Mar García Puig llegó a València precedida de elogiosas críticas vertidas por algunos escritores de mucho renombre, como Enrique Vila-Matas, Marta Sanz, Isaac Rosa, Katixa Agirre o Juan José Millás, entre otros. El éxito de ‘La historia de los vertebrados’, primera novela de la escritora barcelonesa, editada por Penguin (castellano) y La Magrana (catalán), parece asegurado. Al menos, las cuatro ediciones puestas ya a la venta así lo ratifican. El día es caluroso. El sol castiga las fachadas de los edificios de la plaza del Ayuntamiento. En los alrededores del Hotel Meliá Plaza, un King Kong gigante y otro animal peludo, también gigante, que no acierto a identificar, se bambolean al son de una música enlatada, reclamando unas monedas por su baile. Algún niño se fotografía con ellos. Sentados a una mesa del hall del Hotel, durante un buen rato Mar García Puig y quien suscribe dialogamos sobre su «historia vertebrada», un libro que difícilmente puede adscribirse al género de la novela o al del ensayo o al de la autoficción o al del relato sin fisuras. Es más bien una hibridación de territorios narrativos, un «artefacto literario», tramado en poco menos de trescientas páginas. ‘La historia de los vertebrados’ habla de las convulsiones, rayanas con la locura, que la autora del libro sufrió tras dar a luz a dos niños. Ese mismo día se graduaba como diputada al Parlamento Español, una confluencia de situaciones poco frecuente. El libro se viste de una prosa cuidada, perfilada, elegante sin discusión, bañada en el ejemplo de mujeres pretéritas que atravesaron situaciones muy similares a la que a ella le tocó vivir, según explica en la primera frase del texto: «El 20 de diciembre de 2015 me convertí en madre y enloquecí». Estamos, por tanto, ante un viaje a través del arte, la literatura, la medicina y la mitología que pretende «normalizar» su situación, paliar el complejo de culpa de la autora y desechar un evidente sentimiento de «bicho raro». Poco antes de las doce, la voz de Mar García Puig fluyó suave, igual que lo hacen las palabras que integran el libro.
Mar, eres filóloga, editora de profesión y has sido diputada en el Congreso de Madrid por En Comú Podem, ¿se llevan bien la literatura y la política? Desde hace un mes ya no soy diputada y justamente ahora me han pedido que escriba un artículo sobre este tema. Mi primera sensación es que hay un nivel en el que la política da la espalda al arte y a la cultura. Cuando entré en el Congreso de los Diputados fue algo que me sorprendió mucho, porque no podía entender que no se considere a la cultura como un eje vertebrador de todas las políticas y aspiraciones al bienestar. Se afirma, por otro lado, que la política es una trituradora y, en cierto modo, lo es. A nivel personal, eso se trasluce en una doble vertiente. Por una parte, es capaz de secarte creativamente pero, por otra, existe el tópico de que a partir del sufrimiento se crea. Y pienso que hay algo de eso. Para mí, este libro ha tenido un componente sanador, sin duda. No reniego en absoluto del tiempo que he invertido en la política, pero es cierto que también he podido constatar que la escritura me ha permitido recomponerme en momentos difíciles.
¿Conoces a muchas personas que el mismo día que dan a luz reciben el acta de diputada? No y me he dado cuenta de que a nivel burocrático esto no había sucedido nunca. Del asunto de las bajas y tal nadie sabía nada, desconocían si yo todavía estaba adscrita al régimen de la Seguridad Social anterior o al nuevo que me correspondía como diputada. Me preguntaban a qué hora había dado a luz para ver si pertenecía a uno u otro. Por supuesto todo eso era muy literario. Había una coincidencia mágica en ello y yo tenía que sacarle literatura.
A lo largo del libro manifiestas un sentimiento de culpa porque la política te ha obligado a abandonar mucho tiempo a tus hijos. Supongo que en el hemiciclo habría otras parlamentarias también con niños pequeños, ¿cómo lo sobrellevaban ellas? ¿Se solidarizaron contigo o cada una se lo montaba como podía? No era un tema que tratáramos mucho, porque esa culpa se diluía un poco. Una decía «Llevo diez días sin ver a mis hijos» y otra «¡Bah, yo llevo quince!». Eso significaba asumir que nos habíamos metido en política y debíamos saber todo lo que ello conllevaba. Sin embargo, a raíz de la publicación del libro sí que he tenido conversaciones con mujeres de otros partidos políticos, y también con algún padre. Incluso barajamos la posibilidad de presentar el libro juntos, como un tema transversal a las ideologías y a los partidos, pero finalmente no lo llevamos a cabo. Este sentimiento de culpa lleva aparejado un silencio, porque como te he dicho ya sabíamos a lo que nos exponíamos. A mí eso me chirrió sobre todo cuando tenía a mi hija en la UCI y desde Barcelona me hicieron acudir al Congreso para una votación. A partir de ese momento, esa excusa ya no me servía, porque no solo existe el derecho de los padres a cuidar, sino también el de los hijos a ser cuidados.
