierno con Vox, con las repercusiones que también tiene para el conjunto del país. Por favor, menos ego y más altura política y saber retirarse a una posición útil a tiempo.
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