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De nuevo elecciones, y sin novedad en el frente

¿Qué objeto tienen unas campañas electorales en las cuales cada formación habla de lo que le conviene e ignora u oculta lo que no le interesa que se sepa?
Luis Méndez Viñolas
jueves, 15 de junio de 2023, 11:31 h (CET)

De nuevo elecciones, y de nuevo el lenguaje cainita en los foros. Una de las características de dicho lenguaje es que sin aportar nada puede multiplicar su capacidad destructiva. A este mal se suma la incomprensible atonía de un pueblo que reacciona contra la banalidad con un encogimiento de hombros. Es como si pidiéramos que no nos carguen con cuestiones serias porque preferimos disputas vecinales superfluas. Lo más curioso es que ese aparente estoicismo frente a la adversidad luego se vomita sin criterio en la barra del bar o en las redes sociales.


Y este mal del cainismo no se da sólo entre políticos. Salvando honrosas excepciones, muchos medios de comunicación han renunciado a la que debería ser su verdadera vocación, es decir, investigar los verdaderos problemas para exponerlos de forma fiable y serena en un análisis diversificado. Hay que decir que los datos numéricos a secas no bastan. En los años iniciales de la democracia, España construyó más carreteras que Alemania. ¿Por qué? Simplemente porque Alemania había realizado esa labor mucho antes. Una información veraz e imparcial advierte sobre estos y otros equívocos. Si no, ¿cómo saber si hemos avanzado en esto y retrocedido en aquello? ¿Y cómo saber si es normal o no, si no nos comparamos con los países de nuestro entorno? Proponer comparaciones no significa pedir imitaciones, teniendo en cuenta que solemos copiar lo que ya otros desechan por caduco.


Decíamos que dentro de poco comenzará la campaña electoral. ¿Veremos cuadros generales, inteligibles, de cuáles son para cada partido los problemas fundamentales del país? ¿Veremos cómo los abordan, qué soluciones proponen? ¿Veremos si sus propuestas son demagógicas o no, según cómo los hayan afrontado anteriormente en periodos gubernamentales propios? Recordemos, en un rápido paréntesis, a un político actual, ahora en la cúspide de su partido, cómo votó una cosa en la asamblea provincial y todo lo contrario en la municipal. Salió en la prensa. Hoy, en la oposición, clama por la coherencia. Hace tiempo que todo el mundo se queja del estado de nuestra sanidad pública. Incluso se acuñó una frase rimbombante: se ha perdido la joya de la corona. ¿Se insiste en los medios y entre los políticos sobre este asunto gravísimo? ¿Se aclara que la medicina preventiva ahorra dinero a la nación? ¿O acaso son más importantes los intereses del sector sanitario privado? Cuando se toman decisiones que afectan gravemente a la nación, sin pasar previamente por el parlamento, como se debería haber hecho, y la mayoría calla, ¿qué pensar? ¿Hablaron suficientemente sobre ello las lenguas cainitas, o sólo hacen ruido sobre cosas intrascendentales –una de sus características-- para ensordecernos, desequilibrarnos, desorientarnos?


Los parlamentos y la prensa deberían ser, como mínimo, los escaparates de la cosa pública. ¿Lo son? ¿Se hacen videos digeribles que seleccionen los momentos más importantes de los debates parlamentarios para que podamos contrastar qué claman y declaman y después qué hacen en realidad? Igual que sabemos puntualmente sobre la maternidad de Ana Obregón, la boda de Tamara Falcó, la separación de Vargas Llosa ¿sabemos de forma panóptica qué ocurre en el parlamento nacional, en los parlamentos territoriales? Téngase en cuenta que en España hay más de cincuenta mil leyes vigentes. Sólo se ha hablado de “Sólo el sí es sí”, lo cual no está mal, pero es insuficiente. Recuérdese la frase de Romanones: hagan ellos las leyes que “nosotros” haremos los reglamentos. En tal maremágnum, cómo desasistir al español de una información digerible. Si esa prensa era el cuarto poder, gran parte de ella (aquí y fuera, hay que decirlo) ha renunciado a tan prestigioso lugar. Cada hora un boletín informativo en las diversas emisoras de radio, sí; pero durando cinco minutos: uno para autoalabarse, otro para los deportes, otro para la meteorología, y por fin, todo noticias. ¿Por qué no unos videos que analicen diariamente las principales sesiones parlamentarias, con comentarios contrapuestos?