Leemos en ‘La historia de los vertebrados’ que has vivido en el centro de un mundo de tensiones: por un lado, los cuidados que requieren tus hijos pequeños y, por otro, tu situación en la política, un mundo en el que, en parte, entraste porque sentías que era algo que le debías a tu padre. Sí, pero creo que todos nos sentimos así de alguna forma y en el libro trato de reivindicarlo. En la política hay una parte muy sentimental y emocional y eso puede generar empatías y diálogo cuando no ves al otro como un ser absolutamente racional y frío, sino que entiendes que a todos nos mueven una serie de tensiones emocionales y afectivas, unos sentimientos y unas deudas que vamos adquiriendo a lo largo de la vida. Todo eso nos humaniza y en el libro lo importante era humanizar no solo a los políticos sino también a las madres, a los maridos y a los médicos. Una de las riquezas de la literatura es que te permite introducirte en la mente de otro y tratar de entender la parte humana que lo ha conducido hasta esa ideología.
Eres editora. ‘La historia de los vertebrados’ es una mezcla de ensayo, autoficción, novela… No podría definirla muy bien, aunque diría que estamos ante un híbrido. ¿Qué etiqueta le asignarías tú al incluirla en el catálogo de una editorial? Marta Sanz la ha definido como «Un híbrido maravilloso» y me encanta esta palabra. Soy lectora de muchos géneros y creo que cada vez los lectores estamos más abiertos a cualquier modelo literario. Decidimos calificarla de novela porque sigue existiendo un prejuicio hacia todo lo que se salga de este término y, al final, se trata de una narración, una historia de historias. Además, como proliferan las novelas híbridas, abríamos también la puerta a un público más amplio. Me consta que hay gente que lo ha leído en clave ensayística o memorialista. Da igual. En el fondo me vale cualquier género, pero como editora entiendo que las etiquetas funcionan bien como orientación, porque de alguna manera nos normalizan. También identificamos a nuestros congéneres con etiquetas que, a su vez, simplifican demasiado, nos reducen y oprimen. Es algo parecido a la terminología que se usa en psiquiatría.
Estilo elegante, estoy de acuerdo con esa definición que he leído por alguna red social referida a tu forma de escribir. ¿Tal vez tu elegancia radica en ese comedimiento y esa pausa con la que narras las cosas que te han sucedido? Creo que sí. Esa calificación procede de la crítica que publicó Nadal Suau en El Cultural referida al libro. Y allí decía algo que a mí no me gustó demasiado. Soy una persona posicionada ideológicamente y me preocupaba que esta novela no acogiera a muchos lectores, porque yo no quería escribir un libro de una ideología determinada, que expulsara de su lectura a un espectro determinado de la sociedad. Pretendía que resultase un libro abierto y humano, que lógicamente tiene sus connotaciones ideológicas, todos las tenemos, pero que no fuera excluyente. Nadal afirmaba en su crítica que, tal vez, no se había hablado mucho de la elegancia del texto quizá por el perfil de la autora. En consecuencia, me gusta esa reivindicación de la elegancia, como apertura, como humanidad...
¿Sería como si no se pudiera esperar ese tipo de estilo, esa elegancia, en una persona como tú? Sí, exacto, una persona que viene de la política, del feminismo, a la que se le suponga que no puede mantener un diálogo sosegado. Insisto en que eso me preocupaba mucho porque, de ninguna manera, quería que nadie se sintiera excluido de su lectura.
Has escrito en primera persona… Has sido muy valiente. Inconscientemente, diría yo… [Esbozo de sonrisa] Bueno, sí, inconsciente, pero parto de una posición de un cierto privilegio, porque creo que en mi caso existía un privilegio, aunque también un peligro al linchamiento, que no se ha producido porque pienso que el registro es literario y, al final, la gente que se dedica tantas horas a linchar dispone de poco tiempo para leer. Me ha sorprendido haber recibido pocos insultos. También es verdad que hablar sobre problemas de salud mental, cuando estás en una posición como la mía, es más fácil, porque a una diputada se le reconocen ciertas capacidades para hacerlo. En consecuencia, yo he podido hablar de salud mental. Hay personas que me han dicho que esto mismo que yo he contado ellas no pueden decirlo por su trabajo. Recibí consejos de suprimir algún capítulo, como el de la tricofagia para no exponerme tanto, pero yo dije que la literatura mandaba ahí y me parecía una imagen que me permitía mucho juego entre locura y animalidad. En el fondo, creo que hay una mezcla de inconsciencia, privilegio y amor por la literatura.
