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Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre la vejez, que en distintas tradiciones filosóficas ha sido considerada como una etapa vital en la que la experiencia se materializa en sabiduría. Pues bien, desde la modernidad hasta nuestros días se ha desplazado sistemáticamente el valor en la vejez hacia la vereda de la marginalidad.
La vejez ha estado históricamente cargada de estigmas, especialmente en relación con la sexualidad. "Octosexualidad: visión octagelescente" (Universidad Mesoamericana, 2024), de Salvador Calva Morales, emerge como una obra clave en el campo de la gerontología sexual, desafiando las nociones convencionales y proponiendo una visión renovada sobre la sexualidad en personas mayores de ochenta años.
Si analizan cómo está el mundo, en lo que respecta a los abortos y a la eutanasia, debemos ponernos en vigilante alerta. Porque para que “los progresistas” puedan seguir haciendo las políticas de “gastos superfluos”, lo “ideal” -según ellos- es que “no haya nacimientos” y que los pensionistas “no vivan muchos años”. Ya sabemos que para aplicar la eutanasia no será necesario estar enfermo.
La vejez no es deseable, pero sí lo es, en cambio, conservar intactas las pasiones y el deseo durante la adultez. Diría incluso que es ésta una de las formas existenciales más elevadas de transcurrir saludablemente lo inexorable. Esto es, obviamente, una conjetura. Una hipótesis necesaria ante la escasa predisposición histórica de pensar filosóficamente la vejez.
A punto de clausurar el año, o de emprender uno nuevo, nos hacemos conscientes del paso del tiempo. Y, merodeando por la Red, leo que “vivimos una sociedad que ensalza la juventud y niega el proceso natural de envejecimiento invitando a disimular sus efectos sobre el aspecto físico y a realizar actividades de ocio que transmitan una imagen juvenil”.
Unos tres millones de personas mayores viven solas actualmente en España, un segmento de la población que se prevé que represente el 36% de los españoles en 2050. Del mismo modo, alrededor de 116.000 individuos requieren atención psicosocial al final de la vida. Así se ha puesto de manifiesto en el acto ‘Claves para el progreso social’, donde se ha presentado el estudio ‘Dinámica de la pobreza multidimensional en España y otros países europeos’.
Por primera vez en mucho tiempo, la pasada semana, mi “segmento” no llegó a las manos de mis lectores. Entre la compañía telefónica, que ha demorado durante siete días el traslado de mi instalación de Internet, y el cambio radical en mi actividad diaria, que ha revolucionado toda mi vida de forma impensable, no pude acudir a mi cita con mi columna de los jueves.
A esta falta de población se ofrece como solución, ya lo hemos dicho, la importación de mano de obra de trabajadores extranjeros. Inmigrantes llegados de países de fuera de la UE, están recibiendo subsidios y ayudas aunque no hayan trabajado nunca ni hayan cotizado a la S.S., de forma tal que, en más de una ocasión, se niega tal beneficio a españoles y sin embargo se concede a los de fuera.
España viene padeciendo desde hace años lo que los demógrafos denominan un invierno demográfico, pero me pregunto si realmente es un invierno o un suicidio. A ojos vista está claro que cada vez nacen menos niños y la población es más anciana. La longevidad en España ha alcanzado cotas insospechadas. La edad media de los varones es de 79,6 años, y la de las mujeres 85,1. Somos el segundo país en el mundo, tras Japón, con la senectud más elevada.
Nos preocupamos de cosas superfluas porque creemos que vamos a llegar a ancianitos, y luego te dan un chupetón en el cuello y mueres, ya ni placer puede sentir uno; beber es malo, trasnochar es malo, las redes son malas, el deporte también puede causar la muerte, el sexo puede matarte al igual que el tabaco, ¿para qué queremos llegar a viejos? Ah, sí, para jubilarnos, y que el Estado no se quede con los dineros que nos corresponden.
Creo que se trata de una consecuencia de la enfermedad que una vieja amiga mía denominaba como la PV (puñetera vejez). Los síntomas comienzan a aparecer misteriosamente, en la medida en que el número de velas que soplamos en nuestro aniversario impide su colocación en una tarta de tamaño respetable.
Aunque la esperanza de vida en España ronda los 83 años, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), al 68% de los españoles les gustaría tener una vida más larga. Concretamente, les gustaría vivir hasta los 101 años. Estas ganas de vivir más aumentan en el 58% de los españoles que, además, considera estar preparado para ello, según las principales conclusiones del estudio “Longevidad: ¿estamos preparados para una vida feliz, larga y saludable?”.
Por primera vez, el pasado jueves, no me enfrenté a mis conclusiones y pensamientos. Me encontré incapaz de encararme con la pantalla en blanco de mi ordenador y plasmar mis impresiones sobre la vida y milagros de los mayores, jubilados, pertenecientes a la tercera edad, veteranos… o como queramos llamarles.
Una casita en la aldea para mis años de vieja cerca de donde estoy...
La Organización Mundial de la Salud advierte que el riesgo de abuso de los mayores aumenta proporcionalmente al envejecimiento de la población; un dato relevante si tenemos en cuenta que para 2050 se calcula que 2.000 millones de personas tendrán más de 60 años, superando así al número de adolescentes y jóvenes de entre 15 y 24 años.
Edad cuando el proceso fisiológico común en todos los seres humanos produce cambios físicos, psicológicos y sociales, normalmente es considerado vejez o tercera edad, es el momento donde muchas personas sufren un punto de inflexión en sus vidas. Helen Hayes dijo: los años más duros de la vida son los que existen entre los diez y setenta años.
Buenos días, era la orden del nuevo día. El anciano y su literatura, forman parte del distintivo café que degustan por la tardes. La gran experiencia de la vida. Desde ese tiempo, se alquilaba una cuartería de madera, en donde, el o los ancianos, nacieron en vejez y se hicieron hombres jóvenes, con sus tremendos diálogos por las tardes y la suculenta taza de café con pan y mantequilla.
Durante una gran etapa de mi vida, especialmente a partir de mi jubilación unida a la redacción de una tesis doctoral sobre los mayores, he intentado evitar la descripción de una situación vital como la de “vejez”. He utilizado todo tipo de pseudo sinónimos que intentaran suavizar la realidad: “mayores”, “tercera edad”, “segmento de plata”, etc. Todo ello para evitar la cruda y maravillosa realidad. Los de mi quinta somos viejos.
Uno de los procesos que indican el deterioro propio de la edad es el padecimiento de esas enfermedades, que han existido desde siempre, pero que la medicina moderna ha determinado con exactitud. Ayer se celebró el día de los enfermos de Alzheimer. Esta dolencia fue observada, descrita y diagnosticada en los primeros años del siglo XX por el doctor Alzheimer y un equipo de neurólogos que investigaban en un laboratorio alemán.
Supongamos que después de haber sustituido todas las piezas defectuosa del cuerpo y esta persona “reconstruida” pueda vivir 150 años, después, ¿qué? “Está establecido que los hombres mueran una sola vez” (Hebreos 9: 27). “La paga del pecado es la muerte” (Romanos 6:23). “Ya que todos hemos pecado!” (Romanos 3: 23). Conclusión: todos moriremos. Nadie sobrevive a su generación.
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