En la política española no hay un análisis en el cual se establezca un catálogo de los problemas más acuciantes y las soluciones que cada formación ofrece para resolverlos. ¿Cómo tomar una decisión sin un contraste? Nos encantó apropiarnos de términos foráneos como “hoja de ruta”, “estado de la nación”, “hablar alto y claro”, pero aquí ni hay ni hoja de ruta, ni análisis pormenorizado del estado de la nación, ni se habla claro; en todo caso, alto. Simplemente una permanente improvisación sin la menor planificación. Los alemanes nos impusieron la desindustrialización y pasamos por el aro sin mayores complicaciones. Hoy vemos que la nación alemana va camino de su propia desindustrialización. Si no búsquese en Bloomberg. ¿Preguntaremos a Scholtz, a von der Leyen, qué hacer?


Y es que parece que ni en las izquierdas ni en las derechas haya un verdadero amor a la nación. Puede que a la región. Pero sin esa pasión ¿cómo transformarla o conservarla? ¿Somos tan estúpidos que no nos damos cuenta de que tal panorama abona, justifica, su desarticulación? ¿Qué hay mejor para destruir un estado que la corrupción? “Casos aislados” enumera tantos que hasta dudamos si creérnoslo, por lo cual dejamos a la curiosidad de cada cual su investigación. ¿Preocupa el debilitamiento de la soberanía, permitiendo que nos digan qué hacer, como ocurrió cuando entramos en lo que llamábamos Europa, como si nosotros no hubiéramos contribuido a su construcción histórica? Y si el terrorismo se desarma, no hay problema, nosotros lo rearmaremos. Incomprensible tanto sueldo para tan poca chicha.


El de la prensa es un problema mundial mayúsculo. La información imparcial no puede depender del mantenimiento económico privado. No exageramos si afirmamos que la profesión de periodista es una de las más peligrosas. No hace falta dar nombres para demostrarlo. En 2022 fueron asesinados ochenta y seis periodistas (creemos que bastantes más). No es el caso de España, pero una vida con la espada de Damocles sobre la pluma no es vida. Que periodistas del corazón cobren millones al año por “distraer”, mientras que los que se arriesgan tengan que sobrevivir entre la amenaza y la precariedad no contribuye a que el periodismo sea espejo de verdades. Este debería ser otro de los problemas a resolver por los políticos. ¿O tan liviana es su verdad que no necesita que nadie la defienda a papel y tinta? Es extraño que una de las batallas importantes a desarrollar en el mundo no sea la de establecer unos mecanismos que garanticen la verdadera independencia de los periodistas como personas. ¿En qué clase de democracia creemos? Hoy sabemos, mejor que ayer, que están excesivamente condicionados. Curiosos quienes claman contra las hipotecas del estado y olvidan las de las empresas privadas, las de las embajadas extranjeras, las de las asociaciones canceladoras, las de la censura y la autocensura que interactúan. Y extraños esos patriotas que callan.


Respecto a un programa que recoja una perspectiva panorámica y suficiente de la situación del país, ¿qué objeto tienen unas campañas electorales en las cuales cada formación habla de lo que le conviene e ignora u oculta lo que no le interesa se sepa? ¿Es un mecanismo lógico? ¿Tiene sentido una conversación en la que los interlocutores se sitúan espalda contra espalda y tapones en los oídos? Unas elecciones son el paso previo a una asamblea del nivel que sea; ¿cómo van a desenvolverse estas sin un orden del día previo? Se dirá: el orden del día lo establecerá cada asamblea. Y nosotros preguntamos: ¿entonces sobre qué votamos los electores? ¿Sobre la nada? ¿Sobre aspiraciones olvidadas y defraudadas rutinariamente? ¿Hablamos de una delegación o de una sustitución?


Ante la propuesta de un plan ordenado de desarrollo nacional común surgirán las más disparatadas objeciones: que es nacional, es decir, facha; que es antiterritorial; que va contra la libre empresa; que coarta al libre mercado, si no a la libertad en general; que invade competencias –como si no estuvieran ya suficientemente invadidas--; que es interclasista; que es dirigista; que es antiexpontaneista; que suena a los polos de desarrollo. Ésta es otra de las falacias programadas. No hay una sola gran empresa, una sola multinacional, que no planifique sus actuaciones. Léase a Luis de Sebastián, exjesuita, asesor de multinacionales, profesor de universidades nacionales y extranjeras, potente intelectual, para deshacer los tópicos antiplanificadores.


Y sin embargo, ese plan nacional es necesario. No podemos discutir en el vacío y salir por la tangente en cada punto esencial que no interese a la formación que sea. Hay que establecer una base que recoja y encuadre problemas y soluciones. Hay que hacer un estadillo de qué representa de verdad cada formación. ¿Socialismo neoliberal? ¿Derecha más extrema derecha igual a centro? Izquierda cuyo programa parece se reduce a separatismos y problemas sexuales? ¿Verdes belicistas? No prejuzgamos la bondad de cada una de esas posiciones, sino su coherencia interna, sin la cual es difícil saber si cumple o no. ¿Qué diría nuestro anarcocapitalismo posmodernista si se creara, como en algunos países, una oficina que siga las promesas y cumplimientos gubernamentales? Se detectarían muchas cosas de los gobiernos y de sus oposiciones.