He dicho que has sido muy valiente por utilizar la primera persona, pero no tengo claro del todo que «la protagonista seas tú», aunque es bien cierto que la sensación de que es así parece bastante evidente en tu caso. Creo que sí soy yo, literaturizada, claro. Y no solo no hay nada de ficción en mi propia historia, sino también en las experiencias que cuento de otras mujeres. La realidad era tan potente y las historias tan fuertes que me pareció que no hacía falta adornarlas con ficción. Esto no quiere decir que yo tenga nada en contra de la ficción.
Las reflexiones sobre la maternidad aportan puntos de vista muy interesantes. Una de ellas es esta: cada vez que una mujer da a luz, al mismo tiempo firma una sentencia de muerte. Sí, en mi caso lo que más me sorprendió de la maternidad fue la repentina presencia de la muerte. No soy una persona de pensamiento místico, pero es cierto que hay un momento en ese trance en el que puede suceder cualquier cosa. La vida se muestra con toda su fuerza, se abre una puerta y lo que no era, es. Además, no nace solo una persona sino un nuevo mundo, porque las cosas tal y como eran antes del alumbramiento ya no existen. A partir de ese momento, tienes a un ser frágil, sensible y vulnerable a tu cuidado. Su vida depende de ti, te conviertes en alguien indispensable para esa persona y no te puedes morir. Yo, que como todos, vivía ajena a la muerte, sentí como la mortalidad me aplastaba. Cuando tienes un problema de salud mental después de dar a luz, todo el mundo te habla de las hormonas. Pero, en realidad, el problema es la muerte, aunque efectivamente existe una cuestión hormonal, mucho más tratable que esa dicotomía entre la vida y la muerte que se te presenta.
Después de parir, te sobrevienen miedos, angustias y figuraciones, recibes de golpe un aluvión de sensaciones extrañas, desconocidas para ti, ¿en algún momento llegas a pensar que tú no eres tú? Claro, se produce una situación como de despersonalización y eso es algo que da miedo. Una de mis mayores preocupaciones era perder el control de mí misma, de que mi identidad se diluyera completamente. Ese temor es uno de los que vertebra completamente el libro.
Cuando una mujer es madre no recibe al mismo tiempo un libro de instrucciones. Todo es nuevo y la situación te desborda, porque el ser que tienes en tus manos es una fuente de descubrimientos insospechados. Efectivamente, los recién nacidos no vienen con libro de instrucciones y tampoco con ninguna bula. De repente, eres madre y te vas a casa con ese ser pequeño, con el que no sabes hacer nada. Recibes mil consejos, todos diferentes, mil voces bien intencionadas, un murmullo constante, pero luego aparece el sentimiento de que si no lo haces bien puedes marcar a ese niño de por vida, no estar a la altura adecuada y ser una mala madre. Y esas cosas pueden llegar a convertirse en una bomba de relojería. En ese sentido, a mí me cambió la vida cuando mis hijos comenzaron a hablar, porque la sensación de no saber qué estaban pensando o lo que les pasaba era terrible.
¿Existen suficientes palabras y metáforas en el lenguaje para describir lo que sentiste durante el parto y todo lo que vino a continuación o esas cosas solo se experimentan y no se pueden narrar? Creo que la ansiedad es muy difícil de verbalizar. De hecho, es como un mecanismo de defensa que te priva del lenguaje. No puedes expresar lo que te ocurre. Precisamente esa fue una de las razones de que yo me refugiase tanto en el lenguaje y en los libros. No poder expresarme me producía una soledad inmensa. La gente me preguntaba qué me pasaba y mi respuesta simplemente era no lo sé. Como lingüista defensora y amante del lenguaje que soy, creo que, si hay algo que no he sabido explicar del todo en el libro, es precisamente la ansiedad.
A causa de esa ausencia de verbalización, ¿resulta más fácil diagnosticar la depresión que la ansiedad? Sin duda. He leído mucho sobre la biología relacionada con la ansiedad, que es una reacción animal llevada a un extremo que, podríamos decir, no responde a ninguna amenaza racional. Es un mecanismo de defensa que, biológicamente, provoca una serie de reacciones, una de las cuales es ese problema con el lenguaje. Todo se concentra en hacer frente a esa amenaza y entonces el cuerpo entero se centra en la capacidad verbal. La tristeza es más explicable porque parece más fácil de traducir en palabras. Hay bastantes libros que hablan sobre depresión, tristeza y procesos de duelo y muchos menos que hablen en primera persona sobre ello.
Al principio, has comentado que escribir ‘La historia de los vertebrados’ ha supuesto para ti una experiencia sanadora. ¿Descubrir los casos de otras mujeres, que han atravesado situaciones parecidas a la tuya o peores, te ha ayudado a sentirte «menos bicho raro»? Sí y sobre todo me ha hecho pensar que no era un monstruo, porque cuando me sentí una madre monstruosa, egoísta e incapaz, me sumergí en la literatura, que es una actividad muy solitaria, y en el proceso de documentación previa me encontré completamente acompañada. Hablábamos antes de que la política daba la espalda a la cultura y, con relación a los enfermos mentales, ahora toca reivindicar el poder sanador de la cultura y la literatura, porque te quitas esa monstruosidad que crees que llevas dentro.
Según cuentas, Charles Darwin era un hipocondríaco que sentía miedo de transmitir sus genes a sus hijos. ¿Albergas tú también ese mismo temor? Totalmente. Cuando mis hijos eran muy pequeños ya le pregunté a mi psicólogo si podíamos establecer algún tipo de terapia para que no salieran como yo. Y me explicó que no existía ninguna terapia preventiva para eso. Lo cierto es que eso me da mucho miedo y me culpo por ello. De hecho, en la dedicatoria del libro les pido perdón a mis hijos, porque soy consciente que algo de lo que yo he sufrido les ha llegado a ellos. Creo en el poder sanador de las historias y espero que, en un futuro, puedan leer este libro para que les ayude a entender por lo que pasé y a superar sus propios miedos.
Regresamos por un momento al asunto de la muerte. Viste a la Parca «silbando» alrededor de tus hijos. Por mucho que hayas jugado a ficcionar esta situación, ¿en verdad percibiste tan próxima su presencia? Su presencia está literaturizada, claro, pero es verdad que yo me sentía constantemente acompañada por la muerte…
Disculpa que te interrumpa, pero has dicho acompañada y no vigilada o agobiada… Sí, porque, por ejemplo, en la sala de neonatos del hospital donde hay nueva vida, una vida muy frágil por cierto, yo sentía algo extraño. Igual que he tenido que aceptar que la ansiedad es una acompañante habitual de mi vida, todos tenemos que aceptar que la muerte, esa amenaza, nos acompaña siempre, con todo lo que tiene de terrorífico y con lo que debería tener de aviso, el clásico carpe diem…
Las locuras de las mujeres no fueron reconocidas como tales hasta que aparecieron muchos hombres locos a causa de la neurosis de guerra, provocada por el primer conflicto bélico mundial. Hasta en la enfermedad discriminamos. Completamente. En verdad hasta que no hubo esas hordas de soldados valientes, que enloquecían, no entró el lenguaje y la terapia de forma masiva en las enfermedades mentales. Sí se aplicaban estos métodos para determinadas clases sociales y para ciertos experimentos concretos, pero no para todo el mundo. La inglesa Elain Showalter explica muy bien en sus libros cómo la escucha del paciente no apareció en la psiquiatría hasta que todos estos héroes no se vinieron abajo.
La mitología griega está muy presente en el libro. Bueno, para entender todos los temas de maternidad y de ser mujer yo miro las historias fundacionales y también la Biblia, porque, aunque no soy creyente, la leo con frecuencia, ya que me enseña bastantes cosas. La cultura griega también me fascina, porque explica nuestro pensamiento actual. A raíz de este libro descubrí con profundidad a Eurípides, un autor que ya conocía, en cuya obra las mujeres cobran un gran protagonismo. He incluido las historias del Talón de Aquiles, la de Medea, la de las tijeras de Átropo y algunas más, pero hubo muchas otras que tuve quedejar fuera.
En mi opinión, ‘La historia de los vertebrados’ es un libro sobre la maternidad, que creo que deberíamos leer especialmente los hombres. Yo también estoy de acuerdo con eso.
Me ha llamado mucho la atención la frase «me duele el alma», que encontramos en el libro. ¿Cómo duele el alma? Mira, el otro día estaba en una boda en Granada y una de las invitadas, que había leído el libro, me contó que se le había muerto su hermano y que estuvo haciendo terapia psicoanalítica durante un tiempo. Me dijo que al leer mi libro se dio cuenta de que su enfermedad era la inmortalidad. Y doler el alma es precisamente eso, cuando una toma conciencia de que el alma es mortal excepto en el arte. Quizá de ahí provenga esa reivindicación del arte como una forma de inmortalidad.
La última cuestión por hoy. ¿Después de tu ópera prima piensas continuar escribiendo? ¿Tienes ya en mente alguna idea literaria que transcribir al papel y la tinta? Algo hay, pero la verdad es que estoy tan metida en esta promoción y en el proceso de abandonar el Congreso, que no he podido dedicarme a ello. La verdad es que le tenía muchísimo miedo al momento de la promoción, pero está resultando bastante gratificante. Y tengo claro que sí me gustaría continuar escribiendo, pero he publicado mi primer libro a los cuarenta y cinco años y no sé cuando publicaré el segundo.
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