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Cambiar o no cambiar

¿Sigue existiendo hoy espacio para el ejercicio de la socialdemocracia tal y como la hemos entendido hasta ahora?
Alex Vidal
domingo, 1 de mayo de 2016, 11:25 h (CET)
“Dadme una mayoría absoluta y os daré una España grande”. Con este eslogan, Gil Robles, líder de la CEDA, demandaba en 1936 una gran victoria electoral. Ochenta años después, tampoco el mensaje del Partido Popular parece haber diferido demasiado. Situada en la bóveda celeste de nuestra insignificancia, la patria siempre ha sido la mejor herramienta para las aspiraciones de los patriotas. Cuarenta casos aislados nunca mancillarán la honorable cueva de Alí Babá.

El Partido Socialista apela al cambio: cambio de gobierno, de nombres, de caras… ¿y de políticas? Pérez Tapias no tardó en arrojar luz al respecto: “Fue el PSOE quien bloqueó el pacto con Podemos desde el 28-D”. Es lo malo de querer practicar una socialdemocracia coherente; que siempre hay impertinentes como Tapias. Hoy los fundamentos de nuestro justo medio descansan bajo la autoritas de voces como las de Felipe González o Juan Luis Cebrián. “Fue un error llamar indecente a Rajoy” ya afirma Sánchez.

Aunque sólo sea por oportunidad, Albert Rivera debe arrogarse la versión de un moderantismo laico, moderno (si es que lo conservador puede ser moderno), a la europea, aún por tomar cuerpo en España. Sus maneras parecen cuando menos vislumbrar una cierta distancia terapéutica respecto al tradicionalismo cancerbero. Es preciso un conservadurismo tolerante en lo sociológico; cultivar la República común en tanto marco ciudadano de convivencia. Si el hábil maquillaje del moderantismo contribuye en algo a su necesaria revisión y a converger en una reforma estructural e institucional del país (Senado, procedimientos de reforma constitucional, ley electoral, etc) debe saludarse.

A la izquierda del Partido Socialista, el posible sorpasso de las confluencias en común sólo puede y debe mostrarse inclusivo respecto a aquel. Además de una audaz propuesta de gobierno que cabe cuando menos tildar de impertinente, Pablo Iglesias ha cometido otros dos errores de bulto en el plazo de dos meses. El líder de Podemos ha pedido disculpas por personalizar sus acusaciones de parcialidad en un redactor, pero recurrir a la cal viva en 2016, frente a una nueva generación de escaños socialistas y en pleno debate de investidura, resulta impropio de quien debe perseguir un espacio de actuación común en la Izquierda. Si Podemos nace como demanda de una parte importante de la sociedad, su asalto a los cielos debería enfocarse hacia la cristalización de estos anhelos.

Abocados pues a nuevas elecciones, la modificación del 135 CE privilegia hoy el pago de la deuda por encima de las necesidades de los últimos pilares definidores de nuestro bienestar. ¿Sigue existiendo hoy espacio para el ejercicio de la socialdemocracia tal y como la hemos entendido hasta ahora? ¿Pueden la Sanidad y la Educación públicas seguir siendo erosionadas al socaire de esta reforma constitucional? ¿Qué ocurrirá en tres o cuatro años una vez consumido el Fondo de Reserva de la Seguridad Social? En nuestros días, el Cambio no pasa sino por rescatar aquella socialdemocracia; la secuestrada por el fundamentalismo financiero y la autocomplacencia de una política acomodada. Es el Ser o no Ser de la política; toda una revolución democrática.

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