Ya no hay ya pasión política. Un político de verdad es como un jardinero, necesita ver florecer sus flores, injertarlas, podarlas, barrer las hojas muertas. No se siente la necesidad política –si la personal, que es cosa distinta— de transformar, de experimentar que a cada metro de ascensión se ensancha el panorama y desaparecen las pequeñeces.


Antes nos preguntábamos si no se ha realizado una suplantación en la prerrogativa del electorado a establecer las líneas maestras de la política. Se responderá que ejerce el derecho al voto. Pero no es suficiente. En primer lugar, no estaría mal que a cada elección realizada se creara un plano virtual –sin ley d`Hontd-- en el cual figuraran gráficamente las abstenciones ocupando escaños. Es decir, que si estas últimas elecciones hubieran sido generales, los 350 escaños se configurarían de la siguiente forma: padres de la patria 234 (64% aproximadamente); huérfano-abstencionistas: 116 escaños (36% aproximadamente). En una época de crisis ¿no es sintomático? En segundo lugar, no se facilita que el elector se exprese sobre los asuntos más graves, como qué prefiere, si castillos u hospitales. No sabemos si el sistema de referendos de Suiza es el mejor, pero es un sistema. Aquí al revés: todo está dirigido a desmovilizarlo. Sin embargo, un político del pasado, cuando le preguntaban cuál era el potencial de la nación, respondía que sus millones de brazos. Ese potencial se ha olvidado, o se ha clasificado como no fiable. Que todo es posible.


Pero que no se facilite su labor no significa que no sea suya (del electorado) la responsabilidad de saber qué intereses debe defender. Si no en su propio beneficio, al menos en el de sus descendientes (hijos y nietos) a los que ha situado en esta tierra a veces inmisericorde. Cada generación debe aportar a la historia de la nación su parte correspondiente. ¿Somos menos sensatos que aquellos españoles que se levantaron espontáneamente un 2 de mayo? ¿Estaban más informados, eran más cultos? Recordemos que en casos la ignorancia no es una excusa, sino una responsabilidad. Y todo esto dejando muy claro que la abstención es una vía legítima. No se puede apoyar lo que no gusta.


Volviendo al cainismo, hay que señalar que a veces no responde a estrategias calculadas, sino a pulsiones personales que van instilando odio entre las diversas fuerzas. Odio incomprensible en una situación que ni es prerrevolucionaria ni prerreacionaria (creemos). En todo caso una lucha mezquina por migajas del sistema. No obstante, el odio, cualquiera que sea su magnitud, siempre es peligroso --¿cuántas veces no hemos visto a hermanos matarse?--. Porque si hoy la situación aparenta tranquilidad, el futuro puede cambiar. Y esas provocaciones, desatadas casi alegremente, cobrarían presencia. Sería penoso que por miopía, por imprevisión, por falta de unos análisis que ya deberían estar realizados, nuestros principales problemas se agravaran. Estamos hablando de territorialidad, soberanía, debilitamiento de una protección social que casi siempre ha estado por debajo de la media de la UE (¡octava potencia, decían algunos!); litoral desaparecido en 2050, 2070, junto al de otros países (¿qué dirán los que cambiaron industria por turismo?); desigualdad económica, social, tributaria; dudosa eficacia de una democracia frente a capitales cada vez más concentrados y poderosos; vetos (hoy) a nuestra industria armamentista (por las llamadas a rebato cuando les conviene, no por belicismo), entre muchos otros. Entonces lamentaríamos los encogimientos de hombros, el poner la lengua en movimiento antes que el cerebro, y comprobaríamos la inconsecuencia de los crispadores profesionales, que se quedan en casa con sus hijos, y sin merma de su salario del miedo.


Para terminar, reincidir en lo que se sabe, que el mundo de la política no es exclusivamente institucional o periodístico. Universidades, intelectuales, organizaciones laborales y empresariales, no pueden pretender ser invisibles y escapar de sus responsabilidades. Es el estado quien nos sostiene a todos, y a él nos debemos. Esa es otra cuestión pendiente: ese gobierno universal que algunos pretenden, sustitutivo de los estados, ¿se hará cargo de las pensiones, subsidios y demás gastos sociales o lo dejarán en manos de empresas privadas (para nosotros seguramente extranjera)?

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