España viene padeciendo desde hace años lo que los demógrafos denominan un invierno demográfico, pero me pregunto si realmente es un invierno o un suicidio.
A ojos vista está claro que cada vez nacen menos niños y la población es más anciana. La longevidad en España ha alcanzado cotas insospechadas. La edad media de los varones es de 79,6 años, y la de las mujeres 85,1. Somos el segundo país en el mundo, tras Japón, con la senectud más elevada.
La pirámide poblacional está invertida. Para las parejas de hoy, es casi un pecado social hablar de matrimonios, la expresión más normal es “mi conviviente”, sin darse cuenta de que esta palabra significa simplemente que se convive con alguien que puede ser un hermano, un primo, o uno con el que se comparte piso.
Bueno, a lo que íbamos. Encontramos por la calle bastantes personas (ellas y ellos) que en lugar de pasear a un niño, sacan a un perro. No tengo nada en contra de estos animales. He tenido dos y a la muerte del último me prometí no criar más por lo mucho que he sufrido por ellos, además soy miembro de una sociedad protectora de animales, pero eso no quiere decir que admita que un hijo pueda ser sustituido por un can, por muy cariñoso que este sea.
Se dan argumentos, a veces bastante peregrinos, para justificar el rechazo a los hijo. Uno de ellos, bastante común, es que cuesta mucho criarlos. Posiblemente los que arguyen ese motivo no han tenido en cuenta el coste que su crianza supuso para sus padres, probablemente con menos posibilidades económicas.
Pienso que detrás de esa explicación, lo que se esconde es un enorme hedonismo y la preferencia de una comodidad que no sea perturbada por una nueva vida a la que hay que dedicar trabajo, esfuerzo y sacrificio, pero el resultado de todo ello es tan satisfactorio y con tantas compensaciones que nada en la vida se puede comparar con la tenencia de un hijo que, en ocasiones, puede ser como una fotocopia de uno mismo.
En España, por causa de este suicidio demográfico, nos estamos viendo en la necesidad de admitir inmigrantes. No estoy en contra de ello. Los hispanos hemos emigrado desde la noche de los tiempos, por ello hay un dicho que reza: “No hay lugar en el mundo sin una tumba española”.
Pero eso no quiere decir que esa avalancha de foráneos no sea controlada y regulada debidamente, de manera que los que vengan no traigan otras intenciones sino las de trabajar honradamente, integrarse, si lo prefieren, o volver a sus respectivos países, cuando haya conseguido el propósito que los trajo.
No es cosa de crear una situación de zozobra y perturbación pero también tenemos el dicho de: “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, echa las tuyas a remojar”. El vecino está muy cerca, es Francia, que ha padecido revueltas, algaradas y disturbios ocasionados por hijos de emigrantes que pertenecen a la segunda o tercera generación de los primitivos que llegaron y que, sobre todo, los musulmanes no se han integrado con la cultura francesa. Son como especie de células revolucionarias durmientes que pueden despertar en el momento menos esperado y poner en una situación de conflicto grave a esa nación, pero que igual puede ocurrir en otras. Que le pregunten a Macron por los últimos tumultos.
Me refirió un amigo que en una clase, de cierta universidad francesa, el profesor preguntó a los estudiantes, mayormente musulmanes, quien de ellos había nacido en Francia. Levantaron la mano casi todos. A continuación requirió que quien de ellos se sentía francés, ninguno de los anteriores elevó el brazo. Muestra inequívoca de que, aunque sean de segunda o tercera generación, ante todo son islamistas que no se integrarán nunca a la cultura occidental con valores cimentados en los principios esenciales grecorromanos y el cristianismo.
Los disturbios de Bélgica son una muestra patente y fehaciente del fracaso del multiculturalismo. Desconozco quien fue el “feliz” mortal, por no decir estúpido, a quien se le ocurrió ese término, debería de ser muy corto de entendederas, porque ello no se puede dar entre los seguidores del Coram y los de las Sagradas Escrituras. Es como querer mezclar el agua y el aceite: un rotundo fracaso porque ese maridaje no es viable.
Los musulmanes consideran infieles a los que no practican las enseñanzas del Coram, por ello, o se convierten a la doctrina de Mahoma o merecen la muerte. Es el famoso “Cree o muere”, que llevaron a cabo durante sus conquistas. Su misión es extender el Islamismo por todo el mundo aunque sea a sangre y fuego. Ya han dado bastantes muestras de ello.